Los rumiantes (entre ellos los vacunos) que nos aportan carne, leche y cueros no aparecen sobre la Tierra con la Revolución Industrial del siglo 18. Habitan el planeta desde muchos milenios antes, y su fuente de energía no ha sido el petróleo sino el pasto. Sin embargo, un contingente muy activo de ecologistas, ambientalistas, veganos, profetas y catastrofistas encuentran en la vaca al villano perfecto que atenta contra el clima del planeta. La idea del “vacuno-villano” se ha expandido en círculos académicos e institucionales del hemisferio norte. Y también ha anidado en ámbitos académicos de la región Mercosur. Naturalmente, intereses comerciales que compiten con nuestras carnes se enganchan en este juego y procuran sancionar a los bovinos que pastorean libremente en esta remota Sudamérica.
¿De qué se acusa a nuestros vacunos? De emitir, producto de sus flatulencias digestivas, un gas invernadero llamado metano, que en realidad emiten en distinta proporción todas las especies animales que habitan la tierra, incluido los humanos. Es cierto que el metano contiene carbono igual que el petróleo, y que ambos tienen efecto invernadero. Pero hay una diferencia sutil: el carbono del petróleo que hoy utilizan los humanos se extrae del subsuelo y se suma en grandes volúmenes al carbono de la atmósfera. En cambio, el carbono que emiten los rumiantes proviene del pasto consumido, que fue extraído del aire mediante fotosíntesis y convertido en alimento animal. Como los rumiantes no consumen petróleo sino pasto, el carbono que emiten no adiciona un volumen extra. Es un simple reciclador del carbono preexistente.
Una pregunta es inevitable, ¿qué diferencia hay entre los bovinos del hemisferio norte y los nuestros? Admitamos que ambos son “villanos” porque emiten carbono, pero integran sistemas de producción y procesos productivos muy distintos. En el Norte industrializado se manejan con muchos animales confinados en superficies muy pequeñas; las pasturas son allí un bucólico recuerdo del pasado. En nuestro lejano Sur nos manejamos con animales en libertad sobre grandes espacios con pasturas y pastizales que hacen fotosíntesis, y donde hay fotosíntesis hay captura y secuestro de carbono. Nuestros estudios, publicados recientemente en una conocida revista científica internacional, sugieren que las tierras de pastoreo tienen un potencial de secuestro de carbono que debe ser valorizado.
Por tanto, no es en la emisión sino en el balance de carbono donde debemos poner foco. Los sistemas del Norte solo emiten; los del Sur emiten y a la vez secuestran. Y si lo que secuestran es mayor que lo emiten, se genera un balance positivo o crédito de carbono. Este no es un hecho menor en nuestro país, donde las pasturas y pastizales cubren más del 80% del territorio nacional. Es decir, potencialmente estaríamos generando un crédito de carbono que nos reposiciona en el ránking global de emisores. En la práctica esto significaría que podemos producir carne y mitigar el efecto invernadero al mismo tiempo.
No subestimemos el tema Es necesario clarificarlo antes de aceptar mansamente la “villanía” de nuestra ganadería pastoril.