El ex presidente francés Nicolas Sarkozy ofreció hace poco un discurso ante una conferencia de telecomunicaciones en Montreal. “Me siento bien”, dijo, sonriendo. “Y cuando veo a quienes me sucedieron, incluso me siento muy bien”.
Para François Hollande, el hombre que le arrebató la presidencia a Sarkozy en mayo pasado, ha sido un “año terrible”, o eso dice incluso el diario Le Monde, tendiente al centro-izquierda. El periódico dedicó una sección entera a las complicaciones del presidente, la llegada repentina de la economía débil, impopularidad en sus máximos niveles en sondeos de opinión, tensiones abiertas con Alemania y divisiones dentro de su propio Partido Socialista.
La audaz intervención militar en Mali fue llamada “la excepción” para un presidente que es visto como agradable, sin carisma y sin autoridad -léase “no-presidencial”- por muchos que lo apoyaron hace un año. En las encuestas, solamente un cuarto de los franceses lo ven con buenos ojos.
Hollande “no ha mantenido sus promesas de campaña, relativas a un relanzamiento del crecimiento y creación de empleos”, destacó Shami Bashir, de 26 años, en una oficina de desempleo en los suburbios de París donde estaba buscando trabajo en servicio de bufetes. “Te queda la impresión de que la situación no puede empeorar, y entonces, pum, te enteras de que está empeorando”.
Amelie Donnini, de 29 años, dice que Sarkozy “sería mucho mejor para manejar la situación”, agregando: “Cuando menos, él tenía hombros anchos. ¿Hollande? Puf”. Tras un año de que empezara la presidencia de Hollande, Francia parece estar caminando a trompicones, con algunos detractores hablando de una amigable falta de objetivo, una falta de dirección y disciplina, de pequeños pasos en la dirección de la reforma económica. El Partido Socialista, e incluso algunos de los ministros del presidente, al parecer trabajan en su contra y en contra de sus estrategias, e incluso así no existe una sanción obvia de los disidentes.
Hasta el presidente de la Asamblea Nacional, el socialista Claude Bartolone, se ha pronunciado por un “segundo aire” en el gobierno y por un posible enfrentamiento con Alemania en torno a políticas de austeridad, las cuales dan prioridad a la reducción de la deuda por encima del estímulo para el crecimiento. Hollande “se refiere a esto como 'tensión amistosa’” con Alemania, declaró Bartolone al Le Monde. “En lo personal, es tensión, punto; de ser necesario, un enfrentamiento directo”.
La tensión abierta con Alemania y la canciller Ángela Merkel, quien participa en una campaña electoral que el gobierno francés claramente espera que ella pierda ante los socialdemócratas, ha sido un buen ejemplo de las dificultades de Hollande. y de su estilo. Él ha permitido que algunos ministros critiquen ásperamente a Alemania; ha tolerado que el Partido Socialista haga el borrador de un documento que cita la “egoísta intransigencia” de Merkel; ha aceptado que otros ministros ataquen el documento del partido, el que fue revisado y modificado más tarde. Sin embargo, no ha dejado en claro su propia posición.
El “jaleo en torno a Alemania dice muchísimo”, opina François Heisbourg, de la Fundación de Investigación Estratégica. “Se habría pensado que el presidente encontraría una oportunidad para asentar claramente su propia posición”. En vez de eso, asegura Heisbourg, “prevalece una sensación de ir a la deriva”.
Existen rumores de un reacomodo próximo, lo cual será negado por el Palacio del Elíseo hasta que ocurra. Por ahora, un prominente asesor de Hollande describió al presidente en términos de “calmado” y “zen”, consciente de que tiene cuatro años más para cambiar a Francia y teniendo cuidado de no moverse con demasiada rapidez.
