Desde 2010 hasta el mes pasado, el tipo de cambio se fue atrasando en Argentina. Este atraso fue utilizado como una herramienta para frenar la inflación en el gobierno anterior, apoyado en un cepo cambiario pero en una manipulación de los índices de precios.
Esta decisión tuvo como fin evitar la fuga de divisas que se produce cada vez que el mercado percibe un atraso del tipo de cambio, además de la desconfianza que generaba la manipulación de los índices. Pero el cepo tenía fisuras, y una de ellas era que se podían importar bienes, como automóviles, que ingresaban a dólar oficial atrasado y se vendían financiados a tasas subsidiadas.
Esto permitió que gente que no podía comprar dólares decidiera refugiarse en automóviles importados, como una forma de guardar ahorros. La otra forma de no perder fue comprar paquetes de vacaciones al exterior, que con el dólar barato, eran muy accesibles para muchas personas y con buen financiamiento.
Con el nuevo gobierno, el atraso cambiario no se corrigió pese a que la liberación del mercado cambiario eliminó el cepo y permitió el libre acceso de los ciudadanos. El dólar libre fue acompañado con el traspaso inflacionario y el atraso siguió hasta que a fin de año, por factores externos, se retiraron capitales, Argentina no pudo tomar más crédito y el dólar subió casi un 50% en el primer semestre.
Dado que en este tiempo la inflación solo fue del 16%, la ganancia de competitividad del tipo cambio ha sido más de un 20% en términos reales.
Esta situación hizo que se frenaran los viajes al exterior, se reactivara el turismo interno, como se vio en las últimas vacaciones de invierno y se abren expectativas respecto de la llegada de turistas extranjeros.
Pero los caminos no son tan lineales ya que hay que revisar no solo la competitividad del tipo de cambio sino la competitividad de nuestro sector turístico respecto de otros países competidores. Ya no basta con tener bellezas naturales. El turismo requiere servicios adecuados, atractivos adicionales provistos por la industria del esparcimiento y, todo ello, con costos razonables y competitivos.
Lamentablemente, en muchos operadores turísticos como en muchos exportadores, ha quedado en la memoria una ecuación que se dio entre 2002 y 2005, consistente en que teníamos la moneda muy devaluada frente al dólar, moneda que a su vez había tenido una gran devaluación respecto del resto de las monedas.
Esta situación, que puede repetirse cada 200 años, no debe ser tomada como patrón sino como una excepción, y hay que entender que la actual es una situación normal con un tipo de cambio razonablemente alineado y flotando libremente. Nadie puede tener un tipo de cambio que le convenga sino que debe adecuarse al existente, con los márgenes que genera la flotación.
Por razones que nadie alcanza a explicar, los servicios vinculados al turismo en Mendoza son marcadamente más caros que en otras provincias. Algo similar ocurre con servicios conexos, que también son consumidos, como restaurantes o comercios. Creer que porque los turistas extranjeros traen dólares se puede cobrar cualquier precio es un error. Nadie quiere pagar excesos y todos tienen una clara noción de a relación precio-calidad que le satisface. Lo peor es que un turista descontento es la peor propaganda hacia el futuro.