La vitivinicultura argentina vivió un proceso de transformación, que condujo a la industria a un nivel de profesionalismo impensado hace algunas décadas. Sin embargo, el enólogo Fernando Buscema advierte que en el camino se dejó de lado el estudio de las plantas de vid, que son el punto de partida para cualquier vino.
Buscema se desempeña como winemaker del blend ícono Nicolás Catena Zapata, pero también dirige el Catena Institute of Wine y Caro, además es propietario de Qualab, un laboratorio de diagnóstico de virus en la vid. El experto dialogó con Los Andes y compartió su experiencia en diferentes campos de la industria.
- ¿Cómo se inició en el mundo de la investigación científica?
- Mi primer vínculo con la investigación fue con los espumantes. Trabajaba con Norberto Richardi y luego conocí a José Galante, quien me invitó a sumarme a Catena Zapata. Cuando se presentaba un problema en el área de viticultura, iba a trabajar al INTA y a la Facultad de Ciencias Agrarias y sentía que hablaban un idioma diferente al de los productores.
En ese momento pensé: “voy a tener que ser viticultor, enólogo y científico para que me acepten en los dos lados”. Eso me llevó a moverme por todas partes y comencé a ganar experiencia en diferentes campos.
En ese ínterin hice una maestría en viticultura y enología, para estar más cerca de la parte agronómica. Allí, en la Universidad de Carlifornia (Davis), logré hacer investigaciones en el laboratorio de Roger Boulton. Fue mi mentor y director de tesis. Ahí me gané el respeto de los científicos.
-Su idea, entonces, es ser el nexo entre científicos y productores..
- Exacto. Siempre lo grafico con un ejemplo de dos ciudades separadas por un río grande. De un lado están los productores de plantas y del otro lado los científicos. El puente está maltrecho y la circulación entre ambos lados es muy mala. De esa forma, ambas ciudades se terminan muriendo.
A mi me obsesionó la idea de reconstruir ese puente. Para hacerlo, participo de dos proyectos. Por un lado, trabajo con el Catena Institute of Wine, que interactua con el circuito científico a nivel mundial. Por otro lado, hace un par de años decidí fundar Qualab (Qualab.co). Todos los enólogos quieren hacer sus propios vinos, pero yo opté por formar un laboratorio de diagnósticos de virus en la vid.
- ¿Cuál es el estado general de sanidad de las vides argentinas?
- En nuestro país hay muchas enfermedades presentes. Nos dimos cuenta de esto cuando empezamos a ver que en Estados Unidos los viñedos de menos de 25 años de la principal zona productora lograban 400 quintales por hectárea de Chardonnay.
En Argentina, en cambio, la productividad es muy baja, casi nunca supera los 100 quintales por hectárea y si lo hace, casi siempre es uva de mala calidad. Nosotros lo asociamos siempre a una cuestión genética, pero los expertos de Estados Unidos no dieron su hipótesis de que la baja productividad de los viñedos argentinos se debía principalmente a los virus. Dicen que las plantas están enfermas.
Hace unos años, con Sebastián Gómez Talquenca (reconocido virólogo nacional) -gracias a la iniciativa de Laura Catena- hicimos el análisis de nuestros vinos. Fuimos a la Universidad de Davis a trabajar con la Fundation Plan Service (FPS) y ellos nos hicieron notar que lo primero que debíamos hacer era, en realidad, analizar las plantas,
Estamos en una industria que se profesionalizó y revisa la calidad de todo, pero no de las plantas. Ahí fue que hablé con Talquenca y él me mostró un ensayo que hizo con Malbec, comparando plantas sanas y plantas con virus. Las de virus rendían 40% menos.
-¿A qué conclusiones llegaron con el análisis de las vides argentinas?
- La vid es el cultivo en el que más virus se han identificado en el mundo. En Argentina ya se han observado 14 enfermedades diferentes, pero la mayoría son resfríos sencillos. El problema es que hay tres o cuatro “coronavirus”.
