La noche del domingo marcó un récord de audiencia para HBO: 19,3 millones de espectadores se sintonizaron alrededor del final de "Game of Thrones", la serie más vista de todos los tiempos y -a quién le cabe duda- también una de las mejores. La sexta entrega de la octava temporada pasó como usualmente pasan los Targaryen, con "fuego y sangre": rodaron cabezas por última vez y el último dragón vivo puso en combustión su garganta. Hubo muertes esperadas. Y algunos desenlaces decepcionantes.
Lo que sigue es spoiler: Brandon Stark, quien hasta hace poco parecía feliz en su inacción, terminó gobernando Westeros, bajo el nombre de Bran El Roto. Sin embargo, no podrá sentarse en ningún Trono de Hierro (Drogon lo derritió, en lo que fue la escena más memorable de este lánguido final) ni tampoco gobernará los Siete Reinos, porque ante todo favores familiares: Sansa (su hermana) le pidió la independencia y se hizo coronar en el Norte.
Antes, en una sucesión apresurada de hechos, había pasado de todo: luego de quemar King's Landing, Daenerys Targaryen encarcela a Tyrion Lannister y, justo cuando toca el trono por el que luchó ocho temporadas, aparece Jon Snow para confesarle su lealtad, abrazarla, besarla y apuñalarla (sí, así de innoble y cobarde). Acto seguido aparece Drogon, quien se niega a quemar a Snow (recordemos que es un Targaryen) y, mostrando el mayor gesto de madurez emocional y política de todos los personajes de este episodio, no duda en derretir el trono de hierro. Al fin de cuentas, es el gran culpable.
Hacia el final, Snow va a redimirse más allá del Muro, Arya sale en una aventura desconocida más allá del mar y Drogon sale volando llevándose el cuerpo de su mamá a quién sabe dónde. Así: borrado de un plumazo.
Atención, porque si hubiera que buscar un ganador en este juego, ése sería Tyrion. Él tejió desde la cárcel la red del último episodio, confirmando que lo que no tiene en centímetros lo tiene en estrategia y discurso. No solo él es quien convence a Jon Snow de cumplir su deber (matar a Dany) por sobre el amor: él también, participando como prisionero en un inverosímil cónclave de casas reinantes, da el criterio para elegir a un nuevo monarca (Samwell Tarly sugiere la democracia, pero todos se ríen de él).
Tyrion asegura que lo que une a los hombres son las historias (el “mythos”); y, si de eso se trata, nadie tiene mejores que el Cuervo de Tres Ojos. Un cierre lógico, si asumimos que por su causa también empezó esta historia. Bran se hace un poco el difícil, pero es un falso modesto: acepta en seguida y lo nombra su Mano.
Este episodio fue el único escrito y dirigido también por David Benioff y D. B. Weiss (próximos guionistas de "Star Wars"). Increíblemente, más que cerrar la serie, le dieron una estocada. Fracasaron héroes, resignaron la lógica por lo imprevisible, y así concluyeron la serie más épica de todas con una sucesión de secuencias enfriadas, sin brío, apresuradas. Dejaron incluso varios frentes abiertos, decepcionando a la mitad de los fans. Literalmente: en Rotten Tomatoes, apenas al 51% de ellos les gustó.