Geopolítica: entre misericordia y miseria

Geopolítica: entre  misericordia y miseria

El domingo 20 de noviembre, ante más de setenta mil personas llegadas de diversas naciones del mundo, y con la presencia del cuerpo consular acreditado ante el Vaticano; el presidente de Italia, acompañado por gran parte de su gabinete, y la infaltable presencia de centenares de sacerdotes, obispos y cardenales provenientes de los cinco continentes, el Sumo Pontífice cerró la Puerta Santa de San Pedro, clausurando el Jubileo 2015/16 de la Misericordia.

Concluida la liturgia dominical, el Obispo de Roma firmó la carta encíclica de cierre del año jubilar: Misericordia et Misera. El título responde al comentario agustiniano del pasaje evangélico cuando se encuentra la mirada miserable de la mujer adúltera, a punto de ser lapidada, con la mirada misericordiosa del Maestro que ama, comprende y perdona. Cara a cara la Miseria y la Misericordia. Un documento que sienta las bases teológicas, escriturísticas y litúrgicas sobre el misterio de la misericordia y que, en su párrafo final ofrece lineamientos práctico-pastorales para una “nueva cultura”, en base a la experiencia alcanzada por esta iniciativa jubilar.

¿Quiénes recibieron de manos del Papa la Carta? El cardenal arzobispo de Manila; el arzobispo de San Andrés y Edimburgo; dos sacerdotes misioneros: uno proveniente de la República Democrática del Congo y otro de Brasil; un diácono permanente, de la diócesis de Roma; dos religiosas provenientes de México y Corea del Sur, respectivamente; una familia completa de Estados Unidos; una pareja de jóvenes; dos mamás catequistas de Roma; una persona con capacidades diferentes y un enfermo. Una irradiación de la misericordia hacia las periferias de mundo, entendida como “fuente de alegría, de serenidad y de paz... como la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida”.

Desde aquel 8 de diciembre de 2015, cuando dos Papas abrieron la Puerta del Jubileo, a hoy, ha pasado mucha agua bajo el puente del río Tíber, en Roma, y el mundo. Por aquel entonces, una semana antes, Francisco había inaugurado el Año Santo, en Bangui de la República Centroafricana, desangrada por la lucha de milicias de cristianos y musulmanes. “Vengo como peregrino de la paz y me presento como apóstol de la esperanza” -dijo- en un país sumido en la anarquía y arrasado por una violenta guerra civil. A la luz de lo acontecido, durante estos casi doce meses, con justa razón se puede hablar de una geopolítica vaticana, entre año de la misericordia y miseria humana.

En orden a la miserabilidad: ¿cómo no consignar, en primer término, la insistencia del Santo Padre sobre una Tercera Guerra Mundial?

¿Cómo no mencionar el escándalo milenario de la división en la Fe de los cristianos? ¿Qué de los millones de hombres, mujeres y niños “descartados”? Y los migrantes, la trata de personas, la violencia de género, las políticas carcelarias, los abusos, los desclasados por el capitalismo salvaje, la complicidad financiera entre narcotráfico, narcomilitarismo y poderes políticos entre otras tantas miserias que, a lo largo de este Año Jubilar de la Misericordia, han estado presentes en la agenda papal.

En los denominados “viernes de la Misericordia” oró en un cementerio de Roma por los difuntos junto a sus familiares dolientes; elevó su plegaria en plena soledad en las ruinas del terremoto de centro Italia y consoló a damnificados; compartió en un departamento de los suburbios de Roma el abrazo fraterno con ex sacerdotes y las caricias de ternura con sus respectivas familias; promovió techo, asistencia y vestido a hombres y mujeres de la calle; escuchó como padre y pastor a prostitutas; se alegró con la felicidad de madres parturientas en un hospital y se conmovió con aquélla que había perdido su hijo; en reiteradas ocasiones practicó su oficio de confesor; oró insistentemente por las víctimas de los desastres naturales, pero más por los desastres de las guerras. Mantuvo un encuentro, en el Vaticano, con más de cuatro mil presos, carcelarios y familiares. Como nunca, exhortó a las naciones para que abran su corazón a los refugiados.

En el curso del Año de la Misericordia, 12 de febrero, en el aeropuerto José Martí de La Habana, se desarrolló el primer encuentro histórico entre SS el papa Francisco y SS el patriarca Kirill de Moscú y toda Rusia (el Gran Cisma de Oriente y Occidente data de 1054). Un coloquio personal de dos horas y una declaración posterior. El primero en la historia que marcó una nueva etapa en las relaciones entre las iglesias Católica y Ortodoxa rusa y dio una señal de esperanza para todos los hombres de buena voluntad. Un encuentro que se venía preparando, desde hace 20 años, pero que lo precipitó el genocidio de cristianos, debido al terrorismo, tanto en territorio ruso como en Oriente Medio. Con focos de conflictos mundiales en Siria e Irak, que afecta a tantos inocentes sin distinción de credo. Con anterioridad, 30 de noviembre de 2014, ya se había reunido Francisco, en Estambul con el patriarca ecuménico Bartolomé I, en las solemnes celebraciones por la fiesta de San Andrés, ocasión en que se enfatizó, por parte de ambos líderes, el papel fundamental que juegan las iglesias cristianas en la prosecución de la paz mundial.

Sobre esta línea de acción, el papa Francisco y el presidente de la Federación Luterana Mundial, Munib Younam, firmaron el pasado 31 de octubre una declaración conjunta, en Suecia, en la que se comprometieron a trabajar para recibir y acoger a los inmigrantes y rechazando todo tipo de violencia en nombre de la religión: “Nosotros, luteranos y católicos, instamos a trabajar conjuntamente para acoger al extranjero, para socorrer las necesidades de los que son forzados a huir a causa de la guerra y la persecución, y para defender los derechos de los refugiados y de los que buscan asilo”. La firma se dio en el marco del viaje del Pontífice para los actos conmemorativos del 500 aniversario de la Reforma protestante y tras una ceremonia en la catedral de Lund.

Dos acontecimientos, entre otros, marcan la geopolítica vaticana como patrocinadora de la paz mundial: su participación como agentes mediadores para alcanzar el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC; y la reciente iniciativa para dinamizar la mesa de diálogo, entre el gobierno de Venezuela y la oposición, enviando sus delegados pontificios.

Concluye Francisco la carta encíclica de referencia, afirmando que “es el tiempo de la misericordia, para que los débiles e indefensos, los que están lejos y solos, sientan la presencia de hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades”.

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