En estos momentos se me mezclan las emociones, más allá de cualquier razón. Si uno lo piensa dos veces, Talleres nos debería ganar. Pero el fútbol es la dinámica de lo impensado y cualquier cosa puede pasar.
Además, en el Parque no se notó la diferencia de categoría. El Lobo viejo y querido dio muestras de su fuego sagrado y podemos llegar a ese lugar que tanto ansiamos desde aquel lejano 1985, cuando se creó el Nacional B.
Parece mentira, pero en la mejor década de la historia, cuando ganábamos todo, se nos escapó como agua entre los dedos. Recuerdo que en la tribuna cantábamos una canción que era un reflejo de época: “Ya nos estamos cansando de salir siempre campeones, es por eso que pedimos, que traigan otros huevones”. Eran los años del Panza Videla, de Quintana, el Tucho Méndez, Zolorza y compañía.
Con los años, el fanatismo se va aplacando. No es que se pierda, uno es siempre fanático, pero no tan cerrado como antes en algunas cosas. Ahora me queda claro que el fútbol es un gran sentimiento para los argentinos y para cada uno es especial su cuadro. Para mí, ser del Lobo es parte de mi identidad.
Eso me hace distinto a cualquier amigo o pariente que sea leproso, o tombino, o chacarero, o lo que sea. No somos mejores ni peores, pero somos distintos. Ni siquiera podría explicar en qué somos distintos, pero lo somos.
Quizá es muy subjetivo, pero es parte de la identidad, que también es subjetiva, porque se define por lo que uno mismo siente y considera. Además, está en constante formación. Uno es varias cosas a la vez.
Si me preguntan, soy muchas cosas; soy argentino pero me siento profundamente sudamericano. Soy mendocino aunque vivo en Córdoba hace 22 años, pero moriré siendo mendocino.
Soy periodista, pero en distintos momentos he hecho muchos otros trabajos y me imagino en cualquiera que me permita influir en la realidad. También soy del Lobo, aunque ya no pueda condicionar cada domingo, cada asado o cada almuerzo con la familia por la hora del partido, como era en mi temprana juventud.
La identidad es también algo irracional en parte. ¿Por qué uno es hincha del cuadro del que es? En general por motivos irracionales, porque lo hicieron de ese cuadro de chiquito. En eso, el fútbol y la religión son iguales. No nos preguntan y a los seis meses ya estamos bautizados y tenemos el carnet y el enterito del club que será de nuestros amores hasta la muerte.
No dejé nunca de ir a la cancha. Llegaron los tiempos en que gritábamos “Y ya lo ve, y ya lo ve, es el famoso Genolet”. Uno se iba de vacaciones a Córdoba o a Mar del Plata y como tenía la camiseta pegada a la piel, la llevaba siempre. El fútbol era un resquicio, un reservorio donde refugiarse y la única alegría de una época tenebrosa.
Gimnasia no fue para mí solamente un equipo de fútbol y una pasión dominguera. Fue una forma de vida las 24 horas los siete días de la semana. Gimnasia volvió, y era una buena ocasión para hacer un repaso de nuestras vidas. Salud.