No todos los días se cena con un Premio Nobel de Literatura. Sin embargo, y a sus 82 años, Vargas Llosa intentó revertir durante el encuentro con Cornejo los roles preestablecidos que su figura pudiera generar y, lejos de ser el centro de atención, fue un huésped interesado en la política y en Mendoza, en su modelo de desarrollo más allá del furor vitivinícola que el Malbec expresa en todo el mundo. De hecho, confesaron sus acompañantes que “pidió venir” a Mendoza.
Elogió el Parque General San Martín e hizo preguntas sobre la estadía en esta ciudad de su admirado Julio Cortázar cuando dio clases en la UNCuyo.
Se asombró cuando se le detalló que sólo el 3% de la superficie total provincial está cultivada y hasta trazó un parangón con la localidad de Cajamarca y las potencialidades de exploración minera que esa zona del norte del Perú tiene pero que no explota por la resistencia -dijo- de los sindicatos.
De aquel célebre referente literario del boom latinoamericano que nació con una fuerte impronta de época en los ‘60, contestatario y contracultural, en sintonía con su juvenil adhesión al socialismo, a este itinerante defensor de la libertad como sinónimo de autonomía individual, más allá de los gobiernos y las ideologías, ha pasado una vida. Será acaso que en los hombres lo único que permanece en el tiempo es el cambio.
