Luego de Time Warp, y la tragedia de Costa Salguero, los medios de todo el país pusieron el foco en las fiestas electrónicas, en la música electrónica, en quiénes la consumen y por qué. Se armaron extensos debates sobre la droga y estos acontecimientos (algunos más interesantes, otros menos), se analizaron responsabilidades estatales o privadas, y más. Pero pocos hicieron algo por desentrañar lo esencial: qué es una fiesta electrónica. Estilo decidió tomarse de esa pregunta (y no ya de más conjeturas) para explicarte sin prejuicios, conceptos erróneos, frivolización o adulaciones, por qué en el mundo entero estos encuentros se han vuelto un ritual multitudinario; por qué Mendoza también es parte de esta tendencia y cuáles son los espacios en los que la electrónica es la reina de la noche.
En los años 90, la música electrónica, que una década atrás había sido fundada y lanzada en los clubes de EEUU y Europa (con sonidos artificiales creados por Djs que utilizan como instrumentos mezcladores digitales y analógicos), terminó por crear un género con identidad propia que se exparció por las pistas, las radios y las tiendas del mundo.
Es de los pocos movimientos musicales de hoy que atraen a edades, sexualidades y clases muy variadas y causa deleite a sus seguidores; tanto en la soledad doméstica como en grandes eventos masivos.
Esos espectáculos concentrados se conocieron primero como “rave” (delirar) que incluía una variante en espacios abiertos con cierta clandestinidad que se ubicaban en edificios abandonados, fincas y residencias privadas.
Más adelante, la tendencia a bailar maratónicamente bajo el influjo de sonidos sintéticos, estimulados por potentes luces, pantallas y parlantes de alto volumen, se legalizó con el nombre de “fiestas electrónicas”.
De todas maneras el concepto de ‘pista itinerante’ todavía sobrevive en la actualidad, incluso en Mendoza, sobre todo en verano, se deslizan en casas, bodegas, bares o fincas departamentales y mezcladas con otros ritmos mestizos como la cumbia digital, el dancehall y el electro hip hop. El divertido “Club del Sodeado”, con epicentro en N8, es un ejemplo de estas fusiones.
En este circuito las estrellas no son, ni las bandas ni los vocalistas, sino los Djs. Y los hay para sus numerosas gamas; como el trance, el dub, el tribal, el deep house, el progressive, etcétera.
Si bien no fue para nada la única, fue muy reconocida en la provincia por la gira de sus pincha-discos, la pista alternativa de La Osa, en la disco Aloha.
Después, las expectativas de estas fiestas alcanzaron grandes plataformas como el Frank Romero Day con su “Vendimia Electrónica” que concentró una atractiva lista de djs.
Entre La Osa y el Teatro Griego se deslizaron varios coliseos importantes e intermediarios, como eventualmente sucede ahora con el Ángel Bustelo, o en la rotación de noches en algún boliche de Chacras de Coria.
La palabra “alternativa”, siempre impresa en el estilo de estas fiestas, todavía sigue siendo una definición genérica inclusiva, que agrupa comportamientos propios del género; como los vestuarios coloridos y los accesorios, las identidades sexuales diversas y muchas ganas de bailar.
Porque en realidad de eso se trata lo más importante de esta movida: todo está predispuesto para disfrutar de la experiencia de bailar (solo, en pareja, en grupo) y la complicidad entre el DJ y el bailarín en moverse escuchando piezas de muy larga duración en un recreo multisensorial. El grupo británico Faithless lo dejó claro en un exitoso hit dance: “God is a Dj”.
Es la construcción de una cosmovisión espontánea. Es celebrar el placer creativo de la dualidad creador-oyente. Una burbuja de desconexión y liberación. Es el resultado del dominio de las máquinas sobre el sistema sanguíneo.
Estos comportamientos casi religiosos pueden resultar demasiados extravagantes para quienes los observan desde afuera.
God is a DJ
Para la mayoría de sus devotos, la ME es una religión que se personifica como tribu urbana.
Muchos especialistas confirman que esta sociedad entre los ritmos electrónicos y sus fans es una versión posmilenio de los rituales ancestrales de nuestros antepasados, de lo tribal que todavía prevalece en nuestro ADN.
Es como poner en escena un show que actualiza la hipnótica evocación trascendental que se despierta en el toque de los tambores.
Un acto que crea una especie de paraíso sintético que entrelaza el ser humano arcaico con las costumbres tecnológicas de la mediatizada y narcisista “Generación Y”.
