Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes
Decíamos en monólogos anteriores que, a quienes nos visitan, se les llenan los ojos de asombro cuando ven las hileras de árboles que bordean nuestras calles y la profusión de verde de nuestras plazas. Algunos se animan con un: “!Qué pródiga es la naturaleza acá!”. La naturaleza las petunias, mi amigo, aquí no sembró el viento ni regó la lluvia, sembraron y regaron los hombres. Todo verde en Mendoza tiene encerrada la historia de un abuelo y así es con el Parque General San Martín.
Conozco a la mayoría de los parques citadinos de nuestro país. De todos, el nuestro es uno de los más bellos. Sólo se le comparan el Parque de la Independencia en Rosario, y el parque Urquiza en Paraná, con la diferencia de que el de Paraná tiene el río al costado y eso es una escenografía muy difícil de empardar.
Además la predisposición por el verde es distinta. En Paraná uno tira una semilla y al rato tiene una selva, en Mendoza uno tira una semilla y rebota sobre las piedras. Lo que le da aún más valor a la gesta de los fundadores, porque no solo plantaron los árboles, durante mucho tiempo los regaron ejemplar por ejemplar, porque todavía no estaban construidas las acequias.
El Parque fue creado mediante la Ley N° 19 del 6 de noviembre de 1896. Por entonces comandaba la provincia Juan Cornelio Moyano, su ministro de Obras y Servicios públicos era Emilio Civit. Ellos le encargaron al paisajista francés Carlos Thays que lo diseñara. La idea era que sirviera de contención a los aluviones que bajaban del piedemonte, crear un espacio para la recreación y, fíjense en lo que pensaban ya por entonces, darle a la ciudad un pulmón verde para que pudiese ampliar sus respiraciones. Magnífico.
Ese fue el origen de lo que entonces se llamó El Parque del Oeste. Entonces era un páramo donde mandaban las piedras y los yuyos. Y comenzó otra vez la lucha contra el desierto para transformarlo, al menos en una pequeña porción, en un monumento a la naturaleza.
En el Parque han ocurrido acciones recordables, varias maravillosas. Alguna vez en él se corrieron carreras de autos y de bicicletas, trascendentes a nivel internacional. Alguna vez por sus calles se desarrolló el carrusel vendimial, alguna vez en él se puso en escena la fiesta máxima de los mendocinos: la de la Vendimia.
Como dijimos al comienzo de esta nota, en los itinerarios turísticos no puede faltar el Parque y sus bellezas: los portones, el zoológico, el Estadio Malvinas, los Caballitos de Marly, El Cerro de la Gloria, la Fuente de los Continentes, el Rosedal, el Parque Aborigen y la cantidad de monumentos y estatuas que también conforman una oferta artística digna de apreciar.
Incluso tiene historias que lo hacen trascender lo paisajístico, alguna vez tuvo un restaurante llamado la Hostería del León donde alcancé a actuar, alguna vez tuvo el Teatro Pulgarcito funcionando a todo arte, alguna vez su rotonda fue el paseo obligado de los mendocinos de los mateos y los primeros autos, alguna vez tuvo un tren que lo recorría en parte de su geografía, ¡qué bueno sería tenerlo aún!
Pero más allá de algo para mostrar, sigue siendo algo para disfrutar, dónde los mendocinos de todas las edades se encuentran a gusto, contenidos; un lugar para asombrarse aún de lo conocido y sonreír en verde. Es nuestro orgullo y se lo tiene plenamente merecido.
Hoy es 6 de noviembre, hoy se cumplen 120 años de aquella hermosa idea, hoy es domingo. Vamos a decirle Feliz Cumple de cuerpo presente.