El crecimiento del movimiento de mujeres en el país y el mundo irrumpe en nuestra sociedad y produce muchos debates y confusiones que se dirimen en distintos ámbitos sociales.
Sin duda, la palabra feminismo está al rojo, y demanda una profunda reflexión para saber de qué se trata. Es ni más ni menos que la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Y persigue el derecho a una vida libre de violencia. El feminismo no es el machismo al revés, para que las mujeres tomen el lugar de los hombres; no activa contra los hombres, sino contra el sistema patriarcal y machista. El machismo no tiene diferencia de sexos.
Una mujer puede ser igual de machista que un hombre. Y un hombre puede ser igual de feminista que una mujer. El tema es reconocer y reconocerse desde la práctica y no desde el oportunismo en el lenguaje, que vivimos en una sociedad patriarcal con sesgos de género por todos los rincones donde transitamos hombres y mujeres diversas.
En esta lucha de las mujeres, y particularmente en la Argentina, han influido fuertemente por más de tres décadas los Encuentros Nacionales de Mujeres, que se iniciaron en 1986 con 500 mujeres, y hoy llegan a reunir más de 70.000. Las mujeres conquistaron los derechos civiles, el voto y el divorcio, la igualdad de los hijos ante la ley y la patria potestad, pero todavía no pueden decidir libremente sobre su maternidad, no hay acceso masivo a la educación sexual ni a la anticoncepción; la interrupción del embarazo por propia decisión es ilegal. Las mujeres son víctimas de acoso y abuso. El femicidio está a la orden del día.
La incorporación de las mujeres a la producción social, ha creado mejores condiciones para su independencia económica y participación activa y masiva en la lucha social y política, avanzando en su con-ciencia de clase y de género. Hay quienes piensan que la violencia contra las mujeres en la familia existió “desde siempre”. Pero no es tan así. Hubo una época en que la mujer tuvo un papel preponderante en la sociedad por el lugar que ocupaba en la producción en los pueblos agricultores. Los hijos pertenecían al clan de la madre, porque se sabía quién era la madre, pero no quién era el padre. La riqueza acumulada (rebaños, comercio, guerra) que era tarea de los hombres, generó excedentes en la producción. Esas riquezas quedaban en el clan materno. Así fue necesario sacar a la mujer de la producción social y se la encerró en la casa, para garantizar que los hijos fueran solo del propietario de ese excedente y pudieran heredarle. Esa fue la gran derrota del sexo femenino en la historia. Pero, no fue sin lucha. La familia patriarcal, que se instauró desde entonces, subordinó a la mujer a servir a los demás miembros de la familia. Las relaciones de opresión tienen sus raíces en los inicios de la sociedad de clases y sólo se resolverán definitivamente cuando desaparezcan, mediante una revolución social, las relaciones económicas de propiedad que le dieron origen.
Una mujer que rompe, lucha o denuncia la violencia de género está poniendo en tela de juicio la normalidad de siglos y los sutiles mecanismos de nuestras relaciones sociales y familiares. Este es el nudo por el que las clases dominantes, desde los más "verborrágicos opinadores del poder", atacan o ningunean nuestra lucha. Pero tarde o temprano cambiará nuestro sistema social y con este la liberación definitiva de las mujeres.