En la historia de la humanidad hubo momentos y situaciones que despotricaron contra la paz y el bienestar común. Cientos de miles de vidas se perdieron injustificadamente; cientos de miles de bolsillos se llenaron de dinero y de poder, acorde esas vidas se iban perdiendo.
El Stade de France (Estadio de Francia) fue uno de los lugares elegidos por el Estado Islámico para llevar a cabo uno de los varios ataques terroristas que castigaron a la ciudad de París(donde murieron 136 personas y otras 415 fueron heridas), hace no más de una semana. No es la primera vez que el deporte se entrecruza con conflictos bélicos; sin embargo, una noche, el fútbol le ganó a la guerra.
La Primera Guerra Mundial había comenzado el 28 de julio de 1914 y durante la Nochebuena de hace más de un siglo, transitaba sus días más sangrientos. Europa era caos y desesperación. Pese a todo, y entre tanta injusticia, el fútbol sirvió como antídoto –momentáneo– para semejante crueldad.
La historia no ha tenido la difusión que merece un hecho de semejante magnitud. Y recordarlo es un modo de subsanar, en los modestos alcances de uno, las barbaridades indignas que vivía el mundo por aquellos años.
¿Puede, acaso, la Navidad detener una guerra? ¿Puede haber paz dentro de un conflicto bélico construido para destruir? La respuesta es sí, y fue escrita por soldados durante la noche del24 de diciembre de 1914.
Cerca de la ciudad de Ypres (Bélgica) se batían las tropas británicas contra el imperio alemán hasta el instante en que la guerra se detuvo: fueron los soldados alemanes quienes comenzaron a “adornar” sus trincheras y a cantar los típicos villancicos. La respuesta fue humana e inesperada: sus oponentes se manifestaron con más villancicos y comenzó la Tregua de Navidad. El canto de “noche de paz, noche de amor” atravesaba los muros de alambres de púas que protegían las trincheras.
A partir de ahí, los soldados de ambos bandos tomaron el centro de la escena y, según escribió el capitán A. D. Charter a su madre, fue “uno de los monumentos más extraordinarios que nadie ha visto jamás”. Y, en su carta, agregó: “les íbamos a disparar cuando vimos que no tenían rifles (…) y en unos dos minutos el terreno entre las dos trincheras hervía de hombres y oficiales de ambos bandos, dándose la mano y deseándose feliz Navidad”. Luego de eso, llegó el fútbol. La paradoja más grande de la guerra: sangre y paz, enemistad y fraternidad.
Hay archivos (cartas, notas, libros) que muestran que fue Willie Loasby (un soldado británico de 25 años de edad) el primero en transitar los treinta y seis metros que separaban ambas trincheras – sin armas en sus manos– y proponer un partido de fútbol. Aunque lo importante, en estos casos, no es el fútbol, sino la actitud infinitamente humana de esos enemigos a los que el fútbol unió.
Hombres de ambos bandos intercambiaron whiskies y cigarrillos, bizcochos de Navidad y direcciones de sus casas. Optaron por la amistad antes que el sonido ensordecedor de las balas.
El cantante Paul McCartney transformó ese momento en canción en el año 1983. “¿Se podrá organizar la raza humana en un solo día?”, se cuestiona en “The pipes of peace” (Las pipas de la paz). Esa melodía recuerda la Tregua de Navidad y sirvió como difusor para que el mundo conociera la parte buena de esa historia nefasta, porque lo único cierto es que en las guerras nadie gana.
Fútbol y paz. Paz y fútbol.