Azrael, Remiel, Sariel, Samael, Arcángeles, Mil demonios. Sin dudas son nombres bíblicos, pero, además, conviven en Mendoza bajo el paraguas de la bodega Sin Reglas. Andrés Ridois es un bodeguero atípico: economista de formación, en esta nota con Los Andes habla de todo, desde su viaje personal tras una enfermedad, la necesidad de romper esquemas preconcebidos y su visión sobre cómo evolucionará la industria del vino.
—Tu recorrido personal por la espiritualidad tiene un fuerte vínculo con tus vinos. ¿Cómo transitaste ese camino y qué buscás transmitir?
—Siempre fui disruptivo, no puedo evitarlo. No me sale ser clásico, aunque lo intente. Creo que esa tendencia me ha acompañado toda mi vida. Para mí, las marcas deben tener magnetismo; necesitan conectar con la gente de una manera más profunda. Es difícil lograr esa identificación cuando simplemente ponés tu nombre, porque requiere mucho más esfuerzo y tiempo. En cambio, si usás conceptos que resuenan en lo más íntimo de las personas, es mucho más fácil que se identifiquen y recuerden tu marca.
—Por eso elegiste nombres con connotaciones místicas y religiosas...
—La espiritualidad es algo que nos atraviesa a todos, en mayor o menor medida, y para mí ha sido un camino personal muy importante. No creo que la búsqueda de lo material, o solo del dinero, nos lleve a la felicidad. De hecho, creo que vivir enfocados únicamente en lo externo nos aleja de nosotros mismos.
En algún momento, especialmente cerca de los 40, entré en una crisis existencial. Me preguntaba: ¿para qué estoy dedicando tantas horas al trabajo? ¿Cuál es el sentido de todo esto? Creo que es algo que muchos se plantean en algún momento de sus vidas. Y esas crisis, aunque incómodas, son grandes oportunidades para tomar decisiones y cambiar el rumbo.
—¿Cómo se refleja eso en tu bodega y en tus vinos?
—Creo que los vinos también pueden ser un medio para transmitir un mensaje, para compartir un conocimiento más profundo. Si dedicamos tanto tiempo de nuestras vidas a trabajar, ¿por qué no intentar que ese trabajo tenga un propósito más elevado? A través de los nombres de mis vinos, busco invitar a la reflexión, a conectar con algo más trascendental. Porque al final, la plenitud solo se encuentra cuando miramos hacia adentro; lo externo, por sí solo, nunca será suficiente.
—Durante el recorrido por la bodega mencionaste que el crecimiento indefinido de las industrias ya no es sostenible. ¿Qué reflexión hacés sobre esta idea aplicada al vino?
—Es una realidad que no podemos crecer indefinidamente. Los recursos son limitados, el planeta es uno solo, y ya estamos causando problemas graves porque somos demasiados y consumimos más de lo que el entorno puede darnos. En el caso del vino, hemos llegado a un punto en que el consumo global no crece, y en algunos lugares incluso está cayendo. Este techo nos obliga a repensar nuestras estrategias.
—¿Creés que este “techo” puede ser una oportunidad?
—Llegar a un techo puede ser positivo porque es el momento en que dejás de expandirte sin límites y empezás a buscar rentabilidad real. En una industria como la nuestra, que siempre está invirtiendo en más producción, más botellas, más tecnología, llega un punto en que no podés sostener ese modelo. Ahí es cuando empieza el verdadero desafío: encontrar una economía sustentable, tanto para los productores como para los consumidores.
—¿Cómo impacta este cambio?
—El gran problema es que vivimos en un contexto inflacionario que destruye la capacidad de ahorro y fomenta el gasto excesivo. Este proceso afecta no solo a las personas, sino también a las empresas. En nuestra industria, por ejemplo, hay exceso de stock, muchas bodegas, mucho vino... Y no todos tienen un mercado claro. Eso significa que habrá un ajuste inevitable.
—Hiciste una analogía con la industria de los relojes, que también se reestructuró con el tiempo.
—Sí, porque es un ejemplo claro. En 1980, el mercado de relojes era inmenso: había cientos de marcas y muchísima producción. Pero se reestructuró y hoy es mucho más pequeño, enfocado en nichos específicos, como el lujo o la tecnología. Algo similar puede pasar con el vino: tendremos que adaptarnos, encontrar nuestra identidad, y aceptar que no hay lugar para todos.
La industria relojera pasó por una transformación pero encontró un nuevo equilibrio. Creo que en el vino pasará algo similar. Para sobrevivir, los bodegueros tendremos que recurrir al ingenio y la creatividad. Es momento de replantearse modelos de negocio, de unirse con otras industrias, y de entender que somos más que productores de vino: somos generadores de prestigio y experiencias.
—¿Cómo ves el futuro de las marcas en este contexto?
—Muchas marcas desaparecerán. Habrá gente que, simplemente, dejará de invertir en este negocio porque se cansará o porque no le será rentable. Pero estoy convencido de que el lujo siempre sobrevive. Para mí, el segmento premium es como una dama de alta sociedad: es lo único que va a perdurar.
—¿Ese enfoque hacia el segmento de lujo es la clave para la reestructuración?
—Es una de las claves. Cada bodega tendrá que encontrar su propia identidad y adaptarse. Creo que el futuro estará en el posicionamiento, en ofrecer algo único y valioso, porque la industria del vino, como la conocemos, está cambiando y achicándose.
—¿Cómo ves el futuro de Bodega en este contexto?
—Estamos apostando a trabajar en mercados reales, no en fantasías de expansión ilimitada. Queremos entender qué valoramos como industria y qué buscan realmente los consumidores. La clave está en ser sostenibles y generar rentabilidad en un mercado que, sin duda, será más reducido pero también más exigente. Es un desafío, pero también una oportunidad para mejorar y diferenciarnos.