Por Alfredo Leuco - Periodista - Gentileza Radio Mitre
Rodolfo Páez, más conocido como Fito, es un exitoso artista rosarino que supo admirar al Che Guevara y sentir asco por la mitad de los porteños. Aunque no lo dijo, por carácter transitivo se supone que ahora también siente asco por más de la mitad de los argentinos que votaron al presidente que le produjo esa sensación de repugnancia.
Poco antes de las elecciones bajó el póster del Che y colgó el de Aníbal Fernández para quien hizo un concierto privado en su casa. Tomaron vino del bueno como amigos de toda la vida. La empleada doméstica que servía tenía guantes blancos. Y tanto Aníbal como Martin Sabbatella, su compañero de fórmula, estuvieron con sus esposas y corearon las canciones más emblemáticas.
Ahora Aníbal se dejó la barba y aunque sea muy canosa es lo único que tiene del Che: la barba.
Que Fito se haya sumado a la campaña de uno de los dirigentes con mayor imagen negativa es curioso. Es el que dijo que había solo una sensación de inseguridad y que en Alemania había más pobres que en Argentina. El que pidió que se metieran la marcha peronista donde usted ya sabe. Y sobre todo fue en plena ofensiva de la Iglesia Católica contra el jefe de gabinete al que por lo bajo describen como el diablo de la droga.
Los resultados fueron peor de lo esperado. Fito no les dio suerte a los muchachos que perdieron en la provincia en una de las derrotas más importantes de la historia del peronismo que los llevó a perder incluso en sus distritos, donde más los conocen. Aníbal mordió el polvo de la derrota en Quilmes y Sabbatella en Morón.
La doctora Elisa Carrió también responsabilizó al quilmeño de ser una suerte del patrón del mal de los narcos. Y hasta su propio compañero de militancia kirchnerista y ex intendente de Quilmes, Francisco “El Barba” Gutiérrez, se sumó al deporte de pegar a Aníbal con la venta de estupefacientes. Y que Fito no me venga a decir que el Barba es de derecha y también le produce asco.
Hablo de Fito porque fue el principal convocante de un acto del cristinismo que se hizo en Parque Saavedra ante una multitud de militantes, sobre todo de La Cámpora.
Fue un hecho político legítimo porque cada uno tiene derecho a apoyar y criticar a quien quiera. En este caso los besos fueron para Cristina y los palos para Macri. Hasta ahí, “tudo legal”, como dirían los brasileños. Sobre todo porque esta vez, por lo menos esta vez, el resto de los argentinos no pusimos un peso. Antes hacían este tipo de manifestaciones pero bancados con el dinero del Estado, es decir se hacían los clasistas y combativos pero con nuestro bolsillo.
Los artistas más cristinistas estuvieron eufóricos. Pablo Echarri y su esposa Nancy Dupláa, el ex menemista Gerardo Romano, Luisa Kuliok, Victoria Onetto, Mercedes Morán, Gastón Pauls, Cecilia Roth, la ex pareja de Fito, que caracterizó al gobierno como una derecha rara, y hasta Teresa Parodi, que fue cómplice de persecución y listas negras en la cultura y que diez días antes de irse nombró a 50 ñoquis en el ministerio para que lo paguemos entre todos.
El problema es que en ese recital, además, hubo un stand que parodiaba un juego de la computadora que instaba a tirarle proyectiles a cubos que tenían las fotografías de algunos personajes odiados por esta “izquierda papanata”, como diría Andrés Calamaro. Son los soldados de una Cristina que “dividió al país”, como dijo Joaquín Sabina.
En ese escrache con incitación a la violencia participaron hasta los chicos de algunas familias que fueron a expresar su bronca por haber perdido las elecciones. Había que ver a pibes tirando pelotazos a las fotos del presidente Macri, electo por el pueblo hace 40 días hábiles. Al mismo flamante jefe de Estado que ganó en Capital, Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Jujuy, entre otros lugares.
Los proyectiles para voltear muñecos, como si fuera una kermese del autoritarismo, eran también para Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal, la argentina con mayor imagen positiva, Hernán Lombardi, Alfonso Prat Gay, entre otros, todos de probada fe democrática y sin una sola acusación de corrupción.
También hubo proyectiles para Héctor Magnetto, CEO del grupo Clarín, al que recurren desesperadamente la inmensa mayoría de esos artistas insurreccionales cuando necesitan promocionar sus espectáculos.
Es lastimoso ver cómo se arrastran por un minuto de aire en TN o Mitre o unos centímetros en Clarín los mismos que decían que esos medios estaban manchados de sangre y que gritaban “devuelvan los nietos” a los trabajadores del grupo en referencia a una mentira, según lo determinó la Justicia, que sostuvieron Cristina y Estela Carlotto y que jamás los llevó a pedir disculpas a nadie por semejante nivel de estigmatización.
Una forma tradicional de saber si algo está bien y es moralmente aceptable es colocarse en el lugar del otro. ¿Se imaginan a artistas e intelectuales macristas, que los hay, convocando a tirarle proyectiles a unos muñecos con la foto de Cristina, Máximo, Lázaro Báez, Ricardo Jaime, Sergio Schocklender, Hugo Curto, Gildo Insfrán, Fito Páez y Pablo Echarri?
Denunciarían hasta en la luna que se trata de un hecho fascista y multiplicador del odio. Y tendrían razón. La cobardía es la degradación del ser humano. ¿Se imaginan lo que diría el CELS absolutamente cooptado por el doble agente Horacio Verbitsky?
Clarín pone la otra mejilla. Y todos los días entrevista y elogia a un artista kirchnerista en sus páginas. Gesto democrático que muchas veces se le vuelve en contra. Igual que Macri, que a través de los medios de comunicación en manos del Estado dejó trabajando en Radio Nacional, por ejemplo, a periodistas militantes que sin embargo, ante la mano tendida, ofrecen su puño cerrado.
Son los mismos que llamaron a juzgar periodistas en plaza pública como hacían los seguidores de Mussolini y a escupir retratos de colegas que no se arrodillaron ni ante el látigo autoritario ni ante la chequera corrupta del kirchnerismo.
Los cristinistas más fanáticos quieren profundizar la fractura social expuesta. Disfrutan y se hacen fuerte en la grieta mientas este gobierno se esfuerza en cerrarla. Tal vez el gobierno sea también, igual que Clarín, un poco ingenuo. Para dialogar y construir puentes de acercamiento, igual que el tango, se necesitan dos. Si uno no quiere, dos no pueden. El camino es claro.
Para los que acepten esa idea tan “reaccionaria” (entre comillas) como la de disentir con respeto y sin odios, la mano debe estar siempre tendida. Pero para los beligerantes que solo quieren tirar piedras, escupitajos o proyectiles la mejor solución es ignorarlos. Por suerte son una minoría dogmática, minoría intensa pero minoría al fin. Matarlos con la indiferencia los va a convertir en consumidores de su propio veneno.
Como dijo Calamaro: “Son los que nos quieren mostrar una presunta superioridad moral desde la izquierda de un río que huele a podrido”. Nauseabundo de corrupción y autoritarismo, agregó yo.
Si alguien cuelga el póster de Aníbal Fernández en su casa está todo dicho. Está cegado por la ideología del odio. Y es capaz de creer que los delincuentes son los mejores hombres. Y eso es imperdonable.
Fito y compañía, ¿quién dijo que todo está perdido?… yo vengo a ofrecer mi papelón.