El grueso de las exportaciones locales siempre estuvieron centradas en materias primas agrícolas, donde el ajo era el producto dominante. El resto de los productos dependían mucho de Brasil pero era un clásico que el total de las exportaciones de frutas de carozo (duraznos, cerezas, ciruelas y nectarinas) que salían de Mendoza equivalía a la mitad de las exportaciones de uva en fresco (que salían de San Juan).
También fue importante la exportación de peras pero hoy se han perdido muchas hectáreas de ellas. Y salvo cuando IMPSA vendía alguna turbina, no aparecían exportaciones de alto valor agregado.
Lo cierto es que Mendoza no tiene una estructura productiva con vocación exportadora, salvo una parte de la vitivinicultura de alta calidad y los jugos concentrados de uva, que son un subproducto de una estrategia de diversificación para retirar excedentes pero no una producción planificada para tal fin.
Según datos del Indec, en 2018 las exportaciones totales de Mendoza alcanzaron a u$s 1520 millones, con un crecimiento del 12,6% respecto de 2017, pero muy lejos de los mejores años.
El mayor crecimiento lo experimentaron las ventas externas de vinos fraccionados y a granel, aunque estos tuvieron óptimo crecimiento, la incidencia en ingresos de divisas es superior en los fraccionados. También crecieron en volumen las exportaciones de ajo, aunque el total de divisas marcó una retracción por la disminución del precio internacional.
En productos agroindustriales también se destacaron las ventas de ciruela desecada y se registraron leves mejoras en manufacturas de origen industrial, como derivados petroquímicos, metalúrgica pesada y materiales de construcción.
El repunte estuvo motivado por la devaluación producida del año pasado, aunque en ese entonces no existían las retenciones a las exportaciones y se mantenían los reembolsos.
El país mostró un retroceso muy grande en su comercio exterior a partir de 2010, cuando se comenzó a atrasar el tipo de cambio y el sector productivo no mostró reflejos para afrontar dicha circunstancia y es peligroso que se repita el ciclo. Si el país mejora, llegarán inversiones, crecerán exportaciones y esa mayor afluencia de dólares hará que se revalúe el peso.
La búsqueda de competitividad deberá plantearse mediante un crecimiento de las inversiones para mejorar los niveles de productividad, pero a ello habrá que sumar la necesaria reducción de impuestos y tasas que gravan todas las actividades económicas.
Hay que tener empresas más competitivas pero hace falta un Estado más eficiente y competitivo. Además, la búsqueda de competitividad debe centrarse en producciones de alta productividad y con buenos precios internacionales. El valor de la tierra es muy alto como para desperdiciarlo haciendo productos de bajo precio o que no tiene mercado.
Esto implica que hay que tener una visión competitiva y pensar producciones con volúmenes aptos para ingresar al mercado global seriamente y no quedarse en el antiguo concepto de “saldos exportables”.
La planificación debe ser seria porque los mercados son muy exigentes. Hay que pensar en introducir nuevos cultivos y explotaciones vinculadas con la producción de alimentos con alto valor agregado.
Otro tema que debe plantearse es tratar al turismo como una industria de exportación ya que monetiza la economía con la particularidad de que el cliente viene a buscar el producto a nuestro suelo y no hay que mandar nada. Y por eso hay que seguir creciendo en nuevos productos y adecuar los tradicionales agregando valor diferencial a los mismos.
De la misma forma hay que estimular la generación y exportación de productos intangibles, productos de la inteligencia, entre los cuales se encuentran toda la producción de contenidos digitales, el diseño, los productos literarios y culturales.
