Aunque Mendoza tenía dos áreas protegidas para la producción de papa semilla (la que se cultiva especialmente para plantarla y obtener otras para consumo), sólo conserva este estatus la de Malargüe y El Sosneado (San Rafael), mientras Uspallata perdió la denominación. El sur de la provincia tiene condiciones ideales para obtener material libre de los virus que afectan la productividad y la superficie cultivada se mantiene constante, en torno a las mil hectáreas. Sin embargo, los productores no escapan a las dificultades relacionadas con el “comprar en dólares y vender en pesos” y la falta de acceso a crédito.
Según datos del Instituto de Desarrollo Rural, que a su vez les remite el Iscamen (Instituto de Sanidad y Calidad Agropecuaria Mendoza), la superficie cultivada con papa semilla en Malargüe y El Sosneado en la temporada 2018-2019 fue de 925 hectáreas, la menor de las últimas seis y un 16% más baja que la de 2015-2016, que alcanzó las 1.096 hectáreas. Sin embargo, quienes se dedican a la actividad explican que, luego de alcanzar un pico de cerca de 1.500 hectáreas años atrás, se estabilizó en torno a las 900 a 1.100.
Cecilia Fernández, encargada del Área de Gestión de Información Estratégica del IDR, detalló que Malargüe es una zona de difícil acceso para las plagas, porque la topografía del terreno dificulta la llegada de los pulgones, que suelen ser vectores de otras enfermedades. De esta manera, se pueden cultivar semillas libres de virus, para asegurarse una buena producción de papa para consumo. Es que estas enfermedades suelen reducir el rendimiento de las plantas y, en ocasiones, afectar considerablemente la capacidad de guarda del producto final.
En este sentido, añadió, contribuye que se elijan sitios remotos, por la distancia con otros cultivos. Es que cualquier plaga tiene especies vegetales principales, de las que se alimentan, y hospederos secundarios, que les sirven para hacer un salto de uno a otro o para pasar la temporada invernal. El pulgón, por ejemplo, se puede alimentar de un frutal en los días cálidos pero protegerse en una maleza en los más fríos.
En el sur de la provincia, como antes también en Uspallata, se consiguen papas libres de virus, que luego se reproducen a partir de cortar pedacitos en los que haya “ojos”, de los que crece una nueva planta. Algo similar ocurre, planteó, con el ajo, que si se busca obtener un producto de buena calidad y buen calibre, se deben elegir ajos seleccionados, sin malformaciones y libres de virus (en este caso, la semilla es cada diente).
Osvaldo Oliva cuenta que se recibió como ingeniero agrónomo en 1983 y unas semanas después le ofrecieron un trabajo en Malargüe, vinculado a la producción de papa semilla. En un primer momento se trasladó solo y un año después se llevó su familia al sur provincial. Hoy, ya jubilado como docente, su otra tarea, se encarga de asesorar a dos empresas productoras: Cañada Colorada y Agropapas Malargüe, cada una de un hermano de la familia Bujaldón.
Oliva detalló que en el departamento sureño hay unos 22 productores de papa semilla, unos pocos que tienen de 50 a 200 hectáreas y la mayoría, que oscilan entre las 5 y 20 hectáreas. Y agregó que el número es relativamente estable porque el cultivo es oneroso y no permite salir y volver a entrar con facilidad por eso mismo. Es que es necesario registrarse en el Inase (Instituto Nacional de Semillas) y pagar un canon anual, por la fiscalización. También se paga un monto por hectárea y por bolsa de papas producidas.
Pero además, el cultivo empieza con microplántulas que se adquieren en laboratorios de otras partes del país, y se plantan en un invernadero. Cuando se cosecha esa primera producción, recién comienza el programa de multiplicación a campo, que va pasando por distintas categorías. Suspender un año, detalla el ingeniero, es perder todas esas categorías porque no se tienen los resultados del análisis de cosecha, que determina la calidad de las semillas en cuanto a infección por virus y presencia de nematodos.
