Cada invierno, los visitantes extranjeros invaden la Laponia finlandesa, como un ejército de sombras que se desplaza por la nieve, entre cafés y tiendas, bajo la brillante luz azulada de los abetos.
Venidos de Europa y Asia, son cientos de miles, en parejas o en familia, los que convergen en esta inmensa tundra con la esperanza de encontrarse con el "verdadero" Papá Noel, ver una aurora boreal, o encarar el frío a bordo de un trineo.
El turismo es vital para este espacio ártico poblado de alces, osos y lobos. Pero los habitantes locales, en especial los samis, los criadores de renos autóctonos --antes designados bajo el nombre ahora peyorativo de Lapones--, se preocupan por los efectos de esa invasión en su modo de vida y en el medio ambiente de una región que está en la primera línea del calentamiento global.
En Rovaniemi, el "Santa Claus Village" es un parque de atracciones mágico, donde los turistas pasean en motos de nieve o en trineos tirados por renos, se refugian del viento en castillos de hielo, saquean las tiendas de "souvenirs" o degustan vino caliente con canela junto al fuego.
El flujo de visitantes no deja de crecer cada año. En 2018 fueron contratadas 2,9 millones de noches de hotel contra 2,2 millones en 2010. Pero el turismo de masa preocupa a la población, amante de su tranquilidad y de su privilegiada relación con la naturaleza. Los samis, presentes desde hace tres milenios en las inhóspitas regiones del Ártico en Finlandia, Noruega, Suecia y Rusia, ven con aprensión esta emergencia de un turismo industrial, por el que son tratados como "indígenas".
"Casi cada día hay gente (...) preguntando dónde se pueden ver chamanes o dónde están las brujas samis?", se indigna Tiina Sanila-Aikio, presidenta del parlamento sami de Finlandia. "Es una falsa leyenda, creada y alimentada por la industria turística", dice. Representantes de la comunidad acusan a operadores turísticos de hacerse pasar por samis, o vender artículos o productos atribuyéndoles poderes mágicos.
Los inviernos cada ve más cortos ya empiezan a sentirse. El año pasado, los operadores tuvieron que renunciar a ciertas actividades por falta de nieve en noviembre. AFP