Gaetano Mosca, la democracia y los “sfruttatori”

Un análisis de las últimas cuatro décadas, cuando, según el autor, hemos padecido tres bandas: las de los “militares”, los “riojanos” y los “santacruceños”.

Gaetano Mosca, la democracia y los “sfruttatori”

Por Luis Alberto Romero - Historiador / Especial para  Los Andes

Fue en Mendoza, en la sabia tertulia de un hotel céntrico, donde la conversación me trajo a la memoria las ideas del siciliano Gaetano Mosca. En Italia fue senador durante la monarquía y en los primeros años del fascismo, antes de replegarse en un ostracismo fecundo.

En 1923 dio cima a su gran contribución a la ciencia política: una teoría de las élites, su función en una sociedad de masas, su constitución y renovación.

Testigo del ascenso de la “democracia social”, concluyó que sus triunfos conducían a una profunda renovación de la vieja élite y a la formación, en un contexto más autoritario, de una nueva, que en poco tiempo repetiría el comportamiento de la anterior.

El rasgo más constante que encontraba en la política de masas era el predominio final de los aprovechadores, los vivillos, los “sfruttatori” de siempre.

En estos días estamos sacudidos por el “caso López”, que, por su espectacularidad, parece el resultado de una cuidada puesta en escena.

Encadenado a hechos anteriores similares y a otros que ya empiezan a desarrollarse, parece conformar algo similar a lo que en 1982 fue el “show del horror”, con la clásica salvedad de que lo que una vez fue tragedia vuelve luego como farsa.

Un espectáculo tan apasionante, sumado a la traumática experiencia de los años kirchneristas, nos tienta a atribuir toda la responsabilidad a Cristina y a Néstor Kirchner.

Sin embargo, no debemos perder la perspectiva más general. No es la primera vez que asistimos a este saqueo sistemático del Estado, a un sistema montado desde el Estado para expoliarlo sistemáticamente.

Así considerado, creo que en las últimas cuatro décadas hemos padecido tres bandas sucesivas. No las caracterizaré en términos políticos, porque no reside allí el meollo de la cuestión.

Las llamaré, remitiendo a su origen, “los militares”, “los riojanos” y “los santacruceños”. Las tres recuerdan a aquellas bandas de germanos o godos, instaladas al otro lado del Rin o el Danubio, que periódicamente se lanzaban sobre una porción del Imperio Romano, la saqueaban y a veces se establecían para disfrutar de lo ganado.

El propósito principal de la banda militar instalada en 1976 fue practicar desde el Estado el terrorismo clandestino, algo que tiene una historia y un contexto complejos.

En este caso me interesa lo secundario. Los partícipes menores de las operaciones fueron retribuidos -como lo eran las tropas conquistadoras- con el derecho al saqueo de los bienes de los desaparecidos. Los jefes realizaron operaciones más grandes, como la que giró en torno del Mundial de 1978, cuando el cemento, en prodigiosa alquimia, se convirtió en oro.

O como en el caso de YPF, donde un alto oficial -particularmente sanguinario por otra parte- instrumentó la “privatización periférica”, que dejó buenas ganancias tanto a la “patria contratista” como a sus intermediarios uniformados.

A diferencia de los militares, los riojanos llegaron al poder en 1989 en elecciones transparentes, y las volvieron a ganar hasta 1999. La experiencia de la híper inflación posibilitó la concentración de poder en el Ejecutivo, eso que los politólogos llaman “democracia delegativa”, para practicar una “cirugía mayor sin anestesia”.

Amén de otros efectos quizá positivos, abrió la puerta a una corrupción, convalidada desde el Estado, que en su momento llamó la atención por su magnitud y por su desenfadado exhibicionismo.

Fueron los años de la “carpa chica” y del “robo para la Corona”. Pero también es destacable el orden y hasta la institucionalización del reparto del botín, que recuerda al de las bandas germánicas, con una parte fijada para el jefe -el “quinto real”- y partes proporcionales, según sus rangos, a los “fideles”, los amigos y los aliados.

En tiempos de militares y de riojanos el origen de ese botín fue la coima generalizada, el “diego” que subió al “celular”, es decir del 10 al 15%. Luego de la crisis de 2001, y a caballo de una inesperada prosperidad, se encaramó la tercera banda, los santacruceños.

Su sistema, muy innovador, había sido probado durante diez años en su provincia, pero su expansión a nivel nacional requirió una ingeniería compleja, resuelta con ingenio por Néstor Kirchner.

Entre las muchas cosas sucedidas en los doce años en que gobernaron hay una que hoy parece central: una nueva versión del saqueo del Estado en la que sus ejecutores -el grupo gobernante- pasaron de simples cobradores de coimas a organizadores integrales del negocio, desde la concepción -en la que Néstor Kirchner desplegó su creatividad- y la gestión por funcionarios públicos, como De Vido, Jaime o López, apoyados por socios externos, como Báez, Eskenazi o Cristóbal López. Un sistema complejo, que requiere un nombre propio; he sugerido “cleptocracia”, fase superior de la corrupción.

¿Qué tuvimos que ver nosotros, los ciudadanos? Podemos justificarnos diciendo que la banda militar llegó al gobierno por la fuerza. Pero las otras dos bandas ganaron todas las elecciones, limpiamente. No podemos ignorar que nuestra democracia tiene un problema serio.

Lejos de asociarse con el interés general y el progreso colectivo, parece destinada a consagrar a sucesivas bandas de explotadores. Es difícil no coincidir con Mosca, y su idea de que, tras cada regeneración pasajera, llegan los aprovechadores, los “sfruttatori”.

No quiero decir que estemos condenados a repetir la historia. Nada es inevitable, pero conviene estar alerta, como advirtió hace unos días Hugo Alconada Mon, al preguntarse si acaso no habrá, en el círculo de Macri, algún José López en potencia.

Apartemos el pesimismo y miremos el vaso medio lleno, el de la oportunidad y el desafío. Tenemos un nuevo gobierno, donde el impulso regeneracionista todavía es fuerte y que -mejor aún- es consciente de las dificultades de la regeneración, así como de la mesura y prolijidad con que hay que llevarla adelante.

El resto es tarea nuestra, de los ciudadanos que en conjunto hemos tolerado a las tres bandas y que ahora debemos estar alertas para impedir que se forme una cuarta, cuyo origen regional aún no barruntamos.

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