Horas después de que un terremoto de 9 grados de magnitud golpeara la costa oriental de Japón en marzo de 2011 y desencadenara el desastre nuclear de Fukushima, Marta Wayne envió correos electrónicos a sus colegas de ese país, primero para ver si estaban seguros y después para hacer planes.
La fusión del núcleo del reactor de Chernobyl, Ucrania, en 1986, había sido una oportunidad perdida para que los investigadores recopilaran datos sobre los efectos ecológicos de radiación de bajo nivel, afirma. Los científicos independientes no tuvieron acceso al área durante una década. En esta ocasión, “inmediatamente pensé que era importante aprovechar el momento, y estudiar y reunir información sobre cuáles podrían ser los resultados reales de este desastre”, explica Wayne, una genetista poblacional de la Universidad de Florida, en Gainesville.
Wayne y otros biólogos que estudiaron Fukushima y Chernobyl se reunieron en Chicago en el marco de la reunión anual de la Sociedad de Biología Molecular y Evolución para informar lo que han aprendido hasta el momento, y qué estudios sienten que son necesarios para el futuro. Creen que su trabajo sobre los efectos de la radiación de bajo nivel en animales como mariposas y gorriones es relevante para entender el impacto de la radiación de bajo nivel sobre los humanos, con implicaciones para respuestas apropiadas del gobierno para las fugas de radiación.
Los efectos de tal exposición en los humanos se entienden muy poco, dice David Brenner, director del Centro de Investigación Radiológica de la Universidad de Columbia, en Nueva York. En una carta del 18 de marzo dirigida a John Holdren, asesor en jefe de asuntos científicos del presidente de Estados Unidos, él y sus colegas apelaron por una estrategia de investigación exhaustiva sobre el problema. “Estamos atrapados en un dilema por tener que tomar decisiones de política basadas en nada más que suposiciones”, afirma.
Brenner apunta que los riesgos (principalmente de cáncer) son reducidos. Un informe de marzo de 2013 de la Organización Mundial de la Salud, situada en Ginebra, Suiza, identificó puntos candentes en la prefectura de Fukushima, donde se ha pronosticado que los niños pudieran experimentar un ligero aumento general en el riesgo de padecer ciertos tipos raros de cáncer, como los que afectan la tiroides. Pero la mayoría de los estudios epidemiológicos en humanos no son tan grandes como para detectar pequeños aumentos en la prevalencia de condiciones raras.
Científicos como Wayne piensan que pueden cerrar algunas de las brechas en conocimiento estudiando otras especies, siempre y cuando puedan asegurar el financiamiento necesario. Eso ha resultado enormemente difícil en un mundo donde los datos sobre los efectos de la radiación son tema de un acalorado debate en discusiones sobre el uso de la energía nuclear.
Los datos que hay respecto a Fukushima son esporádicos, y debatidos. Una investigación que
ha causado conmoción concierne a las mariposas. Joji Otaki, ecólogo de la Universidad de Ryukyu, en Nishihara, Japón, durante más de una década ha estudiado los patrones de moteado de las alas y otras características de la Zizeeria maha, una especie japonesa. “Nunca soñé con usarlo para un accidente nuclear”, dice Otaki, quien presentó su trabajo en la reunión de Chicago. Pero luego del accidente nuclear de Fukushima, dos de sus estudiantes de posgrado lo convencieron de buscar anormalidades en la mariposa como indicador ambiental de los efectos de la radiación.
El equipo fue a Fukushima en mayo de 2011, dos meses después del terremoto, cuando las mariposas emergen de sus crisálidas, y otra vez en septiembre de 2011. Capturaron mariposas en sitios localizados entre 20 y 225 kilómetros del reactor. Los insectos muestreados en mayo presentaron pocos problemas, pero su descendencia creada en laboratorio tuvo muchas anormalidades, como alas deformes y manchas oculares aberrantes, y muchas murieron en estado de crisálidas. Entre las mariposas de septiembre, más de la mitad de la progenie mostró estos defectos.
El equipo de Otaki también expuso a mariposas de laboratorio a dosis de radiación similares a las que pudieron haber recibido las mariposas cercanas a Fukushima. Su descendencia desarrolló los mismos problemas. “A alguien se le pueden ocurrir explicaciones alternativas, pero pienso que la hipótesis de que la radiación causó muerte y anormalidades es la más razonable”, dice Otaki.
Tim Mousseau, genetista evolutivo de la Universidad de Carolina del Sur, en Columbia, considera que se necesitan enormemente más estudios como éste. Esta semana se dirigirá a Fukushima para iniciar su tercera temporada de trabajo de campo desde el accidente nuclear, dando seguimiento a aves, insectos y otros animales chicos. Su equipo notó mortandad en algunos insectos y números menguantes en algunas poblaciones de aves luego del trabajo de una temporada. Espera publicar pronto tres años de observaciones.
Para el financiamiento, Otaki dice haber tenido que recurrir principalmente a fundaciones privadas. “Pienso que tal vez es un tema muy delicado, políticamente”, señala. Mousseau ha recibido dinero de una compañía alemana de biotecnología y actualmente está trabajando con investigadores patrocinados por el gobierno finlandés. Pero dice que las subvenciones del gobierno de Estados Unidos son difíciles de obtener.
El Departamento de Energía en gran parte ha frenado el financiamiento a su programa de investigación sobre exposición a dosis bajas, y la Fundación Nacional de las Ciencias y los Institutos Nacionales de Salud han otorgado pocas subvenciones para este tópico. “Las únicas personas que parecen estar haciendo cualquier investigación son aventureros, oportunistas e independientes”, considera Mousseau. “Tienen cierta flexibilidad en lo que hacen y simplemente lo están haciendo por cuenta propia, sin apoyo oficial”, subraya.
Otros científicos discrepan con los informes de daños ecológicos de Fukushima. Afirman que la investigación de Otaki tiene fallas, porque la forma de las alas y otras características de las mariposas varían naturalmente con la geografía.
“Las sensacionales afirmaciones de este estudio no deberían usarse para asustar a la población local con la conclusión errónea de que su exposición a estas dosis de radiación ambiental relativamente bajas los pone en un riesgo de salud significativo”, escribió Timothy Jorgensen, biólogo especializado en radiación molecular de la Universidad de Georgetown, en Washington, en un comentario al documento de investigación de 2012 de Otaki. El informe de Mousseau sobre el daño a las aves un año después de Fukushima ha sido criticado por sólo haber incluido un período de muestreo y por carecer de datos de línea base.
Richard Wakeford, epidemiólogo de la Universidad de Manchester, Reino Unido, piensa que la investigación ecológica sobre los efectos del desastre de Fukushima resultará tan confusa como los esfuerzos para detectar los efectos sobre la salud en humanos expuestos a dosis bajas de radiación. Muchos ecosistemas y sus especies se alteran luego de evacuaciones humanas en formas que no tienen nada que ver con la radiación, afirma.
Wayne dice que la investigación post Fukushima necesita más apoyo para impulsar su calidad. Ella y sus colegas están redactando un libro blanco para establecer mejores estándares para recabar, analizar y compartir datos. “No queremos que ocurran desastres para que podamos recabar más datos”, explica. “Pero dado que ya ha pasado, deberíamos aprender de éste”, agrega.