Este mes, el Iscamen (Instituto de Sanidad y Calidad Agropecuaria de Mendoza) debería realizar el llamado a licitación para comprar los insumos para la campaña de control y erradicación de la lobesia botrana o polilla de la vid. Sin embargo, hasta el momento no se sabe si la Nación enviará recursos y los productores se han confiado en las acciones estatales porque sólo unos pocos han podido implementar acciones en forma particular. De no llegar financiamiento, Guillermo Asín, coordinador del programa de control de esta plaga, asegura que se perderá buena parte de lo que se ha logrado.
-La campaña pasada, la 2020-2021, ¿fue la última financiada por la Nación?
Claro. Venció el plazo de cuatro años que establecía la ley nacional 27.227 pero nunca se aplicó a pleno, porque nunca fue reglamentada y, básicamente, una sola campaña –la 2017-2018- tuvo financiamiento de forma parecida a lo que establece la ley. Para el resto, se hizo un esfuerzo grande por parte de la provincia y los productores, y no tanto desde la Nación.
La ley establece un cierto monto de dinero a invertir por parte del gobierno nacional, de acuerdo con la superficie que está en cuarentena. Esos ajustes nunca se hicieron. Con los fondos que había disponibles, se ejecutaron planes lo más eficientes posible desde lo técnico. Pero, más allá de que se lograron buenos resultados, podrían hacer sido muchísimo mejores.
-Esta última campaña, según difundieron desde Iscamen, fue acotada…
-Las últimas dos fueron de sostenimiento, tratando de evitar que hubiera un gran rebote, aunque siempre hay uno pequeño, porque en zonas donde no se trabaja desde el programa, la plaga crece. La controlamos en las zonas donde sí trabajamos, ya sea con aplicaciones, feromonas, o cualquier herramienta con la que hayamos intervenido según las condiciones previas que teníamos de la plaga en cada campaña. En esas áreas se ven los resultados directos. Ahora, en las otras, se observa cómo la plaga creció. Lamentablemente, hay muchos productores que no han hecho aplicaciones para nada. Ni de las tradicionales.
-¿Por el incremento de los costos?
-Es un sector que está en crisis y hay muchos viñedos que están en producción pero no los cuidan tanto. Hay sucesiones familiares, productores empobrecidos, pagos de las bodegas en períodos muy extendidos, de 12 meses. Son una serie de cuestiones que van haciendo que se vuelva complejo para el productor asumir los costos que ya venía asumiendo por su producción y con lobesia se les ha sumado un costo más, que no tenía en su esquema de costos.
-¿Cuál sería la diferencia entre una campaña de sostenimiento y una de lucha activa?
-El monitoreo de la plaga se hace en todo el territorio, todo el año. Se hace con trampas específicas, que están distribuidas en una red, por así decirlo. Básicamente, se superpuso un cuadriculado con el territorio y se respeta una cierta densidad de trampas. Eso nos sirve para censar qué cantidad de insectos hay en cada zona. En función de esos niveles que detectamos, vamos ajustando los planes de control y definimos las herramientas con las que hay que actuar en cada zona.
Lo ideal sería combatir la plaga con todas las herramientas posibles, en todas las zonas, para poder erradicarla. Lo que estamos haciendo no es eso, sino, con los recursos que hay, tratamos de cubrir la mayor superficie y reducir la presencia lo más posible, pero no estamos haciendo todo lo que tendríamos que hacer.
-¿Cuáles son esas herramientas?
-Son cuatro, que se tienen que complementar. Una es la técnica de confusión sexual, que usa feromonas, con los difusores que se colocan entre agosto y setiembre. Otra es la aplicación de insecticidas, que puede ser hecha por el mismo productor o la que realiza el Iscamen con aviones, que se adapta para algunas zonas y otras no. También utilizamos drones con feromonas pulverizables. No se usa una sola herramienta, sino que, según las condiciones de la plaga que se detectaron con el monitoreo, se combinan una, dos o tres.
Para las aplicaciones realizadas por los mismos productores, siempre hacemos énfasis en la importancia del uso de insecticidas de alta especificidad. Es decir, que afecten únicamente a la lobesia y que no causen ningún desequilibrio. Porque otro componente es el control natural de la plaga, que existe. Hay muchos insectos alimentándose de la polilla de la vid y tenemos que protegerlos. Una forma es con las feromonas, que son sumamente específicas, y la otra, la utilización de insecticidas que matan solamente lepidópteros y nos ayudan a cuidar todos los otros órdenes de insectos que se alimentan de esta plaga y de otras.
Los productores ¿entienden la importancia de esto?
Sí. El tema es que hemos llegado a un punto en el que han delegado el control de la plaga en el programa, con la lucha activa, y hay poca superficie de viñedos con tratamiento de forma privada. Entonces, es muy notorio el efecto del programa provincial, porque si nos corremos de una zona, la plaga crece. Donde actuamos, se controla.
La idea original de la ley nacional era financiar cuatro años de trabajo conjunto y después que el productor siguiera…
Sí, porque no se trataba solamente de volcar recursos para aplacar la plaga. Era también una etapa para que los productores aprendieran a utilizar las feromonas. Prácticamente el 100% recibió un difusor o aplicó insecticidas. La idea era que adquirieran el conocimiento para poder hacerlo por sí mismos y la mayoría lo ha adquirido. El tema se complica cuando hay que definir quién aporta los recursos. En las últimas temporadas ése ha sido el problema. De hecho, en esta campaña, que se extinguió el plazo de la ley nacional, las entidades vitícolas están viendo de dónde van a conseguirse financiamiento porque hay mucha preocupación.
-¿Cómo se perfila esta nueva temporada?
-En agosto empieza la actividad de la plaga. Con los primeros calorcitos salen los adultos a poner huevos en los racimos florales, que aparecen a principios de setiembre. Ya para ese entonces, hay que empezar con las medidas de control. El difusor de feromonas se coloca entre agosto y setiembre y la aplicación de insecticidas se hace fines de setiembre y principios de octubre.
Hoy hay una vitivinicultura dividida en dos: hay un cierto porcentaje que hace lo que tiene que hacer, pero alcanza, como mucho, al 15%. El resto o no está viendo el daño y no se preocupa, o no puede hacer nada por cuestiones económicas. Todavía no hay certeza respecto de si va a haber fondos o no.
El Iscamen hace la compra de los insumos por medio de licitaciones, que requieren por lo menos de un mes de anticipación, para completar todo el proceso de llamado. Quiere decir que en el transcurso de julio deberían aparecer fondos para hacer ese llamado de contrataciones, para llegar a tiempo a agosto.
Por ahora, el Gobierno provincial, junto con algunas entidades, ha hecho el pedido a la Nación, concretamente al ministro de Agricultura, Luis Basterra. Sabemos que está en manos del Senasa, que es el organismo al que el Ministerio deriva estas solicitudes, para que las evalúen. Pero todavía no tenemos nada concreto.
En las cuatro campañas previas, llegaron fondos. Por lo menos, para implementar planes mínimos y evitar un gran rebote o perder lo que se hizo. Pero si no aparecen recursos para la próxima, claramente va a haber un retroceso importante.