Noviembre de 1926 en Buenos Aires. Por una vereda palermitana caminan Borges (un "Georgie" de 27 años), Norah Lange (de 20) y su hermana Ruthy.
En ese tiempo, el futuro autor de "El Aleph" era un poeta con tres libros publicados, que formaba parte de la joven vanguardia ultraísta. De hecho, la literatura era lo que los estaba congregando: caminaban hacia un homenaje a Ricardo Güiraldes que organizaba la Sociedad Rural.
Pero, más allá del agasajo, lo que le interesaba a Georgie esa mañana era encontrar la oportunidad de acercarse a la sobreprotegida Norah, que a esa edad también ya calibraba versos. ¿Concretar quizás un beso? ¿Robarle una “amorosa anticipación”? Ella, de porte y prosapia noruega, seducía la imaginación borgeana, ya tan ávida de mitologías nórdicas.
Así fue que la joven de 20 primaveras conoció a Oliverio Girondo, "colega" ultraísta de 35 veranos. Y Georgie, sin querer, fue quien los presentó.
Siguió la historia durante el almuerzo, pero dejemos que la termine de contar ella misma: “Él (Girondo) había comprado una botella de vino especial y la tenía en el suelo, al lado de la mesa. Yo la tiré en un descuido; Oliverio me dijo con su voz (de caoba, de subterráneo): Va a correr sangre entre nosotros”.
Conversaron, fascinados uno del otro; bailaron también; siguieron viéndose, después fueron novios y se casaron en 1943. Oliverio y Norah pasaron toda su vida juntos, hasta la muerte de él, el 24 de enero de 1967. El martes serán 50 años.
El niño terrible
"Él es el Peter Pan del ultraísmo argentino", escribió alguna vez Enrique Anderson Imbert sobre Oliverio Girondo (1891-1967). Según él, "mientras los chicos (ultraístas) crecieron, él quedó siendo un niño". Despectivo, condenatorio: según él, un poeta menor.
Pero mucho más drástico era el propio Borges. Él, que entre sus ideas recurrentes estaba aquella de que “no hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados” (en el prólogo de “Los conjurados”), no escatimaba pudor en decir “estoy pensando que tal vez Oliverio Girondo no haya escrito nunca una línea memorable” (frase recogida por Bioy Casares en su libro “Borges”). Pero había algo más entre ellos, como ya vimos.
¿Y volando, quizás, deberíamos recordar a Girondo a 50 años de su muerte? Él mismo parece confirmar a Anderson Imbert, cuando en una de sus páginas más celebradas escribe que a las mujeres no les perdona, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Y muchos recordarán esas palabras, porque el recientemente fallecido Eliseo Subiela inmortalizó el vuelo en la película “El lado oscuro del corazón” (1992).
Decía en esa prosa poética, de "Espantapájaros" (1932): "Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo (...) ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!".
Él y Borges quizás sean los únicos poetas que, iniciados en aquella vanguardia ultraísta, cruzaron la barrera de los años. Todavía se leen con voracidad y se reeditan.
Según Fabián Casas, el desaire de Norah maduró en Borges la idea del suicidio, pero también su personalidad como poeta de la desdicha.
Ese hecho quizás también funcionó en sentido inverso en Girondo, catapultándolo al paroxismo del deseo, de la experimentación y, como puede leerse en muchos de sus poemas, de la misma felicidad.
Girondo había sido criado en una familia acomodada, lo que le permitió estudiar en Europa (en el colegio Epsom de Londres y en la escuela «Albert le Grand» de Arcueil, cerca de París). Al viejo continente volvería muchas veces durante su vida. Era, como quien dice, un hombre de mundo. Y no sin motivo sus amigos le habían inventado esta copla: “A veces rotundo / a veces muy hondo / se va por el mundo /girando, Girondo”.
El punto es que en el viejo continente se cargó la imaginación con inquietudes vanguardistas, que importó a la Argentina en su primer libro de poemas: "Veinte poemas para ser leídos en el tranvía" (1922), editado un año antes que el primer libro de su "eterno rival", "Fervor de Buenos Aires". En las revistas "Proa" (1922) y "Martín Fierro" (1924 - 1927) se expresaba esa bulliciosa vanguardia, donde comulgaba también, por ejemplo, Xul Solar.
Y muchos le atribuyen haber sido el primero en usar el marketing para vender un libro en el país. Eso hizo cuando, para publicitar “Espantapájaros” (1932), contrató una carroza que, tirada por seis caballos, circuló por las calles porteñas.
Arriba había lacayos, pero la figura central era un espantapájaros que él mismo hizo con papel maché, reproduciendo la imagen con la que el artista José Bonomi había ilustrado la tapa del libro (por estos días está exhibido en la Biblioteca Nacional). La estrategia funcionó, ya que vendió los 5 mil ejemplares en tiempo récord.
Anécdotas como éstas llenan su biografía. Editó después: "Persuasión de los días" (1942), "Campo nuestro" (1946) y "En la masmédula"..
En 1961 sobrevivió a un accidente automovilístico. Murió seis años después, y Norah Lange le sobrevivió cinco más.