Sin embargo, todo parece indicar que los franceses quieren acción en una crisis, y un presidente que case mejor con el modelo semimonárquico de la Quinta República, no el “presidente normal” que Hollande prometió. Les gustó el activismo de Sarkozy, incluso si llegaron a sentir desagrado hacia su personalidad y estilo en la medida suficiente para destronarlo.
Hollande ganó hace un año porque prometió que “el cambio es ahora” y fue el “anti Sarkozy”, destacó Pascal Perrineau, director del Centro de Investigación Política en el Institut d’Etudes Politiques. “Sin embargo, los galos no están convencidos del todo por este presidente normal. Parece más un primer ministro; no da la impresión de que encarne al Estado”.
Hollande “actúa como el presidente del Partido Socialista, siempre en busca de un mutuo acuerdo al costo de un poco de ambigüedad”, cree Perrineau. Una cosa es no convertirse en un “híper presidente”, sigue Perrineau, “pero, ¿qué es él? Un hipo presidente’, uno menor”.
Heisbourg cree que el problema “va más allá de la falta de autoridad, hasta una falta generalizada de profesionalismo en el gobierno y en el Elíseo”. Agregando: “El resultado neto es una preparación y toma de decisiones sumamente caóticas. Durante los primeros tres o cuatro meses se espera esto, pero no después de un año”.
Con respecto a la economía, se han dado modestos cambios para aflojar el mercado laboral y promover competitividad pero, al parecer, Hollande está reacio a hacer alarde de ellos debido a que van en contra del tejido de su partido.
Hollande se ha fijado “un índice base, que el desempleo alcanzará su cúspide al final del año”, dice Heisbourg. “Sin embargo, no hay señales de nada que llevarían a una persona razonable a esperar que eso se vuelva cierto. No es creíble, y la gente no lo cree, y la gente hace bien”.
De cualquier forma, las políticas económicas de Hollande, que han demorado reducciones en gasto público hasta el año próximo, son susceptibles en una recesión, opina Simon Tilford, jefe de economistas en el Centro por la Reforma Europea, y su lucha en contra de la austeridad está cobrando fuerza en Bruselas, pese a la frustración hacia él.
“Dadas las limitaciones, pienso que la estrategia del gobierno francés es tan buena como podrá ser”, dice Tilford. “Ellos están hablando sobre el argumento de la austeridad, pero intentando limitar obviamente el daño a una economía de por sí débil”.
“Se reconoce que Francia”, dado su tamaño e importancia, “es diferente” en Bruselas y en Berlín, destacó Tilford. La principal razón por la cual los costos de Francia para pedir prestado son tan bajos es que “los inversionistas están seguros de que el Banco Central Europeo hará lo que tenga que hacer para mantener la solvencia de Francia”. El viernes pasado, la Comisión Europea indicó que le daría más tiempo a París para reducir su déficit, siempre y cuando se hicieran cambios serios.
Hollande tiene cuatro años más, pero Perrineau prevé complicaciones, con más manifestaciones en las calles y elecciones locales que serán dolorosas, dadas las rupturas en su partido.
Gerard Grunberg, politólogo en el Institut d’Etudes Politiques, escribió la semana pasada sobre la “huida al pasado” del Partido Socialista, con sus críticas hacia Alemania, la Unión Europea y los modestos cambios al mercado laboral que Hollande ha negociado con desconfiados sindicatos.
“Incluso para observadores experimentados, la tendencia actual del Partido Socialista sólo puede dejarte estupefacto”, escribió Grunberg. “Todo parece indicar que el Partido Socialista ha abandonado cualquier ambición seria de apoyar a su propio gobierno en sus esfuerzos de reforma”.
En la oficina de desempleo, Nabil Sim, de 34 años, dice que los detractores de Hollande están demasiado impacientes. “Hasta ahora, yo no estoy satisfecho”, afirma, “pero ya veremos en tres o cuatro meses, quizá. Todo puede cambiar. ¿Va a tener un mejor desempeño en los próximos años? No lo sé. Eso depende enteramente de él”.