Tal como se unieron en torno a San Vicente preocupadas por la sequía que afectaba a sus familias y animales, unas 200 personas asistieron ayer al puesto La Salada, de San Carlos, para dar gracias por la lluvia y "la gran nevada en la cordillera". Le habían puesto un plazo de quince días al "Santito" cuando lo 'enterraron'. Buscaban que entre el cielo y la tierra a fin de que cayera el agua que bendice sus campos.
El Santo cumplió con efectividad y -nobleza obliga- el miércoles pasado el pueblo procedió con alegría a 'desenterrar' la imagen y conducirla, entre cantos y oraciones, hasta la cima del cerro donde se encuentra la grutita familiar, que los Lima le construyeron en 1985.
Pero faltaba lo mejor: el gran encuentro de acción de gracias. Por eso ayer el desierto de San Carlos se vistió de fiesta. Puesteros, feligreses, locales y familias de otros rincones de la provincia y el país llegaron a este punto de las Huayquerías con la sola intención de compartir una jornada distinta. Hubo misa y procesión religiosas, hubo cantos y bailes folclóricos, mucho vino tinto y un gran asado comunitario que ratificó la inmensa sensación de comunidad que todos sentían.
"Nunca nos ha fallado. Este Santo es muy generoso, sólo hay que tener fe", sostuvo don Eduardo 'Nene' Lima, el anfitrión y mentado rezador, al terminar la misa. Ante cada "Viva San Vicente" vitoreado por los fieles, el puestero respondía dejando caer unas gotas de vino a la tierra desde su bota.
"Era un Santo al que le gustaba mucho la farra", acotó entre risas.
Este antiguo ritual, que mezcla el fervor religioso y el popular, es una tradición muy arraigada en los puestos de montaña y del secano sancarlino.
El padre Gerardo Aguado, párroco de San Juan Bosco de Eugenio Bustos, explicó que se trata de un sacramental para la Iglesia, "festividades donde pueden participar los que son creyentes y los que no lo son y que adquieren distintas particularidades en las comunidades donde se festejan".
Hay que andar varios kilómetros por calles de polvo, por cerros de arena, por cañadones y por el lecho de un río seco para llegar desde la Villa de San Carlos hasta el puesto La Salada. Allí, al lado del pozo donde estuvo enterrada por unos días, esperaba la imagen de San Vicente a los fieles que iban llegando con mesas, canastos cargados de comida, equipos de mate y la carne para arrojar en las parrillas comunitarias.
"Los dueños de casa, el Santo y el pueblo están de gala… Pedimos que llore el cielo, para que puedan reír los hombres", entonó en ritmo de cueca el 'guitarrero' Hugo Valverde y fue la mejor manera de graficar la situación. El autor local creó esta canción a partir de sus vivencias en el San Vicente rezado hace unas semanas y los presentes respondieron con aplausos y lágrimas en los ojos su fidelidad con el sentir popular.
"Hoy estamos aquí para agradecer la tierra, la vida y el agua", leyó la guía dando inicio a la celebración litúrgica, pasadas las 11,30. "Creemos en la fe popular. Queremos cuidar la fe y el agua, porque acá en San Carlos ellas valen más que el oro", siguió la lectora, haciendo clara referencia a la lucha comunitaria contra la minería. Después, el testimonio compartido de Gregoria -una campesina boliviana que trabaja en estas tierras- reforzó la idea: "el agüita sana, no se la dejen robar", apuntó.
Una pequeña procesión condujo a la imagen del Santo hasta el altar improvisado, a orillas del río seco. Mientras los vehículos seguían llegando y el olor a carne asada empezaba a invadir el sitio; el padre Aguado invitó a comparar la escena bíblica de la 'multiplicación de los panes' con la gratitud del Señor para con los ruegos de su pueblo, en este caso la necesidad del agua vital. También, con la necesidad de 'dejar ser multitud, para empezar a ser comunidad'.
Terminada la misa, se vino la preparación de las mesas. Bajo el ojo avezado de don Hilario Narváez, los asadores hicieron gala de su dominio sobre el fuego. La parrilla fue quedando "sin baches" y al momento de almorzar ya se superaban los 50 kilos de carne.
Don Omar Estrella estaba cumpliendo su función de asador, pero también es un gran devoto de San Vicente. Tiene su puesto en el paraje Paso de las Carretas y asegura que cuando pasa mucho tiempo sin llover organiza sus particulares rituales. "Este religioso era algo farrero. Yo siempre le prendo velas y nos juntamos con amigos a brindar en su honor", compartió.
Tras la comida compartida -en medio de guitarreadas, brindis y bailes- la tarde cerró con una pintoresca procesión. El grupo de familias caminó detrás del Santo español por el río seco y rodeó el cerro hasta dejarlo en la gruta. En cada estación, se compartieron oraciones y bailes. "Es un honor para nosotros bailar en este encuentro", coincidieron Leandro Quinteros y Florencia Román, bailarines del ballet Gauchos de Güemes.
Entre los presentes, estaba Silvia Olimpia Alvarez, hija de doña Lucrecia Ceballos. La mujer era muy conocida en el campo por su oficio de 'rezadora'. En el pueblo se cuenta que presidió 81 San Vicentes en su vida y en los 81 llovió.