Filósofo en meditación

Filósofo en meditación
Filósofo en meditación

Acelera los pasos sobre el camino de piedra laja y se interna en un sótano resguardado de verde. Mucho verde.

Desciende por una escalera caracol que intenta conectar el cielo con la tierra. Se sienta buscando la luz que entra por una ventana. Las manos juntas reposan sobre sus rodillas y los ojos cerrados con suavidad, favorecen la concentración.

Evoca, indaga, filosofa. ¿Qué persigue? Se opone a las actitudes de la sociedad. Pretende la espiritualidad de la materia: acción y reflexión, concentración y difusión. Una convulsión involuntaria lo sacude. Se reconoce transgresor. No es fácil ser vanguardista. ¿Qué importa si ésa es su verdad?

Desde otro ángulo de aquella espiral claroscura, alguien, que no debió distraerlo, vela su éxtasis. ¿Qué lo alimenta? ¿Qué lo mantiene? Acaso el intento por expresar lo inefable.

Funde sus fantasías con el análisis de lo cotidiano. Se incorpora. Grita: ¡Sí, el hombre fue creado para trascender!

Vuelve a la postura inicial. Cree haber alcanzado la sublimación del ser. Agita su cabeza. ¿Cómo contagiar a otros este estado?

Ha perdido la noción del tiempo. Puede que lleve horas o siglos allí. Se inquieta. Advierte que han descubierto su refugio, donde imperan la claridad y las tinieblas en perfecta armonía.

Observen los violentos contrastes de luz y sombra. Parecen bucear sobre el lugar que ocupa el hombre en el cosmos.

Deténganse en la fuerza de esas gruesas pinceladas. ¡Es un Rembrandt: “Filósofo en meditación”!

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