A los 89 años falleció la investigadora y artesana de la cultura huarpe Francisca Rosso de Fazio, autora de libros claves sobre la temática.
Como legado, nos deja su investigación sobre la vida cotidiana de los habitantes autóctonos de nuestra tierra.
Llegó a Mendoza de joven y con su esposo fundó una de las empresas de Turismo mas antiguas del país. Crio a sus hijos, y cuando estos dejaron el nido, se dedicó a estudiar la vida de las familias huarpes.
Con rigurosidad técnica y el apoyo de organizaciones públicas y privadas, logró replicar en forma exacta los materiales, engobes y procesos para la alfarería de la época, como también, sus costumbres cotidianas y sus usanzas.
Escribió cuatro libros, y sus trabajos fueron reconocidos por diversas organizaciones, como la Facultad de Antropología de la UNCuyo en la que dictó programas de su temática; la fundación Banco Francés, en la que hizo presentaciones tanto en Buenos Aires como en otras provincias, entre muchas otras.
¿Cómo comenzó su investigación sobre las obras de los huarpes? Así lo narró en una entrevista que Los Andes publicó en 2001, realizada por Andrés Cáceres: “En principio recorrí todas las bibliotecas y museos antropológicos, leí los trabajos de los arqueólogos mendocinos y concluí en que hubo una cultura indígena que los españoles borraron, de modo que no quedó nada sobre la vida y las costumbres, y menos sobre las técnicas cerámicas. Luego, junto con el profesor Roberto Bárcena fui a los lugares arqueológicos y me puse a estudiar los originales del suelo cuyano que han rescatado los museos.
La investigación experimental para realizar las piezas de cerámica comenzó en 1989, bajo la higuera de un enorme patio en mi casa, prescindiendo de recursos técnicos actuales o de productos industriales. Recogí arcillas, almacené agua de lluvia, seleccioné piedras y tierras de colores.
Cuando llegó el momento de definir el color de las piezas, me acordé que cuando llevaba de paseo a mis hijos, en el Cerro de la Gloria se vendía tierra en botellitas, que los chicos le ponían agua y pintaban como si fuera una témpera. Hice pruebas y al dar ochocientos grados a la cocción, resultaba inalterable. Recorrí muchos sitios de la cordillera y los que más me ayudaron fueron los baqueanos de cada lugar”.