Se les hizo costumbre de verano. El 5 de enero del año pasado aparecieron jugando un partido de fútbol a beneficio en Mar del Plata; ayer estuvieron reunidos inaugurando una planta procesadora de residuos en José León Suárez. Mauricio Macri y Daniel Scioli saben o creen saber que mostrarse juntos les da rédito político.
Lo hacen más allá del conocimiento de muchos años y el buen trato indeleble que mantienen entre ellos. No necesitan hablar demasiado ni hacer declaraciones muy elaboradas. Tampoco es lo de ellos. Lo de ellos es gestual: aparecen juntos, aún en sus diferencias. La foto es el mensaje. La cuestión es diferenciarse. De Cristina, claro.
Hace un año, a Scioli lo cascotearon lindo desde el cristinismo cuando apareció de pantalones cortos junto a Macri. Recuérdese el momento: hacía menos de un mes que Cristina había iniciado su segundo mandato, el filo de su guillotina estaba intacto y los suyos, todos agrandados llevándose el mundo por delante. Scioli, entonces, creyó necesario subir dos grados su tono parco y mesurado: “Me rompe las pelotas tener que dar explicaciones”, dijo actuando bien su enojo por tanta lealtad mal reconocida. Pero en su estilo helado dejó clavado otro puñal: lo dijo en Clarín, lo que a Cristina y su jauría enojó tanto o más que la foto misma con Macri.
Fue el comienzo de un largo año de definiciones cautas pero firmes, en el que Scioli finalmente blanqueó que quiere ser presidente. Tipo difícil de aferrar este Scioli, siempre escurre y se escapa del collar de ahogo que hace rato quieren ponerle.
Ahora, ante una nueva foto con Macri, es de esperar un volumen menor de imprecaciones contra el gobernador. Véase el momento: pasó un año, Cristina perdió popularidad y poder de destrucción, todos los que ella eligió como enemigos siguen en pie, no tiene sucesión propia, la re-reelección suena más a mala palabra que a propósito alcanzable; y Scioli, con razón o sin ella, siente que está bien encaminado hacia su obsesión presidencial. Los que hace un año ladraban fiero hoy asustan mucho menos. Así de dura es la ley de la política.
Quienes ayer compartieron el acto inaugural de la mayor planta procesadora de residuos del país aseguran que ni Macri ni Scioli hablaron de política. Cuentan que tuvieron un encuentro algo formal, con empresarios y demasiados funcionarios alrededor.
Estaban los jefes de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta y Alberto Pérez, aunque la estrella del día era Diego Santilli, el ministro porteño que le viene metiendo impulso al control de los residuos. La planta inaugurada ayer procesará un millón de kilos diarios, que es el 14% del total de basura que produce la Ciudad. Santilli jura que a mediados de 2014 la Ciudad estará “impecable”. Macri le prende una vela a ese propósito: de cómo se vea la ciudad que gobierna hace cinco años también dependerá en parte la fortuna de su propio proyecto presidencial.
Ayer, lejos de la mirada pública, Scioli elogió la obra, responsabilidad del Gobierno porteño, y Macri le recordó de modo amable que la Provincia tiene que hacer lo suyo para que la basura alguna vez deje de ser una pesadilla para el área metropolitana. Scioli se comprometió a trabajar junto a los intendentes del Gran Buenos Aires -a ponerles presión en realidad- para que el tema no se duerma. Y no hubo mucho más.
De política habían hablado por última vez Scioli y Macri un mes atrás, cuando se reunieron justamente para firmar un acuerdo por la reducción y tratamiento de residuos. Lo hicieron a su modo. Mencionaron sus planes presidenciales. “Si te toca a vos, yo quiero ser embajador en Francia”, dijo Macri. “Y si te toca a vos, yo quiero Italia”, contestó Scioli. Todo muy en serio, pero en tono de broma. Eso fue hablar de política. No se pidan milagros: así son los principales aspirantes a la sucesión de Cristina.
La cuestión es que los dos están apuntados al mismo objetivo y saben que más tarde o más temprano pueden terminar siendo rivales directos. Los que suelen compartir esos momentos de encuentro aseguran que ayer, a diferencia de veces anteriores, esa aproximación hacia el tiempo de las definiciones pareció haber electrizado un poco el aire entre ellos.
Scioli y Macri son portadores de una ventaja comparativa, quizás la única: no tienen que actuar sus diferencias de ideas y estilo con Cristina. Son diferentes a ella, con todo lo malo y todo lo bueno que esa diferencia pueda encerrar según el gusto de quien compare a una con otros.
Además, aunque sus gestiones tienen luces y sombras poderosas, no son culpa de ellos la inflación, ni los cacerolazos, ni las protestas sindicales. Y aunque cuentan con fuerzas policiales a su cargo, los enojos por la inseguridad suelen golpear más sobre el Gobierno nacional, que además tiene funcionarios bocones que suelen empeorar lo malo en esta materia.
No es culpa de Macri ni de Scioli el cepo al dólar que derrumba miles de empleos en la construcción y fulmina el mercado inmobiliario. Ni son ellos los que atropellan a la Justicia, ni pelean la guerra santa contra Clarín habiendo tantísimos otros problemas verdaderos que atender. No fueron ellos los que hicieron un vergonzoso asado de fin de año en la ESMA sino el ministro Julio Alak, desnudando la imprudencia, la necedad o la impostura -o las tres cosas a la vez- de los que quizás se subieron al carro de los derechos humanos por puro oportunismo.
Por cierto, no son ni Macri, ni Scioli, ni Massa, ni De la Sota, ni Binner, ni ninguno de los dirigentes opositores los responsables del deterioro del Gobierno. Eso sí: si quieren ser los sucesores en el poder, tendrán que hacer mucho más que sacarse una foto cada tanto.