Los funerales de Sarmiento

Los funerales de Sarmiento
Los funerales de Sarmiento

El 5 de junio de 1888 Sarmiento viajó al Paraguay, jamás volvería a contemplar los paisajes de la Patria. Esperaba que el clima de Asunción ayudara a mejorar su difícil tracción respiratoria y, consecuentemente, aliviara el enorme trabajo al que era sometido su enfermo corazón. Con esta partida, Buenos Aires se estremeció de forma literal: aquel día la zona se vio afectada por un fuerte sismo (de 5,5 en la escala de Richter) conocido como el "Terremoto del Río de la Plata".

La Argentina que dejaba atrás ya no era su Argentina, está había mutado en gran medida. Rosas, Urquiza, Alberdi, Vélez Sársfield, Félix Frías y hasta el joven Nicolás Avellaneda, habían dejado de existir y junto a ellos murió, en parte, el mismo Sarmiento.

A pesar de haber colaborado con la destrucción del Paraguay y que en muchas oportunidades escribió duramente contra este país, fue muy bien recibido. Incluso, se le obsequió un terreno en Asunción donde instaló una casa creada por Eiffel y traída desde Bélgica. Esa vez fue el maestro quien recibió la lección.

Junto a su familia, en el país hermano mantuvo una nutrida vida social. Generalmente escribía de noche, muchas veces lo sorprendía la madrugada entre una multitud de carillas y libros esparcidos por doquier. En la prensa paraguaya publicó numerosos artículos por los que cosechó elogios y un duelo a muerte, reto que aceptó pero que fue impedido por las autoridades.

Olvidando sus años, el viejo guerrero ayudó a excavar un pozo para encontrar agua en la propiedad que le pertenecía. Pero este hecho afectó su salud, cayendo enfermo un 5 de setiembre. El pronóstico médico no dejó espacio a la esperanza.

Domingo Faustino se negó a recibir sacerdote alguno, siguiendo con firmeza sus convicciones, aunque estas no ayudaran a la hora de enfrentar el fin. El día 10 su estado agravó. Lúcido por momentos, pidió a su nieto ser trasladado a un sillón. Desde allí, pretendía contemplar el amanecer a través de la ventana abierta. Lamentablemente Sarmiento se fue antes del alba, a las 2.15 de la madrugada del 11 de setiembre. Dejó de existir en la misma tierra que había visto morir a Dominguito.

Como era costumbre, en personas de trayectoria y/o acaudaladas, se fotografió el cadáver. La imagen fue capturada por Manuel de San Martín y puede observarse en internet. Además, el artista Víctor de Pol confeccionó una máscara mortuoria. Se dispuso embalsamarlo utilizando el método Wickershaim, complementando la inyección de un fluido especial con glicerina y sublimado corrosivo; esta operación duró hora y media.

El féretro fue despedido en Asunción con un acto homenaje y cubierto por las banderas de Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, cumpliendo el deseo del prócer. Como señala Ricardo Rojas, Formosa recibió de la comisión paraguaya el ataúd, que fue transbordado al San Martín, nave de nuestra armada. De allí se lo trasladó a Corrientes, en cuya catedral principal se celebró un funeral; lo mismo sucedió cuando el cuerpo del sanjuanino llegó a Rosario y más tarde a San Nicolás.

Finalmente, el 21 de setiembre de 1888 al mediodía, autoridades nacionales y un numeroso público recibieron los restos de Sarmiento en la Capital. Una semana (sic) tardó en llegar. Llovía, hacía mucho frío y el cortejo  se puso en marcha hacia la Recoleta. Aquél féretro avanzó cubierto de flores por las calles de Buenos Aires; las mujeres observaban desde los balcones, por entonces no asistían a los funerales. En el cementerio pronunciaron discursos Aristóbulo del Valle, Osvaldo Magnasco, Agustín de Vedia y Paul Groussac. Los restos fueron colocados provisoriamente en el sepulcro de Dominguito.

Al día siguiente los diarios de Buenos Aires suspendieron sus ediciones y todos se unieron en una sola publicación bajo el título de “La Prensa Argentina: homenaje a la memoria de Domingo Faustino Sarmiento”, distinción y  reconocimiento inédito que jamás volvió a repetirse para nadie.

Para Rojas, la vida de Sarmiento no concluyó en aquel entierro, permanece entre nosotros y habla a través de sus escritos. Expresión plena de su dicotomía predilecta, tan civilizado como bárbaro, “El loco” Sarmiento es amado u odiado. Evidentemente, no escapó al destino que le vaticinó Jorge Luis Borges, ese de caminar entre los hombres que le pagan (porque no ha muerto) su jornal de injurias o de veneraciones.

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