Por Leo Rearte - Editor de suplemento Cultura y sección Estilo - lrearte@losandes.com
1. El tipo vendía el 80% de la cocaína que se consumía en el mundo. De cada cinco líneas que inhalaba el celebrity del jet set de Miami, o su chofer, cuatro se las pagaba a Pablo Escobar. La distribución y la venta no eran un problema. Eso ya estaba aceitado. La tarea pesada siempre fue, en todo caso, qué hacer con tanto dinero. Lavar, lavar y lavar. Llegó un momento en el que Pablo y sus secuaces decidieron que hasta era mejor enterrar todo aquello que no se podía blanquear.
Los fajos se sepultaban en los campos agrícolas colombianos o en viejas construcciones en ruinas. Si no había suficiente espacio para cavar, se introducían a presión en las mamposterías de las paredes de las casas de la tía o la abuela del narco en cuestión. Pablo, por donde iba, observaba (era un gran observador) e inventaba nuevos lugares para esconder las “lucas”; sin importarle si acaso eso podía significar perderla. Escobar tenía tanto, que llegó a echar a perder 2 mil millones de dólares al año por culpa del moho y las ratas que se comían el papel. Era parte del “riesgo empresario”.
(Según Roberto Escobar, su hermano, el cártel de Medellín gastaba 2.500 dólares al mes en elastiquines para los fajos de billetes).
2. Los fajos de guita son un problema serio para los capos de la mafia serios. Al punto que, se dice, nunca están allí cuando se la cuenta. O se la pesa. O se la entierra.
Tampoco los capos brindan con whisky, con las pilas de papeles detrás. Eso lo dejan para la gilada.
3. Las reacciones son diversas frente al hecho escrachado; sí, me refiero a la cámara oculta, y a esa manga de amorales dando vueltas alrededor de los fajos, en una oficina-financiera-cueva-aguantadero que cínicamente han llamado La Rosadita.
Mientras el abogado de Elaskar dice en “Intratables” que más que bronca, a él le hubiera gustado estar cerca de tanta plata; mientras Fantino repite que a él las imágenes lo violentan; mientras otros, con cara de póquer o de truco, sostienen que no ven delito allí, yo me pregunto qué sienten los espectadores. Qué siento yo. ¿Y sabés qué pasa...? Así como los esquimales distinguen y nombran infinidad de tonalidades de blanco, los argentinos podríamos determinar un buen número de sensaciones distintas frente a los variados y nutridos tipos de corrupción que pululan en nuestro paisaje.
Asco, menos asco, bronca, más bronca, y hasta más de uno sintió envidia.
Espero que la mayoría haya sentido responsabilidad. Al menos la responsabilidad de explicarles a nuestros pibes que estas cosas no pueden seguir pasando. Que sacar ventaja, sea la situación que sea, está mal. Que hubo una época en la que la mayoría de los argentinos decíamos “roba pero hace”, “¡qué capo!, ¡qué bien que la hizo!”, y que algunos chorros resultaron ser también los más votados. Que seamos libres y dignos, y ahí sí, si querés, que lo demás no importe nada.
4. Sigo coleccionando reacciones frente a los fajos. A muchos les da tristeza, entre ellos a aquellos que creyeron y creen con honestidad en un relato que, maquiavélicamente, supo obviar ciertos patrimonios difíciles de explicar, aliados empresarios ganadores de licitaciones seriales y personajes fariñescos.
Pero también están los cínicos, los que se ríen, los que dicen y qué querés si en Argentina siempre hubo corrupción. O los otros cínicos que se hacen los giles, y argumentan que no hay delito en el hecho de contar plata y que patean la pelota para el lado de la “operación mediática”.
En definitiva, entiendo a los decepcionados, a los violentados, a los asqueados, a los tristes y hasta a los “envidiosos”. A mí los que me joden son los cínicos. Tanto me jode, que retrocedo el cursor de la PC hasta la oración que dice “También están los cínicos, los que se ríen,” y pongo “los que se te cagan de risa en la cara”.
5. Diógenes, en la Grecia Antigua, prestigió la escuela de los Cínicos, una rama filosófica que buscaba desarrollar lo mejor del ser humano que, creían, tenía que ver con la vida austera, autónoma, integrada a la naturaleza. Miraban a los perros, que no necesitaban más para vivir que un poco de agua, algo de comida y un lugar para echarse.
Algunos especialistas sostienen que el actual significado de cínico (del latín cynicus y este del griego kynikós 'perteneciente al perro', derivado de kïon, kynós ‘perro'), como hipócrita, descarado o impúdico, viene precisamente de “ser como un perro”. Es decir, que el mote “cínico” actual proviene de la mirada “cínica” de los contemporáneos de los cínicos, que solían mofarse de aquellos que decidían prescindir de los lujos materiales.
Otros estudiosos argumentan que Diógenes y Antístenes, entre más, supieron ser mordaces con el mundo que les rodeaba, y buscaban a través de la transgresión permanente, burlarse del “grecian way of life". Es decir, los cínicos fueron cínicos con los que no eran de su propia escuela filosófica.
Y hay otra teoría más sencilla sobre por qué la palabra cínico devino en el concepto de persona deshonesta y sobradora de hoy. Al parecer, muchos de los antiguos cínicos predicaban el amor por la vida sin excesos ni gustos materiales, mientras que por atrás cobraban jugosos subsidios del Estado.
Como se sabe, cínicos y garcas nunca faltan en la historia de la humanidad. Imposibles de contar, como ciertos fajos.