Aunque algunos persistan, ya no anuncian nuestra hora. A diario, pasamos frente a ellos y ni siquiera levantamos la vista de nuestros celulares ni del caos del consumo que todo lo trasforma en efímero. La ciudad, hasta hace unos años, les encomendaba la constante tarea de informar la hora pero también eran la guía de la vida cotidiana para marcar citas, concretar reuniones o sincronizar partidas.
Algunos relojes solían estar ornamentando las grandes fachadas de bancos, como los del ex Banco Mendoza, actual Espacio Contemporáneo de Arte (hoy reducido a una caja de cemento circular vacía y que sirve como nido de palomas), y el del ex Banco Hipotecario, actual Secretaría de Cultura (también sin nada más que el frente de vidrio despintado y sus agujas, y nada se sabe del mecanismo). Ambos bajaron de barcos franceses a comienzos del 1900 y, por las cosas del destino, ambos desaparecieron a fines de 1999.
Por la vereda oeste de la Avenida San Martín, a metros de calle Espejo, estaba la antigua Casa König. Arriba de un interminable voladizo aún se alza una verdadera reliquia de la ingeniería francesa. Un reloj que tiene dos caras y que funcionan al unísono, mediante la corriente eléctrica y con una batería para casos de cortes del suministro.
Peregrinos de abril
Sólo durante durante escasos cinco meses de este año, los paseantes de la plaza departamental de Godoy Cruz se deleitaban con las campanadas del reloj -ubicado en el campanario que pertenece al conjunto de la Comisaría Séptima- que marcaba cada hora exacta. La estructura es de origen francés y corresponde al 1919.
Ahora la manzana histórica de ese departamento luce incompleta sin su sonido debido a que el reloj volvió a romperse. María Clara, vecina desde hace setenta años, recuerda de memoria que en su niñez la noche previa al inicio de la Semana Santa solían juntarse cientos de peregrinos para salir en procesión hasta el Calvario cuando el reloj marcaba las seis.
Hoy el silencio se apoderó del sonido metálico, incluyendo ese tic tac del mecanismo, que se dañó junto al ocaso del segundo día de agosto.
En la madrugada de enero del año pasado un rayo cayó en la torre del reloj, conocida como el mástil mayor de ese barco imaginario que es el Museo de Ciencias Naturales Cornelio Moyano, justo en las Playas Serranas, a orillas del Lago del Parque San Martín. Desde entonces su capitán decidió zarpar a medio tiempo.
El sereno asegura que se puede escuchar cada noche, cerca de las cuatro, que por la sinergia del reloj del Este, logra mover a su gemelo del Oeste durante dos segundos. Es que es para que su viejo mecanismo no se entregue al olvido, agrega serio. Tal vez no tenga credibilidad, aunque nadie lo contradice
Imperiales, clásicos y ostentosos, eran objeto de veneración constante. Hoy sólo son, los curiosos relojes del ayer...