El proceso
Osvaldo Oliva explicó que hay cinco laboratorios en todo el país, altamente especializados, que toman la variedad de papa que quieren producir, la analizan, seleccionan y germinan. De los “ojos” empiezan a salir brotes y de ellos se toman los meristemas o esquemas de crecimiento apical y se colocan en medios de cultivo, con control de temperatura, luz y humedad. Cuando nacen los nuevos brotes, se los multiplica y van a bandejas. Esta es la categoría “preinicial 1”, que es la que se entrega a los productores de papa semilla.
Cuando llegan al campo del productor, se las acondiciona en el invernadero durante unos 4 o 5 días para que se adapten, ya que pese a que también se trata de un espacio con condiciones controladas, no son tan precisas como las del laboratorio. Después, se las pasa a los canteros, donde, después de 90 días, alcanzan una altura de entre 60 centímetros y un metro. Abajo, están las papas que se cosechan, los minitubérculos de la categoría “preinicial 2”, que ya van directamente a campo.
El proceso de paso de una categoría a otra continúa. Ya que la nuevas plantas dan lugar, después de otro 90 días, a otros minitubérculos de la “inicial 1”. Para llegar a la “inicial 3”, explica Oliva, pueden pasar un par de años. Y para alcanzar la “fundación”, entre 6 y 7 años. Cada una de estas categorías tiene un valor diferente. Pero además, en este trayecto de año, puede, por alguna situación particular, aparecer un foco de pulgones o de nematodos y modificar la categoría alcanzada.
Mercado
El ingeniero agrónomo detalló que las semillas producidas en Malargüe son compradas por clientes en todo el país, particularmente de Buenos Aires (Tres Arroyos, Balcarce, Necochea, Tandil), Córdoba, Santa Fe, Chubut y Río Negro. También, por productores mendocinos, de Tupungato, Corralitos y Rodeo del Medio. Lo habitual es que no planten directamente esas semillas, sino que las multipliquen por un año, para duplicar la cantidad de futuras plantas.
A diferencia de lo que ocurre en Mendoza, donde los inviernos rigurosos sólo permiten una siembra anual –entre fines de octubre y principios de noviembre, para cosechar entre marzo y mayo-, en Córdoba, por su régimen libre de heladas, se pueden obtener dos producciones al año: una que se cosecha a fin de año (y se planta en mayo o junio) y otra que se obtiene en el otoño.
Zonas protegidas
En el pasado, rememora Oliva, sólo había unas pocas zonas diferenciadas en donde se permitía la producción de papa semilla, pero después la reglamentación se modificó y se habilitó el cultivo bajo el régimen de fiscalización –que certifica que sean libres de virus- en cualquier parte del país. Sin embargo, en otras zonas, donde las temperaturas son menos rigurosas y hay cultivos cercanos, es muy difícil controlar que no haya pulgones ni otras plagas que traen enfermedades.
Uspallata, que era una de estas zonas protegidas, perdió ese estatus, en parte por la ausencia de controles para asegurar que no entrara material que podría contener virus. José Calafiore fue el último en dedicarse al cultivo de papa semilla en esa localidad de alta montaña y, hace unos pocos años, viró hacia la papa para consumo.
El productor resalta que la zona sigue siendo apta para producir semillas, pero al haber dejado de ser protegida, está permitida la siembra de cualquier tipo de semilla; a diferencia de lo que ocurre en Malargüe, donde se controlan los ingresos y egresos de mercadería. Y si bien durante unos años siguió dedicándose a la producción, entendió que era muy riesgoso hacer una inversión de ese tipo cuando se puede perder si un vecino siembra papas infectadas y el virus –que no afecta la salud del consumidor, sino solo el rendimiento de la planta- es transmitida de una finca a otra por los pulgones.
Calafiore subrayó que el Inase no exige que la semilla provenga de un área protegida, pero que los resultados del análisis que establece la presencia o no de virus determinan en qué categoría se incluye a esa papa y, con ello, sus valores de venta.
Controles
Silvio Di Césare, técnico del Iscamen en la delegación Malargüe, detalló que este organismo, a través de un convenio con el Inase, se encarga de realizar la fiscalización obligatoria de papa semilla en todo el país. El productor tiene que estar inscripto en Registro Nacional de Comercio y Fiscalización de Semillas de la Nación para poder cultivar semillas en una zona protegida. En Malargüe y El Soneado, señaló, los beneficia la existencia de barreras sanitarias en los accesos al departamento.