El último que se conoció es el Red Blotch, que fue identificado por la FPS. Ellos nos ayudaron a poner a punto la técnica para medirlo en nuestro país y a partir de ese proceso, identificamos un virus inédito en Argentina, que luego se fue detectando en otras partes del mundo.
Sin embargo, nos encontramos con el problema de que el único laboratorio de Argentina que hacía análisis de virus era el laboratorio del INTA, que en realidad es de desarrollo, no de servicios. De ahí fue que nació la idea de fundar Qualab y licenciamos la técnica del INTA.
-¿En análisis de la vid tiene un costo accesible para todos los productores?
-Desde el principio entendimos que el test tenía que estar al alcance de todos. Por eso logramos un acuerdo para estar dentro de la infraestructura del INTA. Así logramos ser más competitivos y ofrecemos un costo final 20% más bajo que el promedio internacional.
Un análisis por hectárea, que es lo mínimo recomendado, puede incrementar un costo de implantación en apenas un 0,3%.
- Una vez detectadas las enfermedades, ¿cómo se pueden enfrentar?
- El gran problema es que una planta contagiada, ya no se cura (solo puede ser tratada antes de su implantación). Lo que sí se puede hacer es prevenir los contagios y eso se logra de una manera similar a lo que se hace con el coronavirus.
Lo más importante es no plantar vides enfermas. Empezar con planta sana equivale a que “no entre gente del exterior con coronavirus”. Después, se debe evaluar cómo evitar que las plantas que ya están enfermas dentro de la finca, contagien a otras. Se deben encontrar los vectores -un insecto, por ejemplo, que pica una planta enferma y la traslada a una sana-, como nematodes y cochinillas harinosas. Una vez identificados los vectores, se puede controlar la circulación, como lo hemos hecho con la Lobesia. En resumen, con plantas sanas y control de la circulación, se puede evitar que las vides sanas se infecten.
- ¿Esto implica un trabajo coordinado entre productores de una misma zona?
- Sin duda es algo que trasciende a una empresa o un grupo de trabajo. Es algo de implicancia provincial y nacional. Venimos ahora sosteniendo reuniones con Iscamen para poder hacer un relevamiento que nos permita definir áreas “calientes “de virus y reconocer los vectores. Una vez hecho el mapeo, es pueden tomar medidas conjuntas.
- ¿Cómo se financiará el operativo en conjunto?
- El trabajo del Iscamen es central y como organismo, tiene experiencia combatiendo otras plagas. Lo mismo pasa a nivel nacional con el Senasa, que controla las fronteras, y el Inase, que hace lo mismo con los viveros.
Había un proyecto de ley para apoyar esta clase de iniciativas con financiamiento del Gobierno. El vicegobernador, Mario Abed, tiene una gran conciencia de lo que necesita el productor y seguramente buscará la forma de ayudarnos. Hay oportunidades de lograr crédito con el BID. Hasta acá hemos hecho todo con fondos propios.
- ¿Se pueden combatir las enfermedades en viñedos orgánicos?
- Estamos presentándonos en una línea de financiamiento del Ministerio de Producción para ayudar los productores que quieren convertirse a orgánicos. Su principal problema son las hormigas cortadoras de hojas. Son fáciles de combatir con productos químicos, pero en el momento mismo en que se aplica el viñedo deja de ser orgánico.
No obstante, la bióloga Patricia Folgarait desarrolló un controlador biológico para las hormigas de hojas. Se mueren gracias a un microorganismo que se aísla de las mismas hormigas y así se evita el uso de químicos.
-¿Cuánto han mejorado en productividad los viñedos que han podido ser protegidos de virus?
- Recién estamos empezando en Argentina, pero podemos sacar conclusiones en base a lo que pasado en los países que ya lo hicieron. Sabemos que con nuestros viñedos plantados, estamos perdiendo el 40% al 50% del potencial de cada planta.