Francia ratificó su poder hegemónico en el balonmano, ganó su quinta estrella mundialista y se convirtió en el seleccionado más ganador de todos los tiempos.
Con su 25-22 a Catar, el equipo galo demostró que la suma de sus cualidades sigue estando fuera de alcance para el resto de las grandes potencias o hasta de una sorpresiva como la local. Ahora, el pentacampeón del planeta suma este récord a sus dos medallas de oro olímpicas y a los cuatro títulos europeos.
Les bleus tuvieron que afrontar una final con más dificultades de la que preveían y sólo en un momento del primer tiempo pudieron despegarse a seis goles (13-7), pero en el resto su ventaja estuvo entre uno, dos o tres tantos y hasta pudo haberse empatado si es que el grandísimo arquero Thierry Omeryer no hubiera tapados tres disparos netos.
Catar tuvo en claro que a una defensa dura y que se cierra herméticamente como la francesa había que inducirla a caer en el error, pero por más cuidado de la pelota en la búsqueda de una grieta defensiva que hubiera nunca logró prevalecer en la zona caliente de la definición.
Francia planteó una zona defensiva compacta para salir rápido. Como siempre, se mostraron muy veloces sus extremos cuando se desplegaron en ataque y se apoyaron claramente en los lanzamientos externos con mucha potencia y precisión.
En la mayoría de los pasajes, hubo un 6-0 defensivo por ambas partes, que se transformó en un 5-1 esporádicamente; en este caso, los cataríes lo emplearon para intentar frenar la llegada de Nikola Karabatic a la zona de definiciones.
A propósito del número 13 francés, los adjetivos parecen quedar cortos. Un jugador fenomenal, con un sentido de tiempo y distancia que le permite partir como central e ir elaborando juego hasta el momento de elegir si ubicar el pase filtrado o jugársela en el lanzamiento externo.
Nikola Karabatic va camino de convertirse en una leyenda viviente del handball gracias a que sus notables condiciones técnicas se combinan con la visión de un estratega nato para conducir a su equipo gracias a su continua toma de decisiones.
De entrada, Catar propuso un juego de mucho roce físico y bloqueo sobre el eventual lanzador al arco. Su defensa rindió porque se mantuvo en un grado alto de concentración y sólo tuvo un pasaje de un claro dominio galo entre los 21' y 24' de la etapa inicial.
Cuando logró sacar por 2' a Nikola Karabatic, la formación conducida por el español Valero Rivera achicó las distancias y se fue al entretiempo con un parcial 14-11 en contra. Más allá de esta desventaja, ya había encontrado cómo dejar a su contrincante fuera de foco a partir de la presión asfixiante para cerrar espacios, recuperar el balón y jugarlo rápido en la búsqueda del uno contra uno.
Francia manejó con oficio aquellos pasajes en que se notó asediada por los locales e inclusive necesitó de Omeryer para que no se llegara a la igualdad entre los 18' y 21' del segundo período.
A 10' del cierre, Les bleus volvieron a necesitar que Nikola Karabatic volviera desde el banco para controlar el desarrollo del juego en su tramo decisivo. Con contras veloces, especialmente desde los extremos, mantuvo la diferencia en tres goles y en los 2' finales logró bajarle el ritmo a Catar hasta dejarlo fuera de distancia.
Una gran victoria, trabajosa por cierto, pero indiscutible. Francia fue el mejor de este Mundial y no hay objeción alguna. Un equipo de dos áreas, mentalmente fuerte y con impronta ganadora. Si encima contó con dos excepcionales aportes como los de Nikola Karabatic y Thierry Omeryer, queda absolutamente claro porque es una Selección que sigue haciendo historia.
