I. Ese día, finalmente
Se entretuvo mirando, abstraída, el oscilar de la moto de la custodia, que en un intento por no detenerse, aminoraba su velocidad hasta avanzar a paso de hombre, detrás del camión cargado de militantes que precedía la comitiva oficial.
“¿Sabés qué? -se dijo-, al final, mejor así. Cuando te metés en estos bailes nunca sabés cómo van a terminar”.
Saludaba con la mano, como Evita, a los simpatizantes que lograban acercarse al auto y le golpeaban la ventanilla. Sonreía, mientras pensaba lo bien que le vendrían unos vidrios negros que no dejaran ver nada del interior del auto. Así podría hacer lo que realmente le apetecía en ese momento: desparramarse sobre el asiento, igual que los niños. Y dormir. Dormir una década, o más.
Pero no. Había que mantener el tipo. Se acomodó las gafas oscuras de nuevo, que contrastaban con el tono natural, definitivamente veraniego de su vestido. Y sí. Había estado tentada de ir de negro a la ceremonia de la transmisión del mando, pero lo habrían interpretado de cualquier manera. Y lo cierto es que se sentía aliviada. Escuchó gritar a los pibes del camión, otra vez.
¡Volveremo' volveremo', / volveremos otra vez, / volveremo' a ser gobierno, / como en aquel dosmil tres!
“Uf, Dios me libre y guarde”, pensó, y sin saber por qué, se acordó del papa Francisco. Hay un tiempo para cada cosa. De golpe ya no le hacían gracia estos entusiasmos juveniles. Ojalá la dejaran tranquila. Harían bien en ponerse a pensar qué hacer con sus vidas a partir de ahora que ya no estaba ella para cobijarlos.
Aeroparque. El nuevo presidente había accedido a que usara el avión oficial para volar a Santa Cruz. Último Tango en París. Hacerlo por la empresa del amigo Lázaro hubiera sido para escándalo, otro más.
Le dio una terrible pereza tener que bajar del coche, aguantar a la gente sobre ella, los empujones, caminar hasta la pista de embarque, como se le había ocurrido a algún triunfalista imbécil de ceremonial y protocolo. ¿Y si fingía una descompostura y la subían al avión en camilla? Mmm... no, poco digno para un ex mandatario.
Finalmente, la comitiva entró por el sector habitual. Menos mal. Cuando se abrió la puerta, pudo ver con el rabillo del ojo cómo un custodio limpiaba con la manga del saco un enorme escupitajo que había impactado en el guardabarro trasero del auto. Torció la boca, en una mueca de disgusto y resignación. Los pibes, a lo lejos: ¡Pre-si-denta, pre-si-denta!
Les sonrió y apuró el paso. Antes del despegue, la policía aeronáutica debió desplegarse sobre la pista para evitar un intento de piquete.
II. Una rutina imposible
El gabinete de oposición, que sesionaría en Calafate, nació prácticamente muerto. Primero pidió un par de meses para descansar. Después los recibía, estaba un rato con ellos y se iba antes, sin participar de las discusiones. Finalmente se sinceró con los más próximos: "Si quieren seguir, me parece bárbaro, pero no cuenten conmigo".
A los pocos meses empezó a pesarle el aislamiento patagónico. Se aburría en casa y tampoco quería viajar: le horrorizaba toda exposición en lugares públicos. Rechazó la invitación de un par de universidades: no fuera a ser que se repitiera lo de Harvard.
Encima, los del CEP -Comité de Escrache Permanente- no aflojan. Ambientalistas, organizaciones de jubilados y partidos de izquierda organizan turnos rotativos de guardia frente a la residencia de la Señora. ¿Pero no tendrán otra cosa que hacer? La gente viene de todos lados del país, incluso del extranjero. Una actividad turístico-militante. Exigen su procesamiento por varias causas.
“Ingenuos, si supieran que pueden gritar y protestar porque la condición que pedí para dejar el poder fue que no hubiera proceso”, piensa, asomada a la ventana, sobradora... y desconfiada, porque en este país nunca se sabe.
Finalmente, la gota que desborda el vaso. A la salida de un centro comercial, un joven militante de izquierda, de esos entrenados para la lucha callejera, le acierta en la cara con una pequeña piedra. Los custodios escucharon clarita su reacción inmediata: “¡La puta que te parió, negro de mierda!”.
La agresión no produce daño, pero le sirve para tomar la decisión definitiva. No queda otra que irse de este país, aquí la vida es imposible. Pero, ¿adónde? América Latina le da miedo, pero tampoco está dispuesta a buscar refugio en países que practican regularmente mecanismos de extradición.
Encima está el problema del idioma. Si al menos chapurreara el inglés. Cosas de la militancia, viste, “la lengua del imperio”. Aparte, no le gusta no tener control sobre su entorno, menos aún depender de traductores.
Manda a los abogados a hacer consultas. Al final lo de la petrolera se arregló: un negocio para todos, sobre todo para ellos. Sí, en España no habría problemas. Está cerca de París y de Nueva York. Madrid, entonces. Como Perón. También ahí hay muchos argentinos, pero está visto que no se va a librar de esa plaga en ninguna parte del mundo.
Compra una casa enorme con jardín en el exclusivo barrio de la Moraleja. Está contenta, se trae a los chicos. No tiene mucho que hacer. Le gustaría ir a visitar a Isabel, que quizá podría entenderla. Lástima que este gagá.
El juez que le alegra algunas tardes tampoco viene muy seguido. Qué hombre inteligente. Sigue las noticias locales: no son buenas pero el margen es otro. Entre sus íntimos se permite un comentario: “Da gusto vivir en un país en serio”.
III. Flashback
Después de la ceremonia de transmisión del mando la plaza Congreso quedó vacía, al igual que su entorno. Los municipales se afanaban en levantar los papelitos y las botellas que había dejado tirada la multitud.
Al día siguiente, el presidente electo convocó un comité de expertos para diseñar el plan de intervención inmediata en el gobierno y la administración. Como Perón en el ’46. El objetivo principal: cuadrar las cuentas, achicar el gasto público, reactivar la economía. Se van eliminando las medidas del anterior gobierno.
Resulta asombroso hasta qué punto el tan promocionado modelo de transformación económica y social, que generara tanta pasión a favor y en contra, se muestra tan reversible, tan pavorosamente débil. Aquí no ha pasado nada, o es como si no hubiera pasado nada. O peor: ha pasado tiempo, y se ha perdido de nuevo. Ahora es definitivamente parte el pasado. Ella ha entrado en la historia. Como Él. Como Menem, como Atila, como Nerón.
(Este texto fue escrito en abril de 2013, cuando la reforma constitucional para permitir la reelección parecía inevitable y la alternancia en el poder pasaba a ser algo al borde de la desaparición. Finalmente el proyecto hegemónico del gobierno fue derrotado, pero todos los acontecimientos que llevaron a la derrota del Frente para la Victoria fueron ajustados, obtenidos por escaso margen.
Aunque la alternancia republicana se salvó, el gobierno saliente no nos privó de una comedia indigna, para embarazo de la ciudadanía y la malsana satisfacción de unos pocos. Si no pudieron destruir la República, se dieron el gusto de darle una cachetada).