I. Las puertas cerradas
"¿Viste que al final de las vendimias siempre hay un zapateo?", pregunta Florencia Álvarez detrás del teléfono. "Bueno, la primera vez que le dije a mi mamá que quería bailar malambo fue en una de Rivadavia. Vi eso y me largué a llorar. ¡Con un desconsuelo...! 'Yo quiero hacer eso, yo quiero bailar como ellos', le dije. Tenía diez años, era muy chica".
Su mamá le dijo que eso lo hacían los varones, a lo que ella respondió: "Pero yo también tengo dos piernas". "Bueno, ya vamos a buscar un profesor", decidieron. Y las puertas que se le empezaron a cerrar a Flor fueron muchas. "Fuimos a buscar a un profesor y no quería darme clases; fuimos a ver el ensayo de otro ballet, y tampoco", se acuerda. Por el tono de su voz, parecen heridas sanadas. Nadie la quería tomar. ¿La razón? Haber nacido mujer.
II. Las puertas abiertas
Florencia tiene una gran trayectoria y una vida corta. Solo 23 años. Hace "apenas" diez años empezó este sueño de abrirse camino en una disciplina destinada exclusivamente a varones. Nada la detuvo y hoy, desde su casa en el sur del Gran Buenos Aires, puede contar que superó los obstáculos que quisieron entorpecerle la vida. Prejuicios, la mayoría de ellos.
Hace dos años se fue a vivir allá, para hacer la licenciatura de danzas folclóricas. Vive con su pareja (también malambista) y dan clases, además de dirigir un ballet folclórico infantil. Suena contenta y llena de proyectos: viaja seguido por el interior del país; cuando no gana un concurso, la invitan de jurado a otro; a veces, los gustitos de su agenda son volver por unos días a Rivadavia, de donde es oriunda. Pero pronto preparará las valijas para un viaje más largo.
-¿Es cierto que te vas a China a participar de un concurso?
-Sí, esa gira se va a realizar en las últimas semanas de octubre y las primeras de noviembre. Voy con la compañía Bravas, que dirige la catamarqueña Florencia Cura. Ella fue hace cinco años a China y junto a otros colegas crearon la compañía Puro Gaucho. Este año quiso armar una de mujeres, para competir en el festival China Wuqiao Internacional Circus, en Shijiazhuang, que también tendrá una instancia competitiva. Seleccionó a chicas de varias provincias, dos o tres somos las malambistas, otras tienen habilidades en otros ritmos que suman y hacen al show que buscamos, que no es el show de vestirnos de gaucho ni nada por el estilo. Nosotras estamos llenas de brillo, hacemos bombo, boleadoras, zapateamos, pero es todo un estilo más zen, con botas altas, tocados, superproducción, elegancia y delicadeza.
-Está buena la idea de fusionar...
-Sí, a mí me generó incertidumbre, porque incursiono desde chiquita en el malambo, que no voy a decir que es “tradicional”, porque no es tradicional que una mujer zapatee, aunque si me pongo al lado de un varón hago lo mismo.
III. La tradición
-Decías que tuviste mucha resistencia en el ámbito...
-Desde siempre fueron muchas puertas que se cerraron, pero también fueron muchas las ventanas que, como esta del concurso en China, se abrieron. Son los empujoncitos para poder seguir.
El caso es que, pese las negativas, nada le impidió seguir. Se le corta un poco la voz cuando se pone a contar que su familia fue su pilar (“los únicos que creían en mí”). Flor era una niña con el camino marcado: iba de peña en peña, de festival en festival, y grababa a los malambistas. Después los veía en la computadora e imitaba sus pasos. Pura observación, pura intuición.
“En la fiesta de mis 15 años zapatée por primera vez en público. Todos esperaban que saliera bailando árabe o danza clásica, que ya hacía, pero no. Yo no sabía lo que era una mudanza ni nada. No sabía nada, pero imitaba los movimientos. Mi mamá me hizo el traje y yo zapatée en público. Salí vestida con un traje celeste medio de gaucha, con una falda pantalón, unos zapatos viejitos y así zapatée. No reniego de eso y no me da vergüenza contarlo”, dice.
Poco después le dijo sí, finalmente, un profesor: Germán Aciar. Y desde entonces todo fue rápido y en ascenso. Ganó por ejemplo el certamen El Mejor de Cien, a los 17 años: "Fui la única que compitió entre malambistas varones. Yo hacía todas las mudanzas con un solo pie porque no sabía esa destreza que es poder hacer lo mismo con ambas piernas. Aún así gané. Si pude esto, puedo mucho más", se dijo.
Siguió un “trabajo de hormiguita” que eclosionó cuando, en la Fiesta Nacional de la Vendimia del año pasado tuvo el número de malambo central.
IV. El otro amor
Flor fue reina departamental de Rivadavia en 2015. Destacó en ese entonces por su discurso maduro y su reconocimiento de los artistas vendimiales. Ese año, era la única reina que sabía bailar folclore (¡y cómo!). Destacaba. La gente la empezó a llamar "La Reina que sabe zapatear".
Pero fue en el 2018 que tuvo la mayor responsabilidad de su carrera, al ser la protagonista del Malambo de San Martín en la Fiesta Nacional de la Vendimia de ese año, "Constelación del vino". Ponerla en el centro de las miradas, vestida de granadero feminista, fue una decisión arriesgada de Guillermo Troncoso y Vilma Rúpolo, los directores. Arriesgada, y funcionó.
Hoy, cuando lo recuerda, se queda sin aliento. "Se me inflaba el pecho cuando yo pasaba vestida de militar y la gente se empezaba a parar y a gritar: mirá, mirá, mirá. Esos minutos antes del malambo eran eternos". Las cientos de pantallitas iluminando el teatro griego, preparadas para filmarla, para sacarle fotos, para adorarla. Una situación colosal. "Me va a dar algo, no aguanto la emoción", le decía en la previa a su mamá. Y a Los Andes ahora: "Si tuviera que contarles lo que sentí, me faltaría el tiempo y me faltarían las palabras".
V. Todo está por venir
-¿Notás que ahora se acepta más a las mujeres malambistas?
-Hay resistencia pero ahora se está generando un efecto contagio, o una moda, por el malambo femenino, además de lo que generan las redes sociales, los medios de comunicación... todo eso le da ganas a las mujeres que no se animaban o a las que le dijeron que no. Ahora se está visibilizando más. Sí, nosotras también podemos.
“Yo siempre digo que el sol sale para todos y todo se puede con amor”, suspira. Y arremete: “Siempre he dicho que, mientras esté en mis manos, voy a luchar para que ninguna niña pase por lo que yo pasé solo por ser nena. No porque no tuviera condiciones: solo-por-ser-nena”.
En octubre del año pasado, se realizó el primer Campeonato Nacional de Malambo Femenino, en Villa Carlos Paz, donde Flor salió subcampeona. Este año quiere volver y ganar. Sin embargo, su máxima aspiración es otra. Ella quiere pisar algún día el escenario del Festival Nacional del Malambo, en Laborde. Es el santuario masculino del malambo y también el más famoso. ¿Algún día podrán participar, con igual dignidad, mujeres y hombres? Ese es el horizonte de igualdad. Después de eso, no habrá más puertas cerradas.