El nombre... Fausto Caner nació en Treviso, Italia, en 1947. Su familia se trasladó al sur mendocino cuando él apenas tenía 4 años. Esa primera infancia la vivió en San Rafael, donde solía pasar horas en el taller de su padre Elso, ebanista y pintor.
El llamado... Pensó en ser arquitecto, pero al contemplar tres esculturas (mientras cursaba el secundario en el C.U.C) sintió el llamado del arte. Entró a la Escuela de Bellas Artes; primero, como ordenanza. "Empecé por el piso", sonríe.
La unidad... Fausto, que lampaceando curioseaba y aprendía en todos los talleres (pintura, escultura, grabado), supo que necesitaba, en sí, unirlos. "Un artista tiene que vivenciar la experiencia total del oficio", asegura. El resto, es rescatar la libertad de la niñez.
El eterno... Acaba de cumplir 71. Su obra, donde vibra su potente visión sobre la identidad latinoamericana, persiste en murales, esculturas públicas y colecciones nacionales e internacionales. "Nada se acaba en este plano", reflexiona. "Volvemos a la vida de muchas formas".
Trazo que perdura. Fausto dio clases de dibujo técnico en el neuropsiquiátrico "El Sauce", en la escuela de educación especial Schweitzer y en barrios precarizados. Durante 20 años, su nombre brilló en las aulas de Bellas Artes donde formó a más de 500 alumnos.
Otra perspectiva. "Uso la perspectiva oculta", señala Caner al analizar su pintura. Es, a diferencia de la europea, una profundidad latinoamericana, dada por los planos y el color. "Mi pintura es frontal, como el arte de los egipcios y de los pueblos originarios de este continente". La geometría, para él, es el lenguaje esencial.
Relieve. Este magnífico homenaje a Baco se observa en una de las paredes de la Fundación Rural. Esa deidad del vino y el éxtasis le provocan una reflexión: "Todos estamos un poco locos. Al hombre le quedan dos caminos: el arte o la religión". ¿En qué creés, Fausto?, preguntamos. "En un nivel superior", responde. Luego, su mirada destella: "Soy Rosacruz".
Las huellas del trabajo. Cuando tocó la arcilla por primera vez, se emocionó. De tanto esforzarse en esculturas y murales, el pulgar del artista creó su propia curva expresiva.
La luna, su sello. En cada obra, aparece una media luna. "Es mi firma", dice. La usa desde la infancia, cuando la maestra de quinto grado lo mandaba a dibujar el cielo, porque solía confundir las palabras.
Los lazos. Aquí, junto a los artistas Bermúdez, Sarelli, Ravalle y Scacco. Pero Fausto quiere remarcar también otras afinidades, las de sus discípulos Osvaldo Chiavazza y Daniel Ciancio. Y, claro, la amistad que lo une desde hace 30 años con Ernesto Lona, un incondicional. Él es el único testigo de la obra en la que Caner está trabajando ahora: un tríptico que simboliza la percepción del "niño maestro".