Fútbol, violencia y barrabravas

La violencia entre barrabravas costó dos nuevas vidas este fin de semana, mientras los dirigentes del fútbol y los funcionarios del gobierno siguen mirando para otro lado. Se intentan salidas que no van al fondo del problema, por lo que la violencia y los

Fútbol, violencia y barrabravas

Dos muertos más en el fútbol y nadie hace nada. Todos, dirigentes y políticos -incluyendo a la propia Presidenta de la Nación- miran para otro lado, intentan desviar la atención y buscan supuestas alternativas que no van al fondo del problema.

En ese marco, el aficionado, el que siente verdadero amor por el deporte, incluso el que sufre realmente cuando su equipo pierde o disfruta con los triunfos, es el que paga las consecuencias. Ir a una cancha, hoy, es ingresar a una ruleta rusa, de la que no se sabe si se saldrá con vida. Y todo por un grupo de inadaptados que han priorizado sus negocios personales, amparados por un sistema que se los permite.

La violencia, vía barrabravas, instalada en el fútbol argentino en los últimos años costó hasta ahora la vida de más de 200 personas, ya sea dentro de los estadios o en las inmediaciones. Y, sólo en lo que va de 2013, son siete las personas que murieron en enfrentamientos o en hechos dudosos, como sucediera con un hincha de Racing en una de las filiales de la institución u otro de Vélez Sársfield en el propio estadio de Liniers.

Otro más falleció por efectos de un disparo de bala de goma arrojado por un policía durante un disturbio en La Plata y los restantes por enfrentamientos dentro de la propia hinchada, como sucediera con un barra de Tigre o los dos de Boca en el último suceso.

Resulta evidente que dirigir una barra otorga innumerables beneficios económicos. Que van desde la reventa de entradas, la venta de carnets truchos, el manejo de los tours para turistas extranjeros, la recaudación de los “trapitos” o cuidacoches, una parte de la recaudación de los carritos de choripán o bebidas y hasta participan de los porcentajes de la venta de jugadores, como surgió del reclamo de los hinchas de Huracán de Parque Patricios.

Hay una evidente connivencia entre los dirigentes de los clubes y quienes manejan las barras, con el agregado de que quienes tienen a su cargo la conducción política del país, están dispuestos a dejar pasar y no hacer nada. De otro modo no se entiende que, aun a pesar de que el riesgo en los estadios es cada vez mayor, se siga insistiendo en la realización de partidos a horas inadecuadas por el solo hecho de debilitar a un programa periodístico crítico de la acción del Gobierno.

No se puede aceptar, por ende, que las autoridades encargadas de controlar y de evitar los hechos violentos sigan de brazos cruzados. Resulta inaceptable que la propia Presidenta de la Nación, en lugar de exigir de sus funcionarios una rápida aclaración de lo sucedido, haya cargado en un discurso contra el periodismo, afirmando que le llamaba “poderosamente” la atención que “algún medio” haya dicho que sabía lo que iba a pasar. Y luego se preguntó: “¿porqué no se le avisó a los que tenían que prevenirlo para que esto no sucediera?”.

Quizás habría que responderle a la señora Presidenta que lo que están fallando son ella y los suyos, porque el peligro lo sabían cientos de miles de argentinos que leen el diario (e incluso los que no lo leen) menos sus funcionarios.

También cabría preguntarse si aún se mantiene aquella excelente relación entre los barras y el Gobierno que llevó a conformar Hinchadas Unidas Argentinas. Recordando, además, que quienes conducen a los inadaptados son aquellos que “subidos a un para-avalancha alientan y alientan”, como dijo la señora en un discurso. O señalar que gran parte de esos “hinchas” conforman grupos de apoyo en los actos políticos. La Presidenta les sacó tarjeta roja a los dirigentes del fútbol, quizá olvidando que entre ellos se encuentra un hombre de su confianza, como Aníbal Fernández, presidente del club Quilmes.

Organizar partidos de fútbol sin la asistencia de barras visitantes no constituye ninguna solución. Es sólo una salida elegante para que todo siga igual. Hacen falta soluciones de fondo que la dirigencia política -incluyendo a la oposición- conoce, porque hasta conocen quiénes son los líderes de las barras.

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