Como sucede luego de una catástrofe natural como un gran terremoto, así se sintieron las muertes de Janet, Julieta y Ayelén en las entrañas del pueblo mendocino. Inmenso dolor de sus familias, amigas y de todas las mujeres y varones que defendemos una vida sin violencias.
Sus femicidios nos recordaron a Johana, Soledad, Marina y Majo por nombrar sólo algunas de las mujeres desaparecidas, asesinadas por violencia machista. Mujeres mendocinas de diferentes edades y clases sociales, porque la violencia hacia las mujeres es transversal a este sistema y no hay sector donde no se reproduzca.
Masivamente nos movilizamos por las calles cantando y sembrando consignas de amor frente al odio y la violencia que destruyen día a día a nuestra comunidad. En la multitud y diversidad de carteles, banderas, velas, fotos de mujeres víctimas, nos encontramos cara a cara conmovidos, impotentes, hartos, pero al mismo tiempo con la potencia de lo colectivo, del grito frente al silencio impune que hasta hace algunos años acompañaba a estas muertes. Ya no más crímenes pasionales, la gente sabe que se trata de femicidios, de la violencia de género en su manifestación más extrema.
Frente al desasosiego nos sabemos fortalecidos como comunidad rellenando el cráter del terremoto que dejaron las muertes y encontrándonos en un abrazo solidario.
El llamado “Ni una Menos” llegó hace más de un año a nuestro país para instalarse como práctica social y comunitaria frente a la violencia machista.
La del miércoles fue una marcha heterogénea, masiva, donde no sólo estuvimos presentes quienes pertenecemos a algún espacio político o social organizado, también estuvieron ciudadanos y ciudadanas que se sintieron convocados, interpelados a salir de sus casas a poner el cuerpo y defender sus derechos y el de las generaciones futuras.
¿Acaso esto es suficiente para combatir las situaciones cotidianas de violencia, para evitar el terrible final del femicidio?
Estoy convencida de que marchar y organizarnos en paz será una de las tareas más importantes para generar conciencia en la sociedad de la necesidad de construir relaciones más igualitarias, de mantener la tensión y las alertas como comunidad para repudiar a quienes destruyen a las mujeres para erguirse como hombres.
En este sentido, vale mencionar que la forma en que finalizó la marcha con un grupo minoritario generando destrozos en la Legislatura lejos está del objetivo genuino que tuvo la misma en su inicio y desarrollo. Que buscó opacar con más violencia un pedido de respeto y paz hacia las mujeres.
Además, será necesario seguir gestionando políticas públicas, mejorando la actuación de la Justicia, sancionando leyes que promuevan mayores protecciones para mujeres y niñas, formando a nuestros jóvenes desde las escuelas en el respeto de los derechos de todas y todos, y dando el debate en cada uno de los hogares desde la crianza, en las relaciones de pareja para desnaturalizar la violencia de género que convive en nuestras prácticas cotidianas.
Es tiempo de reconstruir como sociedad nuevos cimientos donde varones, mujeres y diversas identidades de género tengamos relaciones igualitarias.
No todo está perdido si somos capaces de multiplicar la potencia colectiva que nos reúne en las calles en cada ámbito en el que nos desenvolvemos.
¡Adelante entonces comunidad mendocina! Frente al dolor y la impotencia, aquí estamos firmes para seguir luchando por una vida sin violencias.