Como toda religión, tiene sus altares, sus devotos, su iconografía, sus altos decibeles, sus tótems. Incluso con esta paleta de colores, la ME todo el tiempo se enfoca en el mismo objetivo, sea cual fuera su complejidad: el placer del baile colectivo.
Ese es el centro del asunto, su experiencia comunitaria.
Música en la mira
La ME no divide clases sociales. Sí lo hacen los espacios que se usan para sus puestas.
Las fiestas de hecho son masivos eventos comerciales producidos en algunos casos por empresarios que la mayoría de las veces no saben de qué se trata esta música.
Como no se pueden diseñar con tanta frecuencia -por la agenda de los Djs invitados, los alquileres de los auditorios y la logística de la organización- sus auspiciantes apuntan a sacar la mayor ganancia posible, de allí los altos costos de las entradas y de la barra.
Esto sin duda conjura divisiones de audiencia: las entradas a las dos noches del Time Warp salía $ 850; las alicaídas “Creamfield”, un clásico de la primavera porteña, costaban el año pasado $1.230; la próxima fiesta en el Bustelo, la “Mendoza Vive” agendada para el 13 de mayo (con los toques del español Marc Dosem, el porteño Mariano Trocca y el polaco Grass, Dawid Szkudlarek), cuestan $250 y $350. Muchos pibes ya están juntando el dinero para ir.
Son eventos eventuales y atractivos y los que aman la ME no quieren perderse esa música en vivo mezclada por bandejeros geniales.
No obstante, para otros pocos, como sabemos, es sólo un evento social, una pasarela para ver y mostrarse.
Enel otro extremo de estas sobrevaloradas ofertas han aterrizado en la provincia los formatos “picnics electrónicos”: que no es más una cita en algún patio rural con una barra accesible y música muy adecuada para un atardecer de verano, más relajado y liviano y con una audiencia igual de hedonista pero no tan de gueto.
Está claro que el fatídico evento de Costa Salguero, o festivales como la Creamfield o el Sonar, tienen su propia identidad -están de moda en todo caso- y son consumidos por una determinada porción de público.
¿Por qué allí se supone que siempre tiene que haber drogas? ¿Acaso los tangueros, los rockeros y los folcloristas no aspiran cocaína, ni fuman marihuana? Es un error pensar que un género musical tiene mayor o menor atracción al consumo de estupefacientes ilegales.
De todas maneras hay un mito arraigado que parece indestructible: “La ME sólo se puede disfrutar bajo ciertos efectos”. Eso no es cierto, aunque muchos desde afuera e incluso entre sus seguidores, piensen que es así.
Pastillas para la felicidad
No seamos ingenuos. Las salidas a las fiestas, electrónicas o no, despiertan la atracción de las drogas. Muchos noctámbulos requieren elevar sus sentidos de percepción y placer momentáneo a través de sustancias, sobre todo ilegales - el alcohol es legal y causa muchos accidentes.
Aclaremos parte del origen de esta búsqueda de placer que los investigadores relacionan con los efectos de la serotonina: una sustancia química producida por el cuerpo humano que se la cree responsable de mantener en equilibrio nuestro estado de ánimo, por lo que el déficit de serotonina puede recurrir a la depresión. Es decir, que contribuye al bienestar y felicidad.
La serotonina no se compra en farmacias ni está a la venta en un drugstore, pero millones de consumidores la adquieren en antidepresivos como el Prozac, pero hay otras forma más efectivas de encontrarse con ella: El "éxtasis", XTC, "i" o MDMA, un derivado de la metanfetamina que se distribuye hoy ilícitamente en todo el planeta, con modelos conocidos con los nombres Snoopy, Play Boy, la Ying-Yang o Superman.
Hay una confusión generalizada: muchos comparan el éxtasis con el viagra y se hace visible esa idea cuando se ven a estos pibes y pibas bailando desnudos en el medio de la multitud. Dejémoslo claro: no existe droga que ayude al sexo.
El mayor peligro a corto plazo del éxtasis es la hipertermia o sobrecalentamiento corporal. La deshidratación puede ser un problema cuando los precios del agua, consecuentemente, aumentan cada media hora en un evento cerrado, que en el Time Warp costaban de 40 a 100 pesos en cuestión de horas.
El cóctel entre el calor, el baile y el consumo de éxtasis hace que el agua se convierta en un bien preciado. Allí fue un auténtico acto de criminalidad la manipulación de la oferta y la demanda del agua.