Felipao, el capitán del Titanic

Scolari falló cuando buscó un cambio de paradigma. Dejó de lado a la escuela brasileña pentacampeona del mundo y quiso refundarla. Así le fue.

Felipao,  el capitán del Titanic
Felipao, el capitán del Titanic

Nadie podrÍa asegurar si, parafraseando la tradicional canción, aquí en Brasil la tristeza tendrá fin. El Mineirazo duele, desde ahora, igual o más que el Maracanazo. En las entrañas de este pueblo, el fútbol no se discute como un hecho socio cultural; es parte de la identidad nacional. La prensa local fue taxativa: humillante fue la palabra más utilizada.

En la televisión, los diarios papel y digitales, las radios, el boca a boca... aquí en la casa del pentacampeón, no se habla de otra cosa. Si la derrota ante los uruguayos, aún tiene espacio en la memoria colectiva brasileña, la dolorosa afrenta recibida frente a los alemanes se expandirá en el tiempo como uno de los hechos más extraordinarios que se recuerden. En 1950, todo era en blanco y negro, y los testimonios periodísticos son mínimos. Ahora, que la difusión de esta paliza futbolística circuló en segundos por la web, se abre un ciclo histórico en cuanto a evocar este hecho como propio de un tajo en la historia.

Felipao apareció en la conferencia de prensa tras el partido en Belo Horizonte con un afán autocrítico que, al menos, es un signo favorable. El entrenador, esta vez, tuvo un error de cálculo gigantesco. Ya no se trataba de una contienda puertas adentro al estilo Tevez-Sabella, sino directamente de un cambio de paradigma. Mucho, demasiada carga para una Selección cinco veces campeona del mundo. Jugarse a una modificación de medio a medio sería entendible en un fútbol menos desarrollado y emergente, como podría ser el de Argelia, Costa Rica, Nigeria o Irán, por citar algunos ejemplos. Sin embargo, querer desenfocar a la tradicional escuela brasileña tiene tanto un diagnóstico preliminar fallido como también representa un acto de ensoberbecimiento.

Scolari se creyó que estaba refundando el fútbol de su país. Los resultados favorables aumentaban la dosis de auto confianza. Nada le sobraba al equipo, que sólo fue claramente superior ante un débil Camerún, pero al menos había llegado a semifinales. Había que volver al Mineirao, el estadio en el que estuvo a paso de dejar el Mundial si es que el disparo de Pinilla no pegaba en el travesaño. Y el discurso, en la previa, se pareció a una arenga más que a una simple apreciación en tono futbolístico. “Por el país, por nuestra gente...” había sostenido Felipao el día anterior al duelo contra los germanos. Ese mensaje, de dudoso sentido, terminó confundiendo a todos menos al entrenador. Y los principales confundidos fueron los receptores directos, ni más ni menos que los jugadores.

Ya durante la Copa de las Confederaciones, en 2013, también organizada en suelo brasileño, se había empezado a advertir una tendencia sistemática del equipo anfitrión en cometer faltas en todos los sectores del campo, de las conocidas como tácticas. Inclusive, Brasil se consagró ganador del torneo con esa mancha en su registro: el conjunto que más infracciones cometió. Aquí, en este Mundial, aún no está hecho el recuento definitivo, pero también es cierto que el local terminó abusando de ese recurso ilícito en provecho propio. Nadie gana cinco Copas del Mundo si uno de sus puntales de juego es la infracción. Scolari, debería saberlo. Y si lo sabe, reconocerlo como un error.
La línea de mediocampistas, que históricamente aportó futbolistas de excepción - Clodoaldo, Gerson, Falcao, Toninho Cerezo, Zito, Zico o Sócrates, por ejemplo - en esta oportunidad fue una de tránsito ligero o de recuperación.

Aquí asoma uno de los puntos medulares del fracaso. El volante brasileño es esencialmente creativo a partir de la posesión del balón. Sabe qué hacer con la pelota en sus pies: encarar, ir como externo, triangular, meter la pausa, enganchar o armar.

En el equipo de Felipao, causaba extrañeza observar a mediocampistas de buen pie como Luiz Gustavo y Fernandinho aplicarle vértigo al traslado, como si hubiera una orden para que así fuera. No sólo ellos minimizaban su aporte, sino que todo el conjunto se resentía. Puede hablarse de una "argentinización", quizá, pero que en nuestra Selección quizás sea útil porque tiene que ver con la idiosincracia combativa de quien puebla la mitad de la cancha. En el Scratch, en cambio, sonaba como un invento forzado y con intérpretes que sobre actuaban la situación.

Scolari está frente a una encrucijada. Cambia o se va. Ésto, si su propia situación ya no está definida puertas adentro. Los siete goles representan una mochila cargada de piedras por el resto de su trayectoria. El efecto nunca se borrará y el entrenador deberá acostumbrarse a convivir con él. Quizá, si hubiera respetado más a la esencia del fútbol de su propio país, hoy podría decir "hasta aquí llegamos: tarea cumplida". Pero no es así.

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