Francisco, el Aleph

Francisco, el Aleph

Jorge Luis Borges publicó El Aleph cuando Bergoglio todavía era Jorgito, un adolescente que oscilaba entre el corto y el largo de sus pantalones. Desde el 13 de marzo solo hemos leído y escuchado palabras que se relacionan con la elección del nuevo Papa. Creo que en algún momento de estas noches pasadas, todos hasta hemos soñado con él. Diría que la información ha ido desde lo pueril hasta lo íntimo y profundo.

Hoy una idea me despertó: de golpe, en medio de tanto sonido que no era ruido, apareció en mi memoria el cuento de JLB, El Aleph, una voz que designa a la primera letra del alfabeto arameo, que era el idioma de Cristo y el que hablaban asirios, caldeos, babilonios, medos y persas hasta la expansión del griego y luego del latín.

Un Aleph ?a decir de Borges- es "? uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos? " o "? el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos... he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo...."

Es inevitable, no puedo dejar de pensar en el Papa Francisco como un Aleph similar al que Borges vio alguna vez, en un sótano de la vieja casa inveterada de calle Garay donde vivía Carlos Argentino Deneri, el primo hermano de Beatriz Viterbo.

Arribaré a otro tópico: el blanco. Un color que reúne bajo la prueba del disco de Newton, a todos los colores primarios, y que, dicho de otro modo, es la suma de colores, y como el color es luz, el blanco es luz en plenitud. El blanco que usan los Papas, pero sobre todo el de Francisco, también fue una idea que me despertó. Era igualmente inevitable pensar que ese Aleph tenía que ser blanco.

El cristianismo en sus inicios, no formó parte de la historia, " mi reino no es de este mundo", dice su fundador, a quien no le importan ni la política, ni la economía ni el patriotismo, sino tan solo la salvación de las almas de todos. El Aleph lo contiene todo: mártires y leones, romanización de cristianos y cristianización de romanos.

Después Constantino, y con él, la definitiva entrada en la historia. Nacía una concepción mundana y social del Cristianismo, con todo su sincretismo, su mímesis, su permeabilidad para recibir la influencia de otros credos, incluidos los más paganos: la mitología antigua, la celta y la de los pueblos precolombinos se fundió en la mitología cristiana.

La Iglesia se apoderó de la historia, y así, de todo lo humano y de todo el mundo divino que ha creado el ser humano: las Cruzadas, los tormentos, las herejías, los cismas, la venta de indulgencias, la Inquisición, veinte Concilios -el primero, el de Jerusalén en el año 49 abrió las puertas a los gentiles-, la Reforma, la Contrarreforma y los jesuitas hablando del reinado social de Jesucristo en la Tierra, de la necesidad de detentar el poder y de la razón como parte de la fe. Luego la Doctrina Social, el Ecumenismo, la Teología de la Liberación, Lefevre, los tradicionalistas, y en el medio de todo, como si no existieran contradicciones, como si el ying y el yang no estuvieran presentes, la corrupción sexual y los negocios poco claros del Vaticano.

Es que el Aleph lo contiene todo. Contiene todas las miradas de todos: el clamor popular y los vivas al nuevo Papa; las diatribas de Verbitsky y compañía que lo vincularon con la dictadura tratándolo como a un genocida; o los que dijeron que "vino para destruir a los gobiernos populares de América Latina, como Wojtyla lo hizo con la Europa Oriental"; los que dicen que es tercermundista solo por tener la manía de ayudar a los curas villeros, o los que desconfían por su amistad declarada con los rabinos que defienden el matrimonio igualitario y que prolongaron alguno de sus libros.

Pero el Aleph está lejos de completarse, para ello harían falta infinitas palabras. Yo solo alcancé a ver las ideas que consigné antes y algunas otras a través del microscopio que me agranda lo pequeño, o del telescopio que me trae lo que me es lejano: San Francisco y su amor a los pájaros, la naturaleza toda como sujeto de salvación, el conservadurismo moderado, otra vez Verbitsky o Hebe o Cristina, la lucha contra la trata de personas, los pobres, una Iglesia pobre, el desdén hacia algunos protocolos, América Latina, África, zapatos gastados, San Lorenzo de Almagro.

El Aleph contiene todas las imágenes y fonemas, y entre estos últimos, escuché también que ese mismo Aleph consagrado Papa, pronunciaba las palabras "Espíritu Santo". Vi el número 266 (el que le corresponde en la historia) y vi el 115 y el 90, (los cardenales que lo eligieron). Vi a los pastores de todas las religiones, vi presidentes y príncipes de todas partes. Pude ver el cambio sin revolución, y pude ver el pensamiento de los obispos de Sudamérica en el Documento Conclusivo, el libro que le regaló a Cristina Fernández. Del Aleph salían sonidos de esperanza en todos lados, voces que clamaban por más igualdad y por más libertad.

Quién puede saberlo, quizás yo nunca vi ese Aleph en realidad, y quizás lo único que pude ver no han sido más que mis temores y mis deseos, y entre estos últimos, en ese Aleph color blanco, en esta especie de otro Big Bang, tal vez oí mi propia voz escéptica, atea, agonista, deseándole mucha suerte a Francisco el Aleph, con mis ojos cerrados, casi rezando.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA