Fobias y neurosis de nuestros héroes

Próceres, pero también hombres. Aquí repasamos las manías y dolencias de algunas de nuestras prominentes figuras de la historia.

Fobias y neurosis de nuestros héroes

Más allá de haber sido prohombres o personajes más o menos polémicos y discutidos por nuestros historiadores, han sido seres de carne y hueso que adolecían de las fallas de cualquier hijo de mujer.

Había algunos valientes a toda prueba que temblaban ante una tormenta eléctrica; veteranos de mil batallas que vivían en constante zozobra y temor a ser envenenados; burlones y sádicos incorregibles. En fin, "de todo hay en la viña del Señor". Observémoslos como simples mortales y, tal vez, eso nos ayude a comprenderlos mejor.


El General Lamadrid, quien fuera por algún tiempo Gobernador de Mendoza, famoso guerrero de la Independencia, militar unitario, destacado por enfrentarse a Facundo Quiroga, llamado por Sarmiento en su "Facundo": "El más valiente de los valientes"; y según el mismísimo San Martín, era, tal vez, aquél que tenía más valor personal.

Famoso por haber participado en más batallas que ningún otro de nuestros militares. Había abrazado a su compadre Dorrego momentos antes de su fusilamiento, no obstante pertenecer a dos bandos enfrentados. También tenía su lado flaco, al igual que don Rudecindo Alvarado, guerrero de la Independencia. Veamos lo que nos cuenta Ramos Mejía:

"El ruido de los truenos -por ejemplo- bastaba para despertar, en dos de nuestros más reputadísimos valientes, ciertos estados de ánimos penosos, que constituían sus pequeñas neurosis. Lamadrid y el general Alvarado, que se hubieran batido solos contra una legión de demonios, no podían oír tronar sin sentir sus carnes crispadas por el más incomprensible terror.

Alvarado se envolvía en géneros de seda y hasta se echaba debajo de la cama para huir del rayo; el general Lamadrid caía de rodillas en un acceso de inconcebible pantofobia, acariciando el rosario y temblando como un azogado.

Cuentan que le temblaban las mandíbulas hasta reproducir ese repiqueteo desagradable que en el chucho del miedo produce el choque de los dientes; que latía con impaciencia su corazón y que una palidez lívida, la palidez del miedo supersticioso, invadía súbitamente su rostro". (Ramos Mejía en: "Las Neurosis de nuestros hombres célebres).

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