Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. - Especial para Los Andes
En el debate estaba representado el sesenta por ciento de los votantes, el gobierno televisó un partido de futbol para distraer a la audiencia, Scioli se fue a un encuentro musical. El oficialismo sigue actuando como si todavía gozara de la mayoría absoluta cuando ni siquiera está seguro de conservar la relativa.
El poder genera beneficios que los ideologistas están dispuestos a defender con desesperación. La Presidenta exagera la idea de que toda distancia con la cordura es progresismo de izquierda.
Cuando el Gobernador de Salta expresa una lógica por todos compartida la demencia oficialista salta al ruedo para desautorizar a la cordura. Antes era entre izquierdas y derechas, ahora todo ha cambiado, solo se miden las distancias que acercan o alejan del sentido común.
La oposición se debatió largo rato entre los candidatos y las propuestas, entre encontrar una conducción o seguir transitando el ancho espacio de los diletantes. Massa pasó de primero cómodo a tercero lejos, pero luego fue capaz de revisar su imagen y cuando estaba a punto de desaparecer volvió al ruedo con sobrada energía.
De la Sota lo acompaña con perseverancia y se vuelve esencial a esa fuerza. Macri tuvo su tiempo de gloria, lo dejo pasar, cuando debía conducir la oposición ganó el sector que proponía dedicarse al Pro.
Aparecieron a su lado cultores del apoliticismo de esos que leen la encuesta y creen que entienden la realidad, esa encuesta que anuncia que el peronismo puede ser superado sin aclarar que para ello se necesita alguna figura o propuesta que lo logre.
Escuché a uno de sus pensadores explicar porqué no se habían encontrado en una misma boleta con Massa,y allí me quedó claro que los empresarios no suelen servir para políticos.
No fueron capaces de reunirse con Massa porque conducir la oposición les quedó grande, lo mismo que explica porqué terminaron ganando la Capital, su espacio de lanzamiento al poder, al borde del susto. La soberbia es un gran defecto que suele engendrar el poder, eso sí, si la misma surge antes de llegar a la cima se suele transformar en enfermedad incurable.
El mundo del oficialismo vive encerrado en su torre de fanatismos y prebendas mientras que afuera, el enorme espacio de la oposición deshoja la margarita entre Macri y Massa, y los amores son tan escasos que lo único que se impone en los análisis es el más crudo oportunismo. Estamos en contra del gobierno, no damos la vida por nadie, solo queremos saber de qué manera podemos debilitar al oficialismo.
Si hasta cuando aparece el Gobernador de Salta lo votaría para ayudar a Scioli a expulsar al kirchnerismo. Queremos que se vaya Cristina, terminar con las cadenas oficiales y los horribles rostros falsos de los que aplauden sin siquiera escuchar. Y esos viejos personajes que dicen que ayer fueron de izquierda y hoy la ambición les marcan un rostro más cercano al verdugo que al político.
Hay candidatos que en lugar de seducir solo intentan asustar, y lo peor es que esos enanos a muchos les parece que son garantía de autoridad.
Qué honor sentí al escuchar al Papa Francisco hablarle al mundo que lo escuchaba con admiración, no me pasó lo mismo cuando hablo la Presidenta, ni siquiera la pude escuchar. El orgullo que ayer me dio la fe se convirtió en la vergüenza que la política nacional me reservó después.
La política busca dirigentes, los necesita con desesperación. Algunos se conforman con expresar que ellos no van a votar a la derecha, por Macri, otros que no van a votar al otro peronismo, por Massa, y nadie sabe a ciencia cierta si los votos de Massa se los quita a Macri o a Scioli.
Esa triste imagen de la Señora que cambio de candidato es parte de la decadencia que estamos viviendo, ella siente orgullo por la cantidad de pares de zapato que le pertenecen, una forma de comunicarnos que usa más los pies que la cabeza.
Todo está centrado en la esperanza de que Scioli no llegue al cuarenta por ciento, ya que si la historia nos hace semejante regalo nosotros, los opositores, podremos encontrar la manera de derrotar al gobierno.
Conste que la historia nos tiene que regalar la opción que la oposición no fue capaz de construir. Desde mi humilde lugar, voy cambiando la ubicación de mis odios, hace tiempo que no logro referirme a mis amores, ese espacio del afecto lo necesito y de sobra, para mi familia y mis amigos; la política no encuentra manera de invitarnos ni siquiera a la convicción apasionada.
Los más informados nos debatimos entre los candidatos, Massa o Macri, la gran mayoría de la sociedad necesita una alternativa opositora ganadora, y ni siquiera se preocupa por quien es el que la conduce. En eso, el diálogo fue un paso muy importante, implicó el respeto entre los candidatos, el final de la sociedad donde el kirchnerismo nos perseguía a los disidentes como si fuéramos la expresión del mal.
El gobierno fue perverso, cubrió sus verdaderos objetivos de enriquecimiento utilizando la obra pública y el juego con los derechos humanos y la ayuda a los necesitados. Utilizó antiguas expresiones de causas dignas para disfrazar la desmesura de sus ambiciones basadas en la más pura y visible corrupción.
Los encuestadores serios se llamaron a silencio, los otros, los pagos, nos narran el resultado del deseo de sus patrones. Y los opositores soñamos con que no lleguen al cuarenta, un sueño donde la debilidad del enemigo cubra las absurdas falencias de la oposición.
Estamos en un proceso electoral muy poco democrático, el resultado mete miedo, y el miedo nada tiene que ver con el voto. Se me ocurre que gane quien gane ya no habrá más mayoría absoluta, y en consecuencia habrá obligación de negociar, y se negocia entre adversarios; estaremos saliendo del oscuro mundo de los Kirchner, del mundo de los enemigos. Opino que tenemos razones para albergar optimismo, hasta el Gobernador de Salta es un aporte a las mismas.
Yo creo, pienso, deseo, que al irse Cristina Kirchner volvamos a recuperar la dignidad de la democracia y la paz entre los que pensamos distinto. Quiero que gane la oposición, pero mi esperanza va más lejos, imagino que ni sus herederos del poder serían continuadores de sus odios. Es lo que espero, y también lo que deseo.