Mauricio Macri y Alberto Fernández comparten el mismo estigma. Ambos son candidatos, ninguno es el nuevo presidente.
Tras su triunfo en las primarias, Fernández arrinconó a Macri. Lo obligó a reconocer la limitación extrema del nuevo escenario. Macri sólo puede ser un candidato competitivo si actúa exclusivamente como presidente en ejercicio. Para la administración del presente más duro. Fernández se reservó el rol de presidente expectable. La acumulación de las expectativas a futuro.
Fernández eligió que lo central en su estrategia de campaña es actuar -dentro y fuera del país- como si fuese el presidente en ejercicio. Lo hizo en Córdoba, fustigando una decisión autónoma de Juan Schiaretti. Lo hizo en Bolivia, elogiando el modelo institucional de Evo Morales.
Contagiar la sensación de que ya asumió, forma parte de la lógica de acumulación para asumir. Mostrarse como presidente virtual agiganta la chequera de las promesas. Un recurso crítico para sumar voluntades antes de la elección.
Esa migración intangible de expectativas que peregrinó de Macri a Fernández en la noche de las Paso, tampoco es totalmente benéfica para el candidato opositor. Es por naturaleza un momento de acumulación fugaz. Dura hasta que llega la hora de las decisiones. Que agradan a algunos y decepcionan a otros.
La sombra de algunas de esas limitaciones ha comenzado a perfilarse sobre la campaña del ganador indiscutido de las primarias. La más evidente de todas se cierne en su relación con el Fondo Monetario Internacional, que será la clave de bóveda de su relación con el mundo. Los paseos de buena urbanidad por el vecindario no equiparan ni por asomo la magnitud de ese desafío.
Fernández eligió actuar con el FMI el libreto de una confrontación frontal, personal y política. Eludió la discusión técnica para imputarle al staff -con lenguaje de penalista- una conducta reñida con las normas del organismo. Si lo que buscaba era bloquear el desembolso de 5.400 millones de dólares y jaquear al gobierno de Macri, consiguió lo que buscaba.
Pero con un añadido de resultado impredecible: el Fondo esperará a que se defina el nuevo escenario argentino. No le entregará dólares a Macri para que pavimente la comodidad propia. Tampoco la de su eventual sucesor. Que deberá encarar -ya por su propia cuenta y riesgo- alguna negociación creíble.
A la bravata, tiempo y silencio. Es lo que el principal acreedor de Argentina le está respondiendo al país.
Como Fernández está aplicando a su propuesta económica la dosis de contradicciones que convienen a su acumulación política, es difícil establecer si lo que hizo en su encuentro formal con el FMI fue una estrategia minuciosamente planificada o un espasmo oportunista de su diseño electoral.
Hay indicios que permiten inclinarse por lo segundo. Desde el bloque del candidato opositor dejaron trascender que las presiones sobre Macri para que tome nuevas medidas de ajuste recrudecerán después de octubre.
Esos ajustes están vinculados con la restricción de divisas que decidió el Fondo. El dólar ya cumple en el país las tres funciones de la moneda. Hasta el viernes previo a las primarias, los depósitos en dólares estaban en un nivel histórico, sólo comparable a los tiempos de la convertibilidad. El lunes posterior comenzó una sangría que llegó a 10 mil millones. Quedó en claro qué divisa opera como depósito de valor.
No menos relevante es el consenso generalizado que admite el traslado automático de cada suba del dólar a los precios internos. Lo que desvirtúa al peso como unidad de cuenta. Y la discusión sobre la autorización de límites para transacciones inmobiliarias sugiere que para las operaciones más consistentes de la economía real, el dólar es también el medio de pago.
¿Fernández tenía pensado algún camino alternativo para conseguir divisas antes de su corte de manga al FMI? Si gana en octubre ¿le exigirá a Macri que imponga un control de cambios más estricto que el que ya cedió después de las primarias?
Hay una discusión pendiente en el Congreso Nacional que articula con esos ajustes. El gobierno actual evalúa cuándo y cómo encarar el debate del reperfilamiento de deuda. La oposición reclama tiempo para decidir. Si gana en octubre ¿presionará para que sea Macri el que ponga su firma en un proyecto de reestructuración con quita?
Incluso si el oficialismo en retirada accediese a ese suicidio inducido, todavía quedaría intacto el desafío de desindexar una economía en caída libre. La receta del pacto social para el control de precios y salarios ya fue relativizada en la Unión Industrial por Daniel Funes de Rioja: termina en el próximo “rodrigazo”.
A medida que acelera en su lógica de acumulación política, ha comenzado a presentarse para Alberto Fernández una contradicción. Más se presenta como presidente inevitable, más en las manos tiene la inevitabilidad de la crisis.
Hasta mediados de mayo, era un operador casi retirado que departía con los parroquianos en el bar Novecento. Más cerca del Museo de Bellas Artes que de la Facultad de Derecho.
Ahora se define con nitidez en su horizonte que el problema del país era y es más grande que Macri.