Filosofia Slow: unas fiestas sin prisa

Te invitamos a celebrar las fiestas sin economizar el tiempo. Disfrutando su recorrido.

Por Mariela Encina Lanús

El movimiento que surgió en la década del '80, en Italia, en oposición al concepto de 'fast food' trascendió fronteras y ámbitos hasta convertirse en una comunidad global. Sin embargo, la intención sigue intacta: transitar la vida, disfrutando el recorrido. En esta nota, una invitación a celebrar las Fiestas sin economizar el tiempo.

La pregunta es qué hubiera pensado Chaplin de estos tiempos modernos. La referencia no es caprichosa: en reiteradas ocasiones, el genio del cine mudo dijo que su “gran enemigo” era el tiempo. Paradójicamente, cuando se radicó en Suiza, a mediados del siglo XX, el gobierno de ese país le obsequió un reloj Jaeger-LeCoultre en homenaje a su trayectoria. Seis décadas después, su nieta Carmen resignificó artísticamente el preciado objeto: envió a restaurarlo y realizó el cortometraje “A time for everything”, inspirado en la vida de su abuelo.

“Hay un tiempo para todo” es, también, el concepto fundamental del Slow Movement (Movimento Slow), una filosofía de alcance global que propone transitar los distintos órdenes de la vida, disfrutando el recorrido. No se trata de detener la marcha sino de comprender cuándo es necesario desacelerarla o apresurar el ritmo. Este movimiento apunta a desterrar la necesidad de economizar cada segundo vivido, entendiendo que la percepción del tiempo es una construcción cultural. Por lo tanto existen otras maneras de percibirlo.

Aunque las primeras manifestaciones de la denominada ‘Cultura de la Lentitud’ datan de la Revolución Industrial -un momento visagra que Chaplin retrató, con humor crítico y sensible, en “Tiempos modernos”-, esta ganó popularidad en la década del ´80, con el surgimiento del Slow Food (Comida Lenta) en Europa. A partir de entonces, sus principios comenzaron a aplicarse en distintos ámbitos, como la educación, la arquitectura, la agricultura, la moda, las terapias alternativas y el turismo, entre otros, generando lo que actualmente se conoce como International Slow Movement.

La piedra fundacional de esta comunidad global se encuentra en la Plaza Roma, de Italia. Allí comenzó todo, a raíz de una protesta por la inauguración de un local de la cadena icónica del fast food mundial, Mc Donald’s. Por entonces, un grupo de personas encabezado por el periodista Carlo Petrini, advertía las consecuencias que la cultura fast food tendría sobre los hábitos alimentarios y el ritual social que significa reunirse en torno a una mesa. Con la premisa de defender las tradiciones gastronómicas italianas –y el placer y la salud que otorga la alimentación saludable-, Petrini presentó el movimiento en diciembre de 1989, en Paris. Cinco años más tarde fue nombrado por la revista Time como uno de los 100 héroes del mundo; y en 2008, una de las 50 personalidades que podrían salvar el mundo.

Para dimensionar el alcance de esta filosofía es necesario hablar de cifras. En 2014, 170 países adherían al Slow Food (hablamos de más de 100.000 asociados), según aseguraba el italiano en entrevistas realizadas durante su estadía en Buenos Aires. El movimiento incluso asumiría nuevas formas con la llegada de CittaSlow (Ciudades Lentas) y la emergencia de nuevas iniciativas en Japón y Australia. Otro periodista se sumó a las filas de Petrini: Carl Honoré, autor del libro "Elogio de la lentitud. Un movimiento mundial desafía al culto de la velocidad" (2004) y otro de los principales referentes mundiales de esta filosofía.

Mientras el libro llegaba a las librerías, simultáneamente Slow Food creaba Terra Madre, una red de pequeños productores, pastores, pescadores, artesanos, campesinos, cerveceros, queseros que, hasta la actualidad, cada dos años se reúnen en Turín, convocando a más de 6000 delegados de los 170 países adheridos.

En una charla TED (Tecnología Entretenimiento y Diseño) realizada en Oxford, Carl Honoré explicaba así la Cultura de la Rapidez:

"Vivimos en un mundo obsesionado con la rapidez. Cada momento del día se siente como una carrera contrarreloj. Incluso las cosas que naturalmente son lentas, tratamos de acelerarlas. En esa precipitada carrera del día a día, a menudo no percibimos cómo afecta la cultura de la rapidez (Running Culture) cada aspecto de nuestra vida".

Para Honoré, la velocidad es una manera de eludir las preguntas fundamentales. "La velocidad en sí misma no es mala. Lo que es terrible es ponerla en un pedestal. Al principio esto sólo ocurría en el terreno laboral pero ahora alcanza todas las esferas de nuestras vidas, como si fuera un virus: nuestra forma de comer, de educar a nuestros hijos, las relaciones, el sexo… hasta aceleramos el ocio. Vivimos en una sociedad en que nos enorgullecemos de llenar nuestras agendas hasta límites explosivos".

Ante tal panorama, otra pregunta, entonces, se vuelve necesaria: ¿es posible desacelerar el ritmo frenético en el que vivimos? Para el pensador canadiense la clave está en entender cómo percibimos el tiempo. En Occidente, explica, el tiempo es lineal y finito -"O usamos el tiempo, o lo perdemos"-; a diferencia de otras culturas, en las que el tiempo es cíclico. "Mientras la sabiduría convencional asegura que quien desacelera su marcha es aplastado; del otro lado del mundo, hay quienes están descubriendo que desacelerando el ritmo en el momento correcto, las personas hacen todo mejor: comen, se ejercitan, trabajan, aman y viven mejor. Esta sumatoria de momentos y actos de desaceleración crean el denominado Movimiento Lento Internacional". En definitiva, se trata de una declaración de principios: la lentitud es una virtud.

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