Aunque mide 1.85 metros, sus más de 130 kilos de peso le impiden moverse con soltura sobre el escenario. Así se presentó Gerard Depardieu este sábado en el Teatro Colón porteño, vestido de negro para intentar disimular infructuosamente su enorme vientre, en un espectáculo donde recitó pasajes de algunos clásicos de las letras francesas, acompañado por los pianistas David Fray y Emmanuel Christien en la primera parte y una orquesta argentina de cuerdas, percusión y vientos en la segunda.
Con notorios problemas de respiración y un limitadísimo juego de manos, el actor de obras maestras fílmicas como “Novecento”, “La mujer de la próxima puerta” y “Mi tío de América”, entre tantos otros títulos, arrancó con un pasaje de “Ruy Blas”, un texto dramático de Víctor Hugo en el que al actor le costó desplazarse por el escenario y hasta pareció que su corpulencia le hacía perder el equilibrio un par de veces.
Es cierto que el público argentino no está acostumbrado a cierto teatro poético que los franceses cultivan desde el siglo XIX y en el que lo importante es la palabra más que el movimiento y la acción, pero en “Ruy Blas” Depardieu insistió en una monotonía que develó su falta de matices al pasar del susurro al grito sin escalas y viceversa.
La voz de Depardieu es inconfundible, como lo sabe cualquiera que haya visto sus películas, pero en el escenario del Colón el actor no ofreció las variables intermedias que podrían haber hecho más disfrutable un texto de por sí bastante arduo y que -de paso- los sobretítulos en castellano enrevesaron más de una vez.
Mejor suerte tuvo con los dos segmentos dedicados a “Cyrano de Bergerac”, de cuyo protagonismo en el film de Jean-Paul Rappeneau de 1990 muchos se acuerdan, porque allí tuvo oportunidad de tocar la melancolía y la fatalidad que ya estaban en la letra de Edmond Rostand, y porque aún en estos tiempos alguna gente se conmueve con la desventura de los que no fueron premiados por la belleza.
Segunda, con más vuelo
Antes de cada aparición del divo hubo ejecuciones de tres “Nocturnos” de Chopin en uno de los dos pianos y el espectáculo levantó evidente vuelo en su segunda parte, cuando democráticamente el actor se puso al frente de una orquesta -argentina- de cuerdas, percusión y vientos, para relatar los movimientos de “El carnaval de los animales”, de su coterráneo Camille Saint-Saëns, una pieza humorística y bella que levantó espontáneos aplausos para la contrabajista y la chelista, cuyos nombres no figuraban en el programa de mano.
Para el final, Depardieu se despachó con la traducción al francés del poema “Insomnio”, de Jorge Luis Borges, aunque sin el acompañamiento musical de “Oblivion”, de Astor Piazzolla, como indicaba el programa de mano.
Aquí se produjo una especie de “milagro” y entre el divo y la platea se estableció un contacto de humanidad antes inexistente. Ahora sí, los aplausos se convirtieron en vítores y Depardieu pareció soltarse y derrochó simpatía.
En una divertida mezcla entre castellano, francés e italiano, le habló por primera vez al público. Entre otras cosas dijo: “Yo no soy Al Pacino”, refiriéndose a su colega hollywoodense que estuvo en el mismo escenario, y se fue besando las manos de las intérpretes de la orquesta, al tiempo que hacía ramitos y regalaba al público las flores que le habían entregado a él.
Esta boca es mía
Apenas llegado a la Argentina el pasado viernes, Depardieu ofreció una conferencia de prensa en el hotel porteño donde se alojaba.
De entrada comenzó a fumar sin escuchar advertencias, vociferó, se dispersó, habló en paralelo y a veces en forma superpuesta a la traductora, le pidió a una cronista que dejara de hablar en francés y hasta invitó a retirarse a un camarógrafo, transformando la rueda de prensa en una suerte de performance, en la que componía a un villano estridente, matizada con sus tomas de posición acerca de temas varios. Aquí algunas de sus opiniones más destacadas.
“Lo importante para un actor es tener cultura y eso se adquiere leyendo, no se logra con un celular en la mano o navegando por Internet, un recurso para idiotas”.
“Aprendí a hablar leyendo, especialmente libros de religión e historia, disciplina que hoy me interesa más que el cine; me volví actor así, solo, por la lectura”.
“La televisión del mundo está llena de personas gritando, de reality shows y de futbolistas corruptos multimillonarios en pantalla, que son seguidos por imbéciles que los alientan a seguir ganando dinero”.
“La tele podría generar algo inteligente, pero jamás se arriesga porque es un negocio hecho nada más que para ganar dinero a costa del embrutecimiento del público”.
“No me interesa la política, yo me defino como un hombre libre. Siguiendo esa dirección de pensamiento, no voy a los Estados Unidos porque no me interesa ese país, rechacé la Green Card”.
Por lo que fue
Las entradas para ver a Gerard Depardieu en el Colón costaban entre 250 y 3.500 pesos, pero la convocatoria esta vez no fue ni por asomo la misma que había tenido Al Pacino en el coliseo porteño.
Quizá por eso mismo, porque el público ya estaba advertido, es que la platea lucía semivacía, los palcos en su mayoría desocupados y había muy poca gente en los sectores más altos.
Al igual que Pacino, Depardieu dejó gusto a poco, víctima de su propia egolatría e inconsciente de sus límites expresivos.
El escaso público de entusiastas, a pesar de todo, lo aplaudió a rabiar hacia el final, aunque es más probable que esas ovaciones, que por momentos parecieron llenar la sala, respondieran al recuerdo de su gloriosa trayectoria que a lo que el actor terminaba de hacer sobre el escenario.
La película que rodó en la Argentina
En octubre pasado, Depardieu llegó a Buenos Aires para ser parte de la película “Sólo se vive una vez”, ópera prima del realizador Federico Cueva con un elenco que encabezan la China Suárez, Peter Lanzani, Pablo Rago y los españoles Santiago Segura y Hugo Silva.
La película es una comedia de acción, con humor y romance, centrada en el personaje de Leo (Lanzani), un estafador que es perseguido por el personaje de Depardieu, un francés que vive en la Argentina y hasta toma mate, y a quien el estafador le robó una fórmula para hacer que la carne se conserve fresca durante más tiempo que el habitual.
Según se supo, el francés tuvo muchos problemas a la hora de grabar algunas escenas debido a su sobrepeso y en algunos casos hubo que repetir las tomas hasta 20 veces.