Fernández y el diseño político de la nueva normalidad - Por Edgardo R. Moreno

Fernández y el diseño político de la nueva normalidad - Por Edgardo R. Moreno
Fernández y el diseño político de la nueva normalidad - Por Edgardo R. Moreno

Alberto Fernández sostiene su liderazgo en medio de la crisis sanitaria y la depresión económica por haber tomado una oportuna decisión pragmática.

No tenía un plan antes de la pandemia. No lo tiene ahora, por culpa de la pandemia. La primera situación era un derrota personal. Pero se apropió rápido de la segunda, para presentarla como una oportunidad.

Hay una crisis global a la que se puede responsabilizar por los problemas existentes. Y nadie en el mundo puede decir con sensatez que tiene hoy un programa claro de salida para la crisis. El virus igualó para abajo. Ese es el eje argumentativo del Presidente.

Para hacer consistente ese argumento, sólo necesita exhibir -por el momento- el único dato de contundencia política con el cual se mide hoy la eficiencia de los líderes: la cantidad de víctimas del virus. El factor de contagio es una estimación estadística. Pero los muertos se cuentan de a uno.

Esta lectura de la crisis sanitaria es de estricta naturaleza política. Podrá argüirse que conjuga criterios epidemiológicos, pero apunta al sentido común de toda sociedad sometida a una agresión. Si hay una batalla, el balance inmediato es sobre los caídos.

Alberto Fernández le dedicó el viernes una larga perorata a las diferencias sanitarias entre dos vecinos, Noruega y Suecia. Para que todo el mundo lea: Argentina y Brasil. Los números lo asisten. Argentina se acerca a los 300 muertos. Jair Bolsonaro superó los 10 mil.

Esa lectura política es la que también explica el nuevo discurso oficialista: las medidas de contención sanitaria han sido un éxito al que sólo desmerecen las opiniones que reclaman por la crisis económica. Opiniones mezquinas, de corporaciones innombrables, que se expresan siempre en desmedro del interés general. Presiones de lobbies opuestos a la epopeya del pueblo. Que incluso ya se narra con la admisión anecdótica de algunos errores iniciales en la tienda de campaña. Por caso, la siesta estival y primigenia del comandante Ginés González García.

¿Por qué el Presidente radicalizó su discurso en términos irreconciliables: victoria sanitaria versus demandas económicas? No es sólo porque la cuarentena se extendió nuevamente, a pesar de la fatiga y aun de la irritación social que ya asomó con sonoras protestas. No se trata de una simple recarga motivacional de baterías.

Se explica por el desgaste que la figura presidencial venía padeciendo por errores posteriores al confinamiento: el pago caótico a jubilados, la compra amañada de alimentos y en especial el lanzamiento del programa “Presos Cuidados”. Pero sobre todo se comprende por la factura interna que Cristina Fernández le pasó por esos errores. En desmedro del liderazgo que el Presidente venía ejerciendo sin sombra alguna.

Por eso, Fernández recompuso la imagen inicial de la cuarentena. Con Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, a quienes les cedió palabra y protagonismo. Ausentes los gobernadores, porque la madre de las batallas se definirá en la pandemia al igual que en las elecciones. Entre las densidades porteñas y el golem de su conurbano.

Esa reconfiguración lo favorece, especialmente en la interna más cardial del oficialismo: Cristina demostró en siete días que influye más que nadie, pero sólo puede hablarle a los propios. Al Presidente todavía lo escucha el conjunto.

“No pierdas esa elegancia”, le sugirió a Kicillof. El gobernador cristinista ni se percató de la sutileza. Se le escapó lo sincero: “El miedo nos viene bien; el resto que escriba en Twitter”.

Alberto Fernández cree que ya ha ganado la batalla epidemiológica. Si los números se escapan, será responsabilidad de los que pensaron con el bolsillo. De modo que se ha lanzado a esbozar con audacia la nueva normalidad. No la de los barbijos, sino el nuevo esquema de poder que quedará establecido cuando pase la cuarentena.

El punto más conflictivo de ese diseño es el default de la deuda externa. Si Argentina regresa a ese abismo, todo boceto político quedará en la imaginación. Es un punto ciego. Desde lo político, puede sonar creíble que la pandemia igualó para abajo y es una oportunidad para elaborar un plan. Desde lo económico eso está lejos de ser una certeza. ¿Por qué descartar a priori que quien entró débil a la pandemia, salga de ella peor?

Martín Guzmán tambalea en su silla. Apostó su estrategia a una disputa académica global. La escuela de Columbia aspira a escribir el consenso post-pandemia. Como la academia de Chicago le dictó a Washington el que siguió a la caída del Muro de Berlín.

Pero Guzmán está negociando con fondos que, antes que ese debate, priorizan el cobro de sus acreencias. La propuesta inicial del ministro ha fracasado en ese terreno, tanto como ha prosperado en el FMI. Porque el Fondo no admite quitas.

Fernández quiere evitar el default. Si lo logra, tendrá margen para esbozar una nueva normalidad política. La oposición no termina de “loguearse” para recuperar la voz. Cuando lo consiga, acaso la nueva normalidad ya sea un hecho.

El Congreso sigue en la fase uno de la cuarentena. Hasta el Polo Obrero le ha sacado ventaja en la política presencial. Menos higiénica, seguramente, pero inevitable.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA