Excursión al otro lado de la grieta - Por Luis Alberto Romero

Excursión al otro lado de la grieta - Por Luis Alberto Romero
Excursión al otro lado de la grieta - Por Luis Alberto Romero

Conocí el otro lado de la grieta. Estar allí no fue fácil, pero tampoco terrible. Con precaución,  sin descuidarse, es posible convivir y hasta dialogar.

Fue una invitación  de "Radio 750 AM" para una entrevista "a fondo" con Any Ventura. No la conocía pero me tranquilizó encontrar en su larga trayectoria algunos puntos comunes: socióloga en la UBA de mis tiempos, coincidimos en las redacciones del diario Convicción en 1981 -ambos de la mano del inolvidable Ernesto Schoo- y más recientemente en La Nación.

Ya había aceptado cuando supe que la AM 750 era en realidad "Radio Rebelde", cuyas mañanas animaba Víctor Hugo Morales. Precavido, le pedí a mi esposa que si al atardecer no había regresado, llamara a radio Mitre.

Lo que vi al llegar fue más alarmante. La radio se encontraba en el Centro Cultural y Deportivo del Suterh, el sindicato de los "porteros" conducido por Víctor Santa María, sede de un multimedios que incluye, entre otros, a Página 12 y a la revista Caras y Caretas, dirigida por el mismísimo Felipe Pigna. Al trasponer las gruesas puertas me sentí como Robin Hood entrando al castillo del sheriff de Nottingham, que había jurado colgarlo pero lo había convocado a parlamentar.

Any Ventura, que me recibió junto con Hugo Paredero -admirado redactor de la histórica revista Humor- me advirtió que la radio era "medio K", pero que a ella nunca le habían dicho nada. Después comprendí que no era necesario.

Su presentación fue muy elogiosa, pero no se había informado mucho sobre lo que yo hacía o decía. Si hubiera leído mis opiniones sobre los derechos humanos o los militares presos, no habría dejado de mencionarlas. Mejor así.

Las cosas no empezaron bien: una pregunta sobre Aranguren y sus ahorros, digna de Víctor Hugo. Le pregunté si esperaba que le contestara esa chicana con otra parecida -por ejemplo donde colocaba los suyos José López- lo que calmó un poco los ánimos, pese a que ambos siguieron un rato escarbando en ese tema trivial.

Luego pasó a las cosas que yo había escrito, y comenzó con mi libro "¿Qué hacer con los pobres?". Probablemente pensó que se refería a la pobreza actual, quizás con un enfoque neoliberal. Le aclaré que se trataba de los pobres de Santiago de Chile hacia 1870 y que el problema actual -la coexistencia de megalópolis y rancheríos- era bastante posterior.

No siguió con el tema, y pasó a un viejo librito: "Los golpes militares". Lo escribí hace cincuenta años, y no volví a leerlo. Ella tampoco, claro; me preguntó si seguía pensando lo mismo, agregando, con un tono algo desafiante, si no creía que eran en realidad "golpes cívico militares".

Es sabido que esto lo sostienen Verbitsky, Pigna y sus seguidores, con la intención de meter en la lista de genocidas a unos cuantos empresarios, comenzando por la señora de Noble.

Más allá de eso, la idea no es desacertada. Desde el golpe de la Logia Lautaro contra el Primer Triunvirato en 1812 -les dije-, todos habían sido cívico militares. En el siglo XIX, de acuerdo con la concepción republicana, los ciudadanos tenían el derecho y el deber de alzarse en armas contra la tiranía, como habían hecho Bartolomé Mitre, Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen o los "comandos civiles" en 1955.

Me sentía cómodo hablando de historia y encontrándole la vuelta a preguntas con doble sentido, me dejaban hablar, sin repreguntar ni conversar.

Pero sin duda se estaba haciendo un poco monótono. Para animar la reunión, la conductora le pidió a la operadora que pasara algunos mensajes, "desfavorables y favorables" (una señal de sano pluralismo).  Curiosamente, la discusión más fuerte fue sobre Freud. Después de indagar por las relaciones con mi padre -un historiador notable- y con mi madre -qué cuentos que me contaba antes de dormir-, y enterada de que mi esposa e hija eran ambas historiadoras, Ventura inició una interpretación freudiana sobre los remanidos "mandatos".

Recordé un apotegma psicoanalítico: "toda interpretación fuera del contexto del análisis -léase sesión terapéutica- es una agresión". Así lo tomé, y le dije que no creía demasiado en la vulgata de Freud, estropeado -como Marx- por quienes lo repetían sin conocerlo a fondo.

Es curioso, y digno de Freud, que nuestras recíprocas prevenciones surgieran  alrededor del psicoanálisis. Ventura se indignó de mi iconoclasia.

Paredero salió al ruedo y, mirándome con sospecha, me preguntó si yo había leído a Marx. Le aseguré que lo había leído mucho, y ahora lo enseñaba.

Creo que decidió confrontar mis ideas -presuntamente neoliberales- con las de Marx, pues glosó un fragmento sobre la clase dominante y el pueblo, que descubre los subterfugios de la ideología y pone en cuestión la dominación. Aunque me recordaba vagamente al Marx de la juventud, las palabras que usó eran más propias del papa Francisco o del padre Pepe. "Muchos murieron por tener esas ideas", me dijo, siempre con cara de sospecha". "Fue así. También muchos fueron muertos por los marxistas", le respondí.

Creí que comenzaba una controversia, pero justo llegó el corte comercial, y luego cerraron la entrevista. En la despedida, me acordé de quienes eran sus patrones y dije que los eximía de toda responsabilidad sobre mis dichos.

En la calle debía esperarme un taxi. Había salido del castillo de Nottingham, pero estaba en un barrio lejano, que se vacía al anochecer. El taxi demoró veinte minutos, durante los cuáles mi paranoia reapareció. Quizás habían decidido que yo tenía que arreglármelas solo para volver. Quizá Pigna o Verbitsky habían preparado algo. Recordé cada uno de los momentos de la entrevista en los que percibí el núcleo duro que enciende el imaginario al otro lado de la grieta.

Finalmente, llegó el taxista, y su charla me ayudó a poner las cosas en perspectiva. Mis anfitriones habían sido muy cordiales y hospitalarios. Nos sacamos una foto, todos sonrientes. Me trataron muy bien, y aunque no hubo mucho diálogo me dejaron hablar, sin mayores comentarios, pese a que sus oyentes -imagino- probablemente esperaban algo más parecido a un escrache.

En realidad, son pocos los antiguos amigos o alumnos que están al otro lado de la grieta, con quienes mantengo un trato civilizado; solo con cuatro de ellos puedo conversar sobre temas políticos.

Volviendo de una tierra ignota -a esto hemos llegado en este país- encontré un par de personas interesadas en escuchar las ideas del otro y construir puentes mínimos que nos permitan, en algún momento, conversar. Finalmente, a medida que me acercaba a mi casa, concluí que estaba contento con mi excursión. ¿La repetiría? No se. La razón me dice que si; el corazón todavía tiene fresco un cierto pánico.

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