Chile, uno de los países más sísmicos del mundo, enfrentó de buena forma el terremoto de 8,3 grados. Los chilenos aprendieron las lecciones que dejó el terremoto de 8,8 grados y maremoto del 27 de febrero de 2010, que dejó como saldo más de 500 muertos.
Esta vez, todos los protocolos parecieron funcionar.
A los pocos minutos de producirse el movimiento telúrico del miércoles, la Marina chilena lanzó una alerta de tsunami sobre todo el territorio nacional, provocando la evacuación de un millón de personas, quienes al cabo de horas regresaron sanos y salvos a sus hogares.
Cuando ocurrió el sismo de febrero de 2010 y tras una serie de órdenes fallidas de las autoridades, miles de personas permanecieron en la zona costera o regresaron a sus casas luego de que se descartara tempranamente la alerta de tsunami.
La justicia investiga aún hoy la responsabilidad de las autoridades de la época en al menos un centenar de las víctimas que dejó aquel maremoto, que causó pérdidas económicas por 30.000 millones de dólares.
“El impacto que produjo el terremoto de 2010 en la zona central -que afectó directamente a más del 70% de la población- produce una concientización que no creo que hubiésemos podido lograr de otra manera”, declaró Sergio Barrientos, doctor en sismología de la Universidad de California (EEUU) y director del Centro Sismológico Nacional.
“Las inversiones de Chile en infraestructura resiliente, sistemas de alerta temprana y planificación urbana han logrado asegurar que en esta ocasión el número de víctimas sea bajo, a pesar de la intensidad del terremoto”, dijo por su parte en una declaración Margareta Wahlström, jefa de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (Unisdr).
El último reporte oficial cifró en 12 el número de muertos y 5 los desaparecidos, mientras aún las autoridades no entregaban un catastro oficial de daños, concentrados esta vez en el borde costero y en construcciones livianas o de adobe.
En Santiago, la capital chilena, y otras ciudades grandes del norte del país, como La Serena, las áreas urbanas no habían registrado mayores daños. Ello, como consecuencia del desarrollo en Chile de una arquitectura de vanguardia.
“En Chile ocurren frecuentemente terremotos tan importantes que nuestros ingenieros se han preocupado de hacer, conocer y diseñar infraestructuras como edificios que soporten estas demandas sísmicas”, explica Barrientos.
El sismo de 2010 afectó a sólo un 0,3% de los casi 10.000 edificios de Santiago, con apenas un par de edificios colapsados, como consecuencia de la puesta en marcha de rigurosas normas de construcción y una innovadora tecnología de “disipación sísmica” o “aislamiento sísmico”.
Las tecnologías buscan aislar a los edificios frente a los movimientos del suelo, reduciendo su desplazamiento a través de estructuras que concentran la energía.
A nivel educacional también se ha hecho un trabajo importante. La Oficina Nacional de Emergencias (Onemi) educa a escolares con una casa que simula la ocurrencia de un terremoto y con frecuentes simulacros de evacuación en colegios.
Los chilenos están cada vez más atentos a la información sísmica y dispuestos a tomar medidas de prevención. “Aprendimos a convivir con estos fenómenos, ahora pasa a ser una rutina diaria el estar expuesto a posibles consecuencias de estos terremotos”, concluye Barrientos.