Diferentes riesgos requieren diversas estrategias de previsión y mitigación. Como construcciones sociales, los riesgos legitiman órdenes, acciones y formas de organización, en ocasiones trascendiendo soberanías territoriales.
La transición de la modernidad a la sociedad post-industrial fue llamada por Ulrico Beck, "la sociedad del riesgo".
Señaló Chernobyl como el hito que delimita los tiempos modernos. Precisó una serie de cambios fuera de agenda de las ciencias sociales y que afectaban notablemente a las nuevas generaciones, modificando sus componentes centrales y las estrategias de dominación. En ella los riesgos sociales, políticos, económicos o industriales tienden a escapar del control de gobiernos y de la sociedad industrial.
Estos riesgos ocasionan daños en muchos casos irreversibles, cuya distribución no es igualitaria sino que afecta más a quienes menos tienen. En lo causal se vinculan con la utilidad y el lucro y frente a ellos se abre un vacío político e institucional, se devalúa la ciudadanía, crece el proceso de "individualización" y surgen nuevos movimientos sociales como formas de legitimación.
La caída del Muro de Berlín y la globalización marcaron un nuevo punto de inflexión en la evolución de la humanidad, un cambio de era: de la sociedad industrial a la del conocimiento, con un conjunto de transformaciones inéditas y nuevos y dramáticos cambios políticos, económicos, sociales, científicos y tecnológicos.
La globalización transforma las percepciones de las coordenadas espacio y tiempo: la distancia pierde su capacidad de determinar y limitar el comportamiento humano, al tiempo que se acelera la historia y presenta problemas y oportunidades, muy diferentes de los de la sociedad industrial.
Estos problemas son de una diversidad y complejidad tal que no pueden abordarse adecuadamente desde la perspectiva de las relaciones ni de los organismos internacionales, tampoco desde visiones exclusivamente locales. Sistematizar y analizar la problemática global requiere una perspectiva trans-disciplinaria, trans-nacional, y trans-institucional, lo que permitiría elaborar estrategias regionales y globales para afrontar esos desafíos.
Las últimas trajeron crisis: políticas, económicas, financieras, energéticas, de alimentos y ética. En América Latina se agrega la del modelo de desarrollo, del paradigma de pensamiento lineal que no capta las nuevas fuerzas motrices que operan en un contexto ampliado.
Cierto que de las crisis surgen riesgos y oportunidades y que prevenir aquéllos y aprovechar éstas requiere de una nueva forma de conocimiento, que colecte, concentre e integre, tanto el conocimiento común, científico, social, parcial, fraccionado, incompleto e incluso contradictorio que poseen todos los individuos por separado para dar respuestas innovadoras y creativas, configurando un nuevo paradigma que articule expectativas y acciones hacia la construcción social de futuros compartidos.
¿Cómo responder a estos cambios? Es un reto extraordinario y el conocimiento prospectivo proporciona para ello herramientas de gran valor social. Los Estudios del Futuro son programas transdisciplinarios de investigación que buscan mejorar de forma fiable la capacidad para anticipar, crear y gestionar el cambio en todos sus ámbitos, a diversas escalas: personal, organizacional, social, nacional, regional o global, mediante el uso de múltiples enfoques teóricos, de técnicas y métodos.
Nuestra visión prospectiva integra estos en los Desafíos del Milenio, basados en investigaciones del Millennium Project con una consideración de riesgos que probablemente afrontaremos en el futuro próximo: 20 a 25 años, estos desafíos muestran nuevas dimensiones del riesgo.
Es probable que una catástrofe natural pueda afectar nuestra biosfera o modifique en forma dramática su destino, pero difícilmente pueda acabar con la vida en el planeta. Sin embargo, la Guerra Fría mostró qué el hombre sí podía aniquilar prácticamente toda la humanidad. Los cambios tecnológicos se presentan hoy como nuevos factores de riesgo sin tecnologías de control que garanticen nuestra supervivencia.
La tecnología avanza más rápido que la percepción de los posibles riesgos Las amenazas provenientes de nuevos desarrollos en mercados globales rebasan nuestra capacidad de controlar posibles consecuencias y efectos no esperados. La capacidad de innovación es ilimitada y la probabilidad de que pueda disparar efectos negativos son grandes.
El riesgo existencial pone en peligro de extinción a la vida inteligente tanto como al propio desarrollo humano. En su punto extremo es aquello que podría culminar en la destrucción de la biodiversidad o la desaparición permanente de recursos naturales.
Los nuevos riesgos en el futuro cercano serán en gran parte antropogénicos; o sea, originados en la actividad humana. Hay riesgos no mensurados en formas avanzadas de biología sintética, o en el uso de nueva armas nanotecnológicas y aún en las propias máquinas inteligentes de las próximas décadas.
La selección genética, aunque bioéticamente no esté permitida, hoy es posible si no se controla. La cuestión no ha escalado la opinión pública, por lo que es probable se concrete, y haga más profunda la brecha de oportunidades de los más desposeídos.
Esto nos enfrenta con la cuestión sobre la finalidad de determinadas tecnologías. No hay duda que el mercado es el principal motor de la innovación y su fin último; ello implica que la investigación culmine en el nuevo producto o proceso, sin evaluación alguna de posibles complicaciones o efectos no voluntarios o a largo plazo.
Estos riesgos son quizás los mayores que afrontaremos en las próximas décadas y debiera prestarse atención permanente no sólo en el ámbito académico sino en la sociedad en su conjunto. Hay que reconocer el déficit o la carencia de controles estatales, económicos o éticos, con respecto a sus efectos ecológicos, así como sobre la calidad de vida, lo que se vincula con la no aplicación del principio de precaución.
Es indudable que hay una articulación entre sistema económico productivo, Estado y riesgos sociales que conmueve las jerarquías sociales.
Si el valor de la mercancía era el criterio de jerarquización social en las sociedades modernas, y como señala el Papa: "En muchos casos, el valor de las personas es juzgado por su capacidad para consumir", las sociedades pos-modernas debieran estructurarse en base a la capacidad que desarrollen para reconocer, aislar, prevenir y mitigar los riesgos.