La siguiente nota intenta explicar la importancia de esta feria internacional realizada en Chile. Y también critica la escasa participación de la industria estatal y privada argentina en este encuentro, que se realiza desde 1980.
Los Estados Unidos tienen sumamente claro lo que significa la Feria Internacional del Aire y del Espacio (Fidae). Quizá por eso durante la semana pasada su Departamento de Defensa exhibió en el aeropuerto de Santiago de Chile un bombardero estratégico B-52, dos cazas furtivos Lockheed-Martin F-22 Raptor, dos cazas de última generación F-35 Lightning II, un cisterna McDonnell-Douglas KC-10 Extender, un carguero de largo alcance Boeing C-17 Globemaster III, un transporte logístico Lockheed C-130 Hércules y un cisterna Boeing KC-135 Stratotanker.
Fuera de Irak o Afganistán, no existe otro lugar del planeta al que Washington haya movilizado este año una fuerza aérea de tal capacidad. Fue una demostración de poder pero también fue un reconocimiento implícito al Gobierno de Chile, que desde 1980 se ha mostrado absolutamente coherente en la organización y sostenimiento de la feria de armas y tecnología más importante de América Latina.
Porque la Fidae, que se realiza cada dos años en Santiago, no es otra cosa que un enorme mercado de productos y servicios para la defensa. Si bien existen exponentes civiles de las principales fábricas del mundo, éstos apenas representan una fracción en el total de los negocios que se concretan en los siete pabellones que forman la muestra.
Fidae nació en 1980 con el objeto de burlar el bloqueo de ventas de armas a Chile dispuesto en 1978 por el Congreso de los Estados Unidos (enmienda Humphrey-Kennedy).
Las Fuerzas Armadas de Chile venían de vivir en 1978 la peor tensión de su historia contemporánea al verse expuestas, con recursos muy limitados, a la amenaza de un conflicto armado con Argentina y en paralelo Washington presionaba fuerte para producir una salida democrática al gobierno surgido del golpe militar de 1973.
Fue gracias a Fidae que Chile, en una situación de total desventaja, ocupó de repente el centro de la escena ofreciendo una suerte de área franca para la libre comercialización de armas, en pleno gobierno de facto y con un embargo comercial vigente.
En 1984, cuando asistí por primera vez a Fidae, el mundo todavía era bipolar, la Unión Soviética era una superpotencia, la Guerra Fría marcaba la agenda de todos los gobiernos del mundo y el acceso al espacio era un privilegio reservado sólo a unos pocos países industrializados.
Hoy, con varias ferias al hombro, viví la vigésima edición inmerso en un mundo multipolar donde el comunismo ha perdido su peso político, donde el acceso comercial al espacio es una realidad y donde los conflictos de baja intensidad de antaño han mutado en la llamada guerra contra el terrorismo.
De uno al otro extremo de la línea temporal, Chile ha sabido mantener a Fidae como política de Estado afín a sus relaciones exteriores, con independencia de los gobiernos que lo gobernaron (Pinochet, Aylwin, Lagos, Frei, Bachelet y Piñera).
El impacto regional de Fidae es enorme. Por ejemplo, tras la caída del Muro de Berlín (1989) y la constitución de la Federación Rusa (1990), Rusia copó la edición 1994 para promocionar todo su variado arsenal.
El esfuerzo resultó lucrativo desde lo comercial (terminó vendiendo aviones MiG-29 y Sukhoi Su-25 a Perú y cazas Sukhoi Su-30 a Venezuela) y también desde lo político, pues demostró la capacidad de Moscú de escurrirse en el patio trasero de Estados Unidos, desbalanceando el mapa de poder de una forma nunca vista desde la Crisis de los Misiles de Cuba (1962).
Sobre la base de aquella avanzada, en 2001 Vladimir Putin formalizó una alianza política con Hugo Chávez, firmando 260 acuerdos de cooperación en los siguientes 15 años. Rusia es hoy el único sostén que impide el derrumbe del gobierno de Nicolás Maduro.
Como vemos, rusos y norteamericanos comprenden qué hay detrás de los aviones que se exhiben en Fidae. Quien evidentemente no lo comprende es nuestra dirigencia política, pues desde 1980 no hemos sabido aprovechar las oportunidades comerciales y políticas que entraña la feria.
Para muestra vale ésta última edición, a la que Argentina asistió con apenas ocho empresas privadas convocadas por la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional (Ascentio, Seabury Solutions, Redimec, MBA, Prodismo, Aviodinámica, Adami, DTA).
Las dos empresas del sector público participantes, Invap (Investigación Aplicada, Río Negro) y Fadea (Fábrica Argentina de Aviones, Córdoba), tuvieron un papel tan deslucido que ni siquiera correspondería mencionarlas, pues a Fidae no se pueden llevar sólo folletos.
No participaron de Fidae 2018 los principales exponentes de nuestra industria privada, concretamente las fábricas Lavia SA (aviones agrícolas), Cicaré SA (helicópteros), Proyecto Petrel (aviones entrenadores) y Aerotec Argentina (aviones deportivos livianos).
Fue triste y patético, sobre todo en contraste con lo que exhibió Brasil, cuyas empresas aeroespaciales ocuparon prácticamente un pabellón completo.
Es hora de que la Cancillería y nuestros ministerios de Producción y Defensa se tomen muy en serio lo que representa Fidae, asegurado una presencia argentina sólida y permanente en el evento, pues de otra forma seguiremos perdiendo (y cada vez más rápido) las oportunidades económicas y diplomáticas que cada dos años florecen en Santiago de Chile.