El nombre... Alfredo Ceverino nació al norte del Zanjón de los Ciruelos, hace 77 años. Para tratar de evadir las jornadas del servicio militar (e inducido por su maestro de dibujo) cursó sus estudios en la Academia Provincial de Bellas Artes.
Salto a la fama... A fuerza de trabajo y talento, acumuló reconocimientos, premios, menciones, viajes por Europa y Latinoamérica y más de 42 exposiciones individuales. Su casa fue siempre un nodo cultural.
De viaje... "He ido de Las Heras a París y de París a Las Heras", aclara el hombre que pintó un Lautrec lasherino. "Lo importante, sin embargo, es tener adónde volver". Para Ceverino, la patria es el barrio.
Augures... Como escultor inauguró recientemente una obra impresionante: 12 estatuas de dos metros de altura realizadas en hierro forjado. "Encontré por fin el nombre, augures, los que leen las señales del cielo".
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La vida en trama. "Aquí estoy con la gorra de Fidel", dice tras la muerte de Castro. Con el infaltable mate en mano, Ceverino muestra el tejido simbólico de sus últimas obras. No hace alarde de ningún concepto, deja lugar a la interpretación. "La trama de la vida ante cada ojo", piensa.
Tesoros. Pequeños colgantes de la infancia de sus hijos y santitos encontrados en la calle son algunos de los amuletos que se hallan en su taller. Su objeto preferido es un balero de madera. Su prenda favorita, el sombrero de su padre. Su trama personal está tejida con luchas y afectos.
Fuga de artistas. Alfredo recuerda los tiempos dorados de la bohemia local, aquellos en los que un poeta, un músico y un plástico se juntaban a crear en tabernas y centros culturales. "Ahora no hay dónde", lamenta. Por eso su obra se llama "Los artistas se alejan de la ciudad más limpia".
Tres generaciones y un dios. Su nieto Iván, su hijo Alejandro y él están terminando juntos una magnífica escultura de Dionisio que han creado para un paseo público de la ciudad. La estética, esta vez, está forjada por los más jóvenes. "Es hora de pasar la antorcha", dice el maestro.
Presencias. Todavía se acuerda de las obras de títeres vistas en la infancia. Sobre el caballete, los juguetes custodian la permanancia del juego. Algo que su esposa Violeta, maestra, también ha transmitido a sus alumnos.
Pintar, sentir. "La cosa es seguir vivo a como dé lugar, haciendo algo para sentirme mejor", dice con la humildad de los grandes mientras pone un tema de Gieco. Sobre una pila de pinturas, hallamos "Maitines en la obra". Alfredo la vuelve a contemplar: "Está dedicada a un albañil que murió al caerse de un andamio en una construcción".
Resistencia. "Cuando pinto parto de un estado de mancha, luego va apareciendo la obra", explica. En el centro del taller, se ve una de ellas recién terminada. El tema es la Conquista de América. La trama de diseños originarios se extiende bajo la superficie de la lucha, como un código que resiste solapado, un tejido de resistencia subterránea.
Paleta lasherina. "Vivo en Las heras: soy hincha de Huracán y peronista", subraya el hombre que pinta a los silenciados con los colores de la conciencia.
Buen metal. Para la última edición de “Arte Erótico”, Iván esculpió una obra sutil. Como su abuelo, el metal lo atrae y lo interpela. Por eso, el taller donde los tres martillan, cortan y sueldan es una suerte de desarmadero de cuerpos en el que abundan cabezas, manos y pies. Bajo esa pasión, continúa la línea de talento de los Ceverino.