Los cultivos, añadió, deben cumplir con una rotación, de modo que no se puede volver a plantar papa semilla en un mismo lote hasta el tercer año. Lo que los productores suelen hacer es colocar ajo y alguna pastura en las temporadas siguientes, lo que no sólo les permite tener un ingreso adicional, sino mantener el suelo en condiciones, sin crecimiento de malezas y sin que el viento se lleve la capa fértil, más superficial.
Para establecer la categoría, indicó Di Césare, se toman muestras de los tubérculos y se envían a laboratorios, que miden la presencia de virus y nematodos, y de acuerdo a los valores se realiza la categorización, ya que existe una cierta tolerancia. Y resaltó que la semilla que proviene de una zona diferenciada tiene una calidad que le otorga un valor agregado.
En cuanto al ciclo productivo, el técnico manifestó que el único material que puede ingresar al departamento son los mini tubérculos o micro plántulas que vienen del laboratorio, con el rótulo oficial del Inase. La época más adecuada de siembra en esa zona es noviembre y diciembre. A los 90 días se quema el follaje, para evitar que los pulgones puedan atacar la planta y la dejan 30 días más para que madure la piel.
En ese momento se toman las muestras, se cosecha y se embolsa para llevar al frío. Las papas, indicó, tienen que estar en estado de “dormición” hasta que lleguen los análisis y se determine si se puede vender como semilla o se tiene que destinar al consumo.
Di Césare expresó que la cantidad de hectáreas cultivadas en las últimas campañas agrícolas –no se habla de años porque se siembra entre octubre y noviembre y se cosecha en abril o mayo- oscilan entre 900 y 1.000. Más del 50% de esa superficie la concentran unos 3 productores y los 19 restantes son pequeños.
90 hectáreas para producir 30
Fabián Peloso se dedica hace 22 años a la producción de papa semilla en Malargüe. Cuenta que, como se exige rotación de cultivos y recién se puede volver a la papa semilla al tercer año, para tener 30 hectáreas de este cultivo, se necesita tener 90. Si bien él es propietario de dos fincas, ocasionalmente alquila un cuadro. En los dos años en que no puede colocar papa, implanta ajo y centeno o sorgo, que evitan que se llene de malezas el suelo.
Para las primeras multiplicaciones, elige predios cerca de la cordillera, aislados, para no correr el riesgo de que haya cerca una parcela con papa “guacha”, es decir remanentes que no se cultivaron el año anterior. En cambio, para las categorías más avanzadas, en las que la tolerancia a la presencia de virus es un poco mayor, se puede elegir otros terrenos.
Peloso señala que si en Malargüe se llega a un 2%, la papa se saca del departamento, pero que su calidad es excelente para sembrar para consumo hasta el 3 o 4%. En cambio, si los análisis dan bien, pueden llegar a hacer de 3 a 5 multiplicaciones, que se van vendiendo.
El principal cuidado que deben tener, detalló, es con la sanidad de la tierra y el vuelo de los pulgones. Por eso se siembra los primeros días de noviembre, para que en enero ya hayan cumplido los 90 días y puedan quemar las hojas con productos químicos de manera que, si llega un vuelo de pulgones, no encuentren follaje para picar la planta e infectarla si han picado antes otra que tiene virus.
Si bien reconoce que la agricultura nunca es fácil y que se caracteriza por altibajos, el mayor problema que encuentran últimamente los productores es que compran en dólares y venden en pesos. Todos los insumos, enumeró Peloso, tienen su valor en la moneda estadounidense: desde los minitubérculos, pasando por el fertilizante hasta llegar a la cinta de riego. Y de un día, para el otro, la cotización puede variar. Sin embargo, el precio de la bolsa de papas se fija en el billete local.
Por otra parte, mencionó la necesidad de acceso a créditos, en particular porque el chacarero, cuando tiene una ganancia, lo vuelve a invertir en la tierra, en la construcción de un galpón o en la compra de un tractor o de maquinaria.