El lunes anunció su retiro Emanuel Ginóbili, el jugador de básquet más grande de la historia argentina. De sus virtudes como jugador ya se ha escrito todo, o casi.
Hay desde libros hasta infinidad de artículos periodísticos, que pueden confirmarse con las imágenes de sus mejores jugadas. Los argentinos nos enorgullecemos con esto.
Manu nos llevó a los titulares en todo el mundo y sus hazañas deportivas hicieron que, aunque sea por algunos instantes, los ojos de millones de personas se posaran en este fin del mundo.
Pero el Ginóbili basquetbolista tiene otros valores, por desgracia, no tan extendidos en nuestra sociedad. La noticia del retiro fue seguida de miles de tuits de todo el mundo en los que se hablaba de conducta, perseverancia, pasión, liderazgo, espíritu amateur, ejemplo, disciplina, solidaridad. Todo en un mundo superprofesionalizado .
Por eso vale preguntarse: ¿Qué dicen de nosotros aquellas personas a las que transformamos en ídolos? ¿Qué es lo que los convierte en nuestros símbolos? Entonces, ¿cómo nos explican Maradona, Fangio, Monzón, Vilas, De Vicenzo, Messi? ¿Y cómo Ginóbili?, casi el único habitante del Olimpo deportivo nacional (junto con De Vicenzo) sin contraindicaciones.
Puso su talento individual al servicio de un equipo, en un contexto de virtudes personales y dentro de un entorno familiar cercano al de la media de los argentinos. De Ginóbili no se conocen trampas, ni escándalos, ni frases violentas. Su comportamiento público y, hasta donde se sabe, privado transmiten educación y respeto.
¿En qué representa esto a la sociedad argentina? O acaso vivir 20 años fuera del país le incorporó valores que cada vez exhibimos menos como sociedad. Ginóbili brilló en la altísima competencia, donde se permanece con esfuerzo permanente, donde se planifica y se evalúa, donde existen reglas y se cumplen, donde también hay espacio (y obligación) para las acciones comunitarias.
¿En qué de todo esto nos parecemos a Ginóbili? ¿Qué es lo que vemos en él que nos representa? O será que nos quedamos sólo con la corona de laureles de Atenas, los anillos de la NBA y las irrepetibles victorias ante el Dream Team de los EEUU. ¿Son las luces del triunfo las que nos encandilan? ¿No tendremos algo para aprender del camino que recorrió para lograrlo?
Manu se retira del básquet y cierra una era del deporte en la Argentina. Una etapa durante la cual, junto con la Generación Dorada, nos colocó en el podio de un deporte para el cual nuestro biotipo predominante nos aleja de la élite mundial. Un resultado que tampoco fue producto de la casualidad: pasaron muchos años hasta que la idea y planificación de León Najnudel brindaron estos frutos. Tantos años que ni el propio Najnudel tuvo la suerte de verlos.
Vaya paradoja, esta reflexión surge justo cuando el país está envuelto en otra de sus recurrentes crisis de la economía y en el que quizás sea el mayor escándalo de corrupción de su historia.
Que salpica a políticos y empresarios que llevaron al paroxismo un esquema mafioso en el que, con honrosas excepciones, hemos vivido, por lo menos, durante los últimos setenta años. Dirigentes corruptos, empresarios venales y prebendarios, viveza criolla, un cóctel que nos condena al atraso y la miseria.
Al parecer nuestra manera de ser, ese ADN que forjamos, la cultura que construimos es refractaria a lo mejor de Ginóbili. La competencia nos espanta, la evaluación es un insulto, la planificación una veleidad, el esfuerzo y la capacitación una pérdida de tiempo.
Preferimos el filo de la ley, violar las reglas. Somos una sociedad que sobrevalúa la rebeldía, que endiosa lo contestatario, que resiste los cambios, que exige derechos y elude obligaciones, que desprecia cualquier autoridad.
Una encuesta realizada hace una década por TNS-Gallup para el diario La Nación sobre cómo nos vemos los argentinos revela algo de esto. Dentro de las características que lograron mayor consenso, sólo una destaca algún aspecto positivo: el 79% de los consultados valoró la capacidad de nuestra sociedad.
En cambio, al menos dos tercios de los encuestados opinó que los argentinos son individualistas (72%), que no respetan la ley (77%), que valoran los caminos fáciles (73%) y que no cumplen con sus promesas (66%).
En un libro que publicó en 2012, el periodista Carlos Gabetta, director de Le Monde Diplomatique, planteaba la encrucijada: ¿República o país mafioso? Seis años después conviene releer alguno de esos párrafos a modo de conclusión: "Si el país sale del marasmo y progresa, será porque la sociedad habrá sabido consolidar las instituciones de la República, respetando las reglas, cumpliéndolas y haciéndolas cumplir. Respetándolas incluso en el proceso de cambiarlas. Si esto ocurre será porque el conjunto de los ciudadanos habrá sabido recuperar el Estado para que éste administre y regule el interés de todos".
¿Qué tenemos que ver nosotros, entonces, con Ginóbili? Quizás sea el momento para que nos inspire algo más que admiración boba.