La fotografía de guerra y la actualidad más candente, junto con los desastres naturales y epidemias, son terreno fértil para las imágenes de alto impacto. Los corresponsales de guerra son idealizados como románticos e intrépidos personajes que van al frente en busca de la imagen que pueda cambiar el mundo. Pero también, muchas veces se los señala como mercenarios que revuelven la desgracia ajena con tal de ganar premios y dinero.
Rodrigo Abd y Carlos Barría son dos fotógrafos argentinos que trabajan para las agencias AP y Reuters respectivamente. Dieron la vuelta al mundo cubriendo todo tipo de historias, de conflictos armados a catástrofes naturales y pandemias. Ganaron los premios más importantes del fotoperiodismo, pero no se la creen.
“El término de fotógrafo de guerra es una fantasía impuesta por los mismos medios. No creo que a ningún ser humano o fotógrafo le agrade ver gente matándose”, dice Carlos Barría, que vive en Shanghai hace cuatro años. Antes, estuvo en Miami y en Chile, cubrió las guerras de Israel-Líbano, Irak y Afganistán, el terremoto en Haití, el tsunami en Japón, y el huracán Katrina. “Lo hacemos porque lo tenemos que hacer, pero eso de romantizarlo me parece una fantasía inmadura de la gente. Yo hago todo tipo de historias, y eventualmente me ha tocado cubrir conflictos armados”, explica a través de Skype desde su habitación del hotel en el centro de Hong Kong, donde está cubriendo las protestas callejeras “pro-democracia”. “Me parece medio ridículo soñar con ser fotógrafo de guerra -continúa-. Yo siempre supe que en algún momento me iba a tocar, y me preparé. No se trata simplemente de la foto que vas hacer o la adrenalina que vas a sentir. Es prepararte para decirle a tu mujer, a tus padres: ‘Che, sabé que voy a ir a este lugar y existe la posibilidad de que no vuelva”.
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