El nombre de Rosa Adelina Licata está ligado estrechamente a la UNCuyo desde su adolescencia, como alumna de la Escuela Superior del Magisterio, bajo la dirección de Carmen Vera Arenas -de quien siempre tuvo ejemplificadoras remembranzas-; luego como egresada de la Facultad de Filosofía y Letras (1965), donde fue docente, y, más tarde, a la hoy Facultad de Educación, de la que fue profesora y vicedirectora (1988-1991).
Rosita, como la llamábamos, había nacido en Mendoza el 27 de febrero de 1941. Desde muy joven fue ayudante en el Instituto de Filosofía, hasta transitar distintos cargos académicos en Historia de la Filosofía Argentina e Historia de la Filosofía Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras, y profesora titular por concurso en el Departamento de Fundamentos de la Educación en la Facultad de Educación Elemental y Especial.
Durante muchos años enseñó en escuelas técnico-agrarias de Tunuyán. Simultáneamente realizó innumerables cursos de perfeccionamiento e, incluso, se graduó de Especialista en Docencia Universitaria (1997). Pero lo que expresamos en tan breves líneas, sin consignar otros datos, le ocupó lustros de paciente labor.
En el Instituto de Filosofía conoció libros en valiosas ediciones, que escrutó cuidadosamente. Además, el cargo le permitió frecuentar profesores y compañeros que solicitaban su colaboración. Del trato con docentes de alto nivel, recordaba a Miguel Ángel Virasoro, cuyos complejos escritos había leído minuciosamente, siendo por la época su mejor intérprete. Solía decir que para el quehacer filosófico "había que afinar la punta del lápiz", y en el caso de Virasoro, con mayor dedicación. Más aún, fue editora de algunos de sus manuscritos y autora de monografías sobre este filósofo dado que los planteos antropológicos y éticos le resultaban innovadores y de profundidad.
Decisivos fueron los fecundos encuentros con tres académicos: Juan Adolfo Vázquez, Diego F. Pró y Arturo Andrés Roig. Recién graduada acompañó a Vázquez -gran conocedor de las filosofías del antiguo Oriente- en la Universidad Provincial de San Juan "Domingo Faustino Sarmiento", donde era catedrático y decano de la Facultad de Humanidades. Experiencia truncada por yerros políticos (1965-66). Allí la dedicación era completa y la convivencia entre maestros y alumnos debía ser constante para impartir clases interdisciplinarias, guiar el análisis y aplicar metodologías rigurosas, con metas muy definidas. Sobre estos hechos recordaba que habían sido más importantes que toda su vida estudiantil: "Estábamos en aquella Universidad no sólo para hablar sino para escuchar. No era lo más fácil, pues la formación había insistido en aprender a ser 'decidores'. [...].
Me facilitó con respecto al saber y, más concretamente, a los alumnos, estar dispuesta ante lo inesperado, lo imprevisible, lo imposible. Como entonces, en el enseñar seguimos aprendiendo" (véase: http://bdigital.uncu.edu.ar/app/navegador/?idobjeto=1120).
Igualmente temprano, en 1969, se inició con Pró en el cultivo del pensamiento filosófico argentino, a través de cursos, proyectos de investigación, y colaboraciones escritas en la revista por él fundada: "Cuyo. Anuario de Filosofía Argentina y Americana".
Al regresar del exilio, Roig integró sus equipos de trabajo. La dirigió en su doctorado hasta que la salud de ella se quebró. El tema elegido era sobre el educador y político chileno Manuel de Salas, precursor de la Independencia. Situándolo en la Ilustración americana, analizó sus ideas en conferencias y congresos, nacionales e internacionales, con resultados publicados en revistas y libros.
En paralelo con estas inquietudes, promovió el conocimiento y la práctica de los Derechos Humanos, siendo una de las fundadoras del Centro de Estudios sobre Derechos Humanos-Cenedh en 1998, tema que trabajaba desde hacía años. Etapa destacable en la que introdujo en Mendoza la propuesta de la Filosofía con Niños y Jóvenes, un programa que tenía antecedentes en instituciones nacionales y extranjeras, con las que se vinculó.
Desde aquel momento la experiencia germinó en distintas iniciativas. Más tarde, su proyecto de investigación "Redes sociales en Ugarteche" se ligará estrechamente con ambas inquietudes: derechos de las personas y posibilidades de educación para niños y adultos en contextos adversos. Cuestiones, por otro lado, presentes en Manuel de Salas, propulsor de reformas sociales y derechos ciudadanos: la igualdad, la abolición de la esclavitud, las medidas higienistas y agrícolas, la ejercitación de oficios, la protección de la mujer, entre otros muchos. Al horadar en el tiempo lejano y cercano, pudo recorrer una amplia gama de la lenta y ardua marcha hacia el progresivo logro de bienes morales y éticos, teniendo presentes las peculiaridades de nuestra región. De este modo, para comprender mejor sus objetos de examen se remontó al Humanismo y al Iluminismo no solamente francés sino también español, del cual éramos herederos -Vives, Feijóo, Jovellanos, Campomanes, ...-, hasta estudiar manifestaciones contemporáneas que incluyeron la conmovedora prosa de Arturo Jauretche con sus denuncias, los aportes de Gregorio Weinberg en historia de la educación argentina e hispanoamericana, y el sentido de la pedagogía de Paulo Freire, a quien conoció personalmente en un encuentro en la provincia de San Luis en 1993.
La empatía con este pedagogo abarca más de medio siglo y diversos lugares del mundo, de modo que no es de extrañar que Rosita hiciera causa común para luchar contra todo fatalismo y hacer de la educación en sus diferentes niveles -formales e informales-, una meta cotidiana pues, según expresaba Freire, "si yo cambio el mundo que no hice, ¿por qué no cambio el mundo que hago?" Era preciso no olvidar que antes que nada somos seres humanos, gentes, lo que el brasileño llamaba proceso de "gentitud", esto es, de personas con sus emociones y necesidades, y no meros individuos mercantilizados.
El padecimiento de Rosita duró hasta el 16 de febrero de 2011. Difícil sería colocar su pensamiento y sus acciones separadamente porque todo lo que hizo estuvo atravesado por su preocupación antropológica concreta, sobre la base del conocimiento de las ideas, desde Oriente a Occidente. Trasfondo del que emergían unos designios más liberadores que otros, pero ella siempre quiso dar batallas en un solo sentido: qué tan humanos podíamos llegar